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Mateo 4: Las tentaciones de Jesús

A continuación el Espíritu guió a Jesús al desierto para que el diablo Le tentara. Después de pasarse voluntariamente cuarenta días y noches sin comer, estaba hambriento. Fue entonces cuando el tentador se Le presentó.

Si es verdad que eres el Hijo de Dios Le dijo a Jesús-, diles a estas piedras que se conviertan en pan.

-Escrito está -le contestó Jesús-: una persona no vive sólo de pan, sino de toda palabra que proceda de la boca de Dios.

Luego el diablo Le llevó a la santa ciudad, y Le colocó encima del pináculo del templo.

-Si es verdad que tú eres el Hijo de Dios -Le dijo-, tírate desde aquí; porque escrito está: «Les dará órdenes a Sus ángeles para que Te cuiden y Te levanten en sus brazos para que nunca ni siquiera tropieces con Tus pies en una piedra.»

-También está escrito -le contestó Jesús-: «No has de intentar poner a prueba al Señor tu Dios.»

El diablo Le llevó otra vez a una montaña muy alta, y Le mostró desde allí todos los reinos del mundo y su gloria, y Le dijo:

-Te daré todas estas cosas si Te postras a mis pies y me adoras.

-¡Quítate de en medio, Satanás! -le contestó Jesús-. Porque escrito está: «Adorarás al Señor tu Dios, y Le servirás sólo a Él.»

Entonces ya el diablo Le dejó en paz, y vinieron ángeles a prestarle servicio.

Hay algo en lo que debemos fijarnos bien justamente al principio de nuestro estudio de las tentaciones de Jesús, y es el sentido de la palabra tentar. La palabra que se usa aquí en el original es peirazein. En español, la palabra tentar tiene un sentido uniforme y sistemáticamente malo. Siempre quiere decir inducir a una persona a hacer algo que no está bien, procurar seducirla al pecado, tratar de persuadirla a tomar una decisión contraria a la moral o, a la ley de Dios. Pero peirazein tiene un elemento completamente diferente en su significado. Quiere decir probar mucho más que tentar en nuestro sentido de la palabra.

Uno de los grandes relatos del Antiguo Testamento es el que nos cuenta por qué poco evitó Abraham sacrificar a su hijo único Isaac. Ahora bien, ese relato empezaba diciendo: “ Y aconteció después de estas cosas, que tentó Dios a Abraham» (Gen_22:1 . R-V “09). Está claro que la palabra tentar no puede querer decir aquí tratar de seducir al mal. Es impensable el que Dios intentara hacer a un hombre un malhechor. Pero todo queda totalmente claro cuando entendemos que quiere decir: «Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham” (R-V 60”). Había llegado la hora para la prueba suprema de la lealtad de Abraham. Lo mismo que tiene que probarse el metal sometiéndolo a una presión y tensión superiores a las que tendrá que soportar antes de usarlo para un uso práctico, así un hombre tiene que ser probado antes de que Dios pueda usarle para Su propósito. Los judíos tenían un dicho: «El Santo, bendito sea Su nombre, no eleva a un hombre a una dignidad hasta después de probarle y analizarle; y si resiste la tentación, entonces Dios le eleva a la dignidad.”

Aquí tenemos, pues, una gran verdad edificante. Lo que llamamos tentación no nos viene para hacernos pecar, sino para capacitarnos para conquistar el pecado; no para hacernos malos, sino buenos; no para debilitarnos, sino para que surjamos de la prueba más fuertes y auténticos y puros. La tentación no es un castigo por ser humanos, sino la gloria de serlo. Es la prueba que sobreviene a una persona que Dios quiere usar. Así que debemos pensar en todo este incidente, no tanto como la tentación, sino como la prueba de Jesús.

Tenemos también que fijarnos en dónde tuvo lugar esta prueba. Fue en el desierto. Entre Jerusalén, en la meseta central que es la espina dorsal de Palestina, y el Mar Muerto se extiende el desierto. El Antiguo Testamento lo llama yesimón, que quiere decir la devastación, un nombre apropiado. Se extiende por un área de 50 por 25 kilómetros.

Sir George Adam Smith que se lo recorrió, nos lo describe. Es un área de arena amarilla, de caliza quebradiza y de cantos dispersos. Es un área de estratos deformes en los que las arrugas van en todas las direcciones como si estuvieran alabeadas y retorcidas. Las colinas son como montones de polvo; La piedra caliza está erosionada y pelada; las rocas están desnudas y puntiagudas; a menudo hasta el mismo suelo suena a hueco cuando lo pisan los pies humanos o los cascos de las caballerías. Deslumbra y reluce con el calor como un horno inmenso. Se precipita hacia el Mar Muerto en una caída de cuatrocientos metros de piedra caliza, pedernal y marga, entre salientes y entrantes y precipicios.

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