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Mateo 5 El sermón del monte

Cuando Jesús dijo que los cristianos debemos ser la luz del mundo, ¿qué quería decir?

(i) Una luz es algo que en primer lugar y principalmente está para que se vea. Las casas de Palestina eran muy oscuras, con una sola ventana circular de medio metro de diámetro. La lámpara era como una salsera llena de aceite y con una mecha. No era nada fácil encender una lámpara cuando no había ni cerillas. Normalmente la lámpara se colocaba en un candelero o soporte, que en muchos casos no era más que un soporte de madera toscamente tallada; pero cuando la gente se salía de la habitación, por seguridad, quitaban la lámpara del candelero y la ponían debajo de un cajón de arcilla de medir el grano para que siguiera ardiendo sin riesgo hasta que volviera alguien. El deber primario de la luz de la lámpara era que se pudiera ver.

Así es que el Cristianismo es algo que se tiene que dejar ver. Como ha dicho bien alguien: « No puede haber tal cosa como un discipulado secreto; porque, o el secreto acaba con el discipulado, o el discipulado con el secreto.» Nuestro cristianismo tiene que ser perfectamente visible a todo el mundo.

Además, este Cristianismo no tiene que dejarse ver solamente en la iglesia. Un cristianismo cuyos efectos no salen de las puertas de la iglesia no le sirve a nadie gran cosa. Debería ser más visible todavía en las actividades normales y corrientes. Nuestro Cristianismo debe dejarse ver en la manera como tratamos al dependiente de la tienda al otro lado del mostrador, en nuestra manera de encargar una comida en el restaurante, en nuestra forma de tratar a nuestros empleados o de servir a nuestros superiores, en nuestra manera de practicar un deporte o jugar a un juego, o conducir o aparcar un vehículo, en el lenguaje cotidiano que usamos y en lo que leemos cada día. Un cristiano debe serlo en la fábrica, el taller, los astilleros, la mina, la escuela, la consulta médica, la cocina, el campo de fútbol, exactamente lo mismo que en la iglesia. Jesús no dijo: «Vosotros sois la luz de la Iglesia», sino: «Vosotros sois la luz del mundo.» Así que nuestro cristianismo se tiene que hacer evidente a todos por nuestra manera de vivir en el mundo.

(ii) Una luz es un guía. En cualquier ría podemos ver una serie de luces que marcan el camino que deben seguir los barcos para su seguridad. Sabemos lo difícil que resulta transitar por las calles de la ciudad cuando hay un apagón. Una luz es algo que facilita el camino.

Así que un cristiano debe indicarles el camino a los demás. Es decir: el cristiano está obligado a ser un ejemplo. Una de las cosas que más necesita este mundo son personas que estén preparadas a ser focos de bondad. Supongamos que hay un grupo de gente, y que alguien propone que se haga algo dudoso. A menos que alguien se oponga abiertamente, aquello se hará. Pero si alguien se pone en pie y dice: «No contéis conmigo para eso,» otro, y otro, y otro se levantarán y dirán: «Ni conmigo tampoco.» Pero si no se les hubiera dado ejemplo, se habrían callado.

Hay muchas personas en este mundo que no tienen la fuerza moral ni el coraje para mantenerse firmes en solitario; pero si otro se adelanta, le seguirán; si cuentan con alguien suficientemente fuerte o seguro en quien apoyarse, harán lo que deben. Es el deber del cristiano adoptar la posición que luego secundará el hermano más débil, iniciar la marcha que otros con menos coraje seguirán después. El mundo necesita luces guiadoras; hay personas esperando y anhelando la dirección para hacer lo que no se atreverían a emprender solas.

(iii) Una luz esa menudo una advertencia. A menudo se usa la luz para advertir de un peligro que acecha más adelante.

Algunas veces el cristiano tiene la obligación de presentarles a los demás la necesaria advertencia. Eso es a menudo difícil, especialmente hacerlo de forma que no haga más daño que bien; pero una de las más desgarradoras tragedias de la vida es que nos venga alguno, especialmente un joven, y nos diga: « No me encontraría en esta situación si me lo hubieras advertido a tiempo.»

Se decía de la famosa maestra y educadora que, si alguna vez tenía ocasión de corregir a sus estudiantes lo hacía « poniéndole el brazo alrededor de los hombros.» Si hacemos nuestra advertencia, no con enfado ni crítica, sino con amor, será eficaz.

El cristiano debe ser una de estas luces que se pueden ver, que advierten y que guían.

BRILLANDO PARA DIOS

 Que brille así vuestra luz delante de la gente, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el Cielo.

Aquí hay dos cosas de suprema importancia.

(i) La gente tiene que ver nuestras buenas obras. En griego hay dos palabras para bueno. Hay la palabra agathós, que simplemente define la calidad de una cosa como buena; y hay la palabra kalós, que quiere decir que una cosa es no sólo buena, sino también hermosa y atractiva. La palabra que se usa aquí es kalós.

Las buenas obras del cristiano tienen que ser no sólo buenas, sino también atractivas. Tiene que haber un cierto encanto en la bondad cristiana. La tragedia de mucho de lo que se considera bueno es que tiene un elemento de dureza y de frialdad y de austeridad. Hay una bondad que atrae, y una bondad que repele. Hay un cierto encanto en la verdadera bondad cristiana que la hace encantadora.

(ii) También tenemos que notar que nuestras buenas obras deben atraer la atención, no a nosotros, sino a Dios. Este dicho de Jesús es una prohibición total de lo que alguien ha llamado «bondad teatral.»

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