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Mateo 25: El Baremo de Dios

-Cuando venga el Hijo del Hombre con todos Sus ángeles, ocupará Su puesto en Su trono glorioso, y todas das naciones se reunirán delante de Él; y Él separará a unos de otros como separa un pastor las ovejas de las cabras, colocando las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces el Rey les dirá a los de Su mano derecha: «Venid, vosotros a quienes ha bendecido Mi Padre, entrad en posesión del Reino que se os ha preparado desde la creación del mundo! Porque cuando Yo estaba hambriento Me disteis de comer; cuando estaba sediento, Me disteis de beber; cuando era un forastero, Me recibisteis; cuando estaba desnudo, Me vestisteis; cuando estaba enfermo, vinisteis a visitarme; cuando estaba en la cárcel, vinisteis a verme.” Entonces los íntegros Le contestarán: «Señor, ¿cuándo Te vimos hambriento, y Te dimos de comer; o sediento, y Te dimos de beber; o cuando Te vimos forastero, y Te recibimos en nuestras casas; o desnudo, y Te vestimos? ¿Cuándo Te vimos enfermo, o en la cárcel, y fuimos a verte?» Y entonces el Rey les contestará: «Os digo la pura verdad: En tanto en cuanto se lo hicisteis a uno de los más pequeñitos de estos Mis hermanos, Me lo hicisteis a Mí:” Entonces les dirá a los de Su izquierda: «¡Alejaos de Mí, malditos, al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles! Porque estuve hambriento, y no Me disteis de comer; sediento, y no Me disteis de beber; fui forastero, y no Me recibisteis entre vosotros; desnuda, y no Me vestisteis, enfermo y en la cárcel, y no vinisteis a visitarme.» Entonces esos también Le contestarán: «Señor, ¿cuándo Te vimos hambriento, o sediento, o forastero, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no Te prestamos ningún servicio?» Entonces Él les responderá: «Os digo la pura verdad: En tanto en cuanto no se lo hicisteis a uno de los más pequeños de estos, no Me lo hicisteis a Mí.» Y estos se retirarán al castigo eterno, y los íntegros irán a la vida eterna.

Esta es una de las parábolas más gráficas que Jesús dijo nunca, y su lección está clara como el agua: Que Dios nos juzgará de acuerdo con nuestra reacción a las necesidades humanas. Su juicio no será en función de los conocimientos que hayamos amasado, o de la fama que hayamos adquirido, o de la fortuna que hayamos ganado, sino de la ayuda que hayamos restado.

Hay ciertas cosas que esta parábola nos enseña acerca de la ayuda que debemos prestar a otros.

(i) Debe ser la ayuda en cosas sencillas. Las cosas que Jesús escoge mencionar -dar una comida a un hambriento, o algo de beber a un sediento, recibir a un forastero, animar a un enfermo, visitar a un preso son cosas que cualquiera puede hacer. No se trata de dar millones de pesetas, ni de escribir nuestros nombres en los anales de la Historia; sino de prestar una sencilla ayuda a personas que nos encontramos todos los días. No hay ninguna otra parábola que le abra el camino de la gloria de tal manera a la gente sencilla.

(ii) Debe ser una ayuda desinteresada. Los que la prestaron no lo hicieron pensando que estaban ayudando a Cristo o haciendo méritos para la eternidad; ayudaban porque no podían por menos. Era la reacción natural, instintiva, totalmente desinteresada, del corazón amante. Mientras que, por la otra parte, la actitud de los que dejaron de ayudar era: “ Si hubiéramos sabido que eras Tú, Te habríamos ayudado con mil amores; pero creímos que era simplemente una persona corriente que no valía la pena ayudar.» Sigue siendo verdad que hay algunos que ayudarían si hubieran de recibir por ello alabanzas y gracias y publicidad; pero ayudar de esa manera no es ayudar; es apilarse méritos. No es prestar por generosidad, sino por egoísmo disfrazado. La ayuda que obtiene la aprobación de Dios es la que se da nada más que para ayudar.

(iii) Jesús nos coloca cara a cara con la maravillosa verdad de que toda ayuda de esta clase que prestemos a nuestros semejantes se Le da a Él, y toda la ayuda que se niega, se Le niega a Él. ¿Cómo puede ser esto? Si de veras queremos alegrar el corazón de un padre, si de veras queremos moverle a gratitud, la mejor manera de hacerlo es ayudando a uno de sus hijos. Dios es el gran Padre; y la manera de alegrar el corazón de Dios es ayudando a Sus hijos, nuestros semejantes.

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