Curar era otro trabajo prohibido en sábado. Obviamente esto había que definirlo. Estaba permitido hacer una cura si había peligro de muerte, especialmente en el caso de enfermedades de garganta, nariz y oídos; pero, aun entonces, se debían adoptar medidas solamente para que el paciente no se pusiera peor, pero no para que se pusiera mejor. Así que se podía poner una venda en una herida, pero no ungiiento; se podía poner un algodón en un oído dolorido, pero sin medicación. Los escribas eran los que deducían estas reglas y normas. Los fariseos, cuyo nombre quiere decir los separados, eran los que se separaban de todas las actividades normales de la vida para observar todas estas reglas y normas.
Podemos ver hasta qué punto llegaban por los siguientes hechos. Durante muchas generaciones esta Ley de los escribas no se escribió; era la Ley oral, y se trasmitía de memoria en las generaciones de escribas. A mediados del siglo 111 d.C. se hizo un sumario de ella y se codificó. Eso es lo que se conoce como la Misná; contiene 63 tratados sobre varios asuntos de la Ley, lo que la hace un libro casi tan grande como la Biblia. Los estudiosos judíos posteriores se tomaron el trabajo de hacer comentarios para explicar la Misná. Estos comentarios son lo que se conoce como los Talmudes. El Talmud de Jerusalén tiene doce volúmenes impresos, y el Talmud de Babilonia, sesenta.
Para un judío ortodoxo estricto de tiempos de Jesús, la religión, servir a Dios, era cuestión de cumplir miles de reglas y normas legales; consideraban estas ridículas reglas y normas cuestiones literalmente de vida o muerte y destino eterno. Está claro que Jesús no quería decir que ninguna de estas reglas y normas no hubiera de desaparecer; repetidamente las quebrantó Él mismo, y repetidamente las condenó. Eso no era lo que Jesús entendía por la Ley, sino la clase de ley que condenaban tanto Jesús como Pablo.
LA ESENCIA DE LA LEY
Entonces, ¿qué entendía Jesús por la Ley? Dijo que no había venido para abolir la Ley, sino para cumplirla. Es decir, vino realmente para descubrir el verdadero sentido de la Ley. ¿Cuál era el verdadero sentido de la Ley? Aun detrás de la Ley oral de los escribas había un gran principio que los escribas y los fariseos no habían captado más que imperfectamente. El único principio supremo de la Ley era que el hombre debe buscar en todas las cosas la voluntad de Dios; y que, cuando la conoce, debe dedicar toda su vida a obedecerla. Los escribas y los fariseos tenían razón en buscar la voluntad de Dios, y más aún en dedicar sus vidas a obedecerla; pero no la tenían en identificar esa voluntad con sus montones de reglas y normas hechas por los hombres.
¿Cuál, entonces, es el principio verdadero que hay detrás de la Ley, ese principio que Jesús vino a cumplir, el verdadero sentido que É1 vino a revelar?
Cuando consideramos los Diez Mandamientos, que son la esencia y el fundamento de toda ley, podemos ver que todo su significado se puede sumar en una palabra – respeto, o aún mejor reverencia. Reverencia para con Dios, y el nombre de Dios, y el día de Dios; respeto para con los padres, la vida, la propiedad, la personalidad, la verdad y el buen nombre de los demás, y por uno mismo, de tal manera que los malos deseos no puedan nunca dominarnos -estos son los principios fundamentales detrás de los Diez Mandamientos, principios de reverencia para con Dios y respeto para con nuestros semejantes y nosotros mismos. Sin ellos no puede haber tal cosa como ley. En ellos se basa toda ley.
Esa reverencia y ese respeto son lo que Jesús vino a cumplir. Vino a mostrarnos en la misma vida cómo son la reverencia para con Dios y el respeto para con las personas. La justicia, decían los griegos, consiste en darle a Dios y a los hombres lo que les es debido. Jesús vino a mostrarnos en una vida normal lo que quiere decir darle a Dios la reverencia, y a las personas el respeto, que les son debidos.
Esa reverencia y ese respeto no consistían en obedecer una multitud de reglas y normas mezquinas. No consistían en sacrificios, sino en misericordia; no en el legalismo, sino en el amor; no en prohibiciones que demandaran lo que no se podía hacer, sino en la instrucción de amoldar nuestras vidas al mandamiento positivo del amor.
La reverencia y el respeto que son la base de los Diez Mandamientos nunca puede pasar; son la sustancia permanente de las relaciones de una persona con Dios y con las demás.
LA LEY Y EL EVANGELIO
Cuando Jesús habló así acerca de la Ley y el Evangelio, estaba estableciendo implícitamente ciertos principios generales.
(i) Estaba diciendo que hay una continuidad definida entre el pasado y el presente. No debemos considerar la vida nunca como una especie de batalla entre el pasado y el presente. El presente crece del pasado.
Después de Dunkerque, en la II Guerra Mundial, hubo una tendencia general a buscar a alguien para echarle las culpas del desastre que había acontecido a las fuerzas británicas, y hubo muchos que quisieron intervenir en amargas discriminaciones con los que habían dirigido la política en el pasado. En aquel tiempo, Winston Churchill dijo una cosa muy sabia: < Si nos enzarzamos en una pelea entre el pasado y el presente, nos encontraremos con que hemos perdido el futuro.» Tenía que haber Ley antes que pudiera venir el Evangelio. La humanidad tenía que aprender la diferencia entre bien y mal; las personas tenían que aprender su propia incapacidad humana para cumplir las demandas de la Ley y responder a los mandamientos de Dios; tenían que aprender el sentimiento de pecado y la indignidad y la incapacidad. Culpamos al pasado por muchas cosas -y, a menudo, correctamente-; pero es igualmente, o aún más necesario, reconocer nuestra deuda con el pasado. Jesús veía que es el deber de toda persona no olvidar ni intentar destruir el pasado, sino construir sobre el fundamento del pasado. Hemos entrado en las labores de otros, y debemos laborar de manera que otros entren en las nuestras.
(ii) En este pasaje, Jesús nos advierte claramente que no pensemos que el Cristianismo es nada fácil. Algunos podrían decir: «Cristo es el fin de la Ley; ahora puedo hacer lo que me dé la gana.» Algunos podrían pensar que todos los deberes, todas las responsabilidades, todas las demandas son cosas del pasado; pero Jesús nos advierte que la integridad del cristiano debe exceder a la de los escribas y los fariseos. ¿Qué quería decir?