Jesús tomaba la sabiduría humana más elevada y la corregía, porque Él era el Que era. No tenía que discutir; Le bastaba con hablar. Nadie puede honradamente estar cara a cara con Jesús y escucharle sin sentir que es la última Palabra de Dios al lado de Quien todas las otras palabras son inadecuadas, y toda otra sabiduría, desfasada.
EL NUEVO NIVEL
Pero aunque el acento de autoridad de Jesús era alucinante, aún lo era más el nivel que proponía a los hombres. Jesús decía que, ante Dios, no era solamente culpable el hombre que cometiera asesinato; el que se enfadaba con su hermano sería juzgado y hallado culpable. No era solamente culpable el que cometiera adulterio; el que permitiera que un deseo impuro se le asentara en el corazón también sería culpable.
Aquí había algo que era completamente nuevo, algo que la humanidad no ha captado todavía suficientemente. La enseñanza de Jesús era que no era suficiente no cometer asesinato; lo único que sería suficiente sería no haber deseado nunca cometer asesinato. La enseñanza de Jesús era que no era bastante no cometer adulterio; lo único suficiente sería no desear siquiera cometerlo nunca.
Puede que no hayamos golpeado nunca a una persona; pero, ¿quién puede decir que nunca deseó hacerlo? Puede que nunca hayamos cometido adulterio; pero, ¿quién puede decir que ha experimentado nunca el deseo de lo prohibido? La enseñanza de Jesús era que los pensamientos son tan importantes como las obras, y que no basta con no cometer pecado; lo que sí bastaría sería no querer cometerlo. La enseñanza de Jesús era que no se juzga solamente a una persona por sus obras, sino aún más por los deseos que nunca se materializaron en obras. Según los niveles del mundo, una persona es una buena persona si no hace nunca lo que está prohibido. A1 mundo no le concierne juzgar los pensamientos. Pero para el nivel de Jesús, una persona no es buena hasta que ni siquiera desea hacer lo prohibido. Jesús está intensamente preocupado con los pensamientos de una persona. De esto surgen tres cosas.
(i) Jesús estaba totalmente en lo cierto, porque Su camino es el único que conduce a la salvación y a la seguridad. Hasta cierto punto todos tenemos una personalidad dividida. Hay una parte de nosotros que es atraída al bien, y otra parte de nosotros que es atraída al mal. Mientras una persona sea así, se está librando una batalla en su interior. Una voz la está incitando a tomar la cosa prohibida; la otra voz se lo está prohibiendo.
Platón comparaba el alma con un auriga que tuviera que gobernar dos caballos. Uno era dócil y obediente a las riendas y a la palabra de mando; el otro, salvaje, indómito y rebelde. El nombre de un caballo era la razón; el del otro, la pasión. La vida es siempre un conflicto entre las exigencias de las Pasiones y el control de la razón. La razón son las riendas que mantienen las pasiones a raya. Pero, las riendas se pueden romper en cualquier momento. El dominio propio puede bajar la guardia un instante, ¿y qué sucede entonces? Mientras exista esta tensión interior, este conflicto interior, la vida se mantiene insegura. En tales circunstancias no hay tal cosa como estar a salvo. La única manera, nos dice Jesús, es erradicar para siempre el deseo de lo prohibido. Sólo entonces está a salvo la vida.
(ii) En ese caso, sólo Dios puede juzgarnos. Nosotros no vemos nada más que las acciones exteriores de una persona; sólo Dios ve los secretos del corazón. Y habrá muchas personas que exteriormente son un modelo de rectitud, pero cuyos pensamientos íntimos son culpables delante de Dios. Habrá muchas personas que puedan ser declaradas no culpables en el juicio humano, que no puede ser nada más que de cosas externas, pero cuya bondad se colapsa ante la mirada todo escrutadora de Dios.
(iii) Y en ese caso, esto quiere decir que cada uno de nosotros es culpable; porque no hay ni uno solo que pueda resistir este juicio de Dios. Aun si hemos vivido una vida de perfección moral externa, no hay nadie que pueda decir que no ha experimentado nunca el deseo prohibido de cosas malas.
Para la perfección interior, lo único que es suficiente alegar es decir que el yo ha muerto y Cristo vive en uno. «Con Cristo estoy juntamente crucificado -dice Pablo-, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20).
El nuevo nivel mata todo orgullo, y nos impulsa a Jesucristo, Que es el único que puede permitirnos alcanzar ese nivel que Él mismo nos propone.
LA IRA PROHIBIDA
Habéis oído que se decía entre dos de tiempos antiguos: «No matarás;» y «cualquiera que mate será llevado a la sala de juicio. » Pero Yo os digo que cualquiera que se enfade con su hermano será llevado a juicio; y el que le llame a su hermano «¡Estúpido idiota!» tendrá que comparecer ante el tribunal supremo; y al que le llame a su hermano: «¡Necio!» se le echará a la Guehenna de fuego.
Aquí tenemos el primer ejemplo del nuevo nivel que Jesús propone. La antigua Ley había establecido: « No matarás» (Éxodo 20:13); pero Jesús establece que hasta el enfado con un hermano está prohibido. En la traducción clásica inglesa se encuentran las palabras sin causa, que no están en ninguno de los grandes manuscritos; esto no es nada menos que una total prohibición de la ira. No basta con no golpear a una persona; lo único que sería suficiente es no desear siquiera golpearle; ni siquiera tener un sentimiento duro contra él en el corazón.
En este pasaje Jesús sigue el razonamiento a la manera de los rabinos. Se muestra experto en el manejo de los métodos de discusión que tenían costumbre de usar los sabios de Su tiempo. Hay en este pasaje una sutil gradación de la ira, y una correspondiente sutil gradación del castigo.
(i) En primer lugar tenemos al que está enojado contra su hermano. En el original el verbo que se usa aquí es orguizesthai. En griego hay dos palabras para ira. Está thymós, que se comparaba con la llama que prende en la paja seca. Es la ira que se inflama rápidamente y que se consume con la misma rapidez. Es una ira que surge deprisa y que también pasa deprisa. Está orgué, que se describía como una ira que se hace inveterada. Es la ira de larga vida; es la ira de la persona que arropa su rabia para mantenerla calentita; es la ira que uno cultiva, y no deja morir. La ira está sujeta a juicio. Este juicio era el tribunal local que dispensaba justicia. Estaba formado por ancianos de la localidad, y variaba en su número desde tres en las aldeas de menos de ciento cincuenta habitantes, hasta siete en los pueblos mayores y veintitrés en las ciudades todavía mayores.