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Mateo 19: Matrimonio y divorcio en Israel

 Cuando Jesús acabó; de darles estas enseñanzas, Se marchó de Galilea y Se dirigió a los distritos de Judasa que están al lado de allá del Jordán. Le siguieron grandes Multitudes, y Él los sanó allí.

– Los fariseos se dirigieron a Él presentándole un caso difícil, para probarle, y Le dijeron: . . .

¿Es legal el que un hombre se divorcie de su mujer por cualquier, causa?

-¿Es que no habéis leído -les contestó Jesús que desde el principio el Creador los hizo varón y hembra, y dijo: «Por esta razón un hombre dejará a su padre y a su madre, y -se unirá a su mujer, y los dos formarán una sola persona»? Por tanto, ya no son dos personas, sino una sola. Pues entonces, lo que Dios ha unido, que no lo separe nadie:

Ellos Le dijeron: .

-¿Por qué entonces estableció Moisés que se le podía dar a la mujer un certificado de divorcio y divorciarse de ella?

-Fue por vuestra dureza de corazón por lo que Moisés os permitió divorciaros de vuestras mujeres -les contestó Jesús-; pero en un principio no fue ese el estado de cosas que se pretendía. Os digo que el que se divorcia de su mujer, a no ser por causa de fornicación, y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una divorciada, comete adulterio.

Aquí estaba tratando Jesús de una cuestión que era un problema de ardiente actualidad en Su tiempo, como lo es en el nuestro. El divorcio era algo sobre lo que no había unanimidad entre los judíos; y los fariseos Le hicieron aquella pregunta con la intención de involucrarle en la controversia.

Ninguna nación ha tenido nunca un concepto más alto del matrimonio que los judíos. El matrimonio era un deber sagrado. El quedarse soltero un hombre pasados los veinte años, salvo si era para concentrarse en el estudio de la Ley, era quebrantar el mandamiento positivo de « llevar fruto y multiplicarse.» El que no tenía hijos «mataba su propia posteridad,» y « limitaba la imagen de Dios en la Tierra.» «Cuando marido y mujer son como es debido, la gloria del Señor está con ellos.»

En el matrimonio no se entraba a la ligera ni descuidadamente. Josefo delinea el concepto judío del matrimonio basado en la enseñanza mosaica (Antigüedades de los judíos 4.8.23). Un hombre había de casarse con una virgen de buena ascendencia. No debía nunca corromper a la mujer de otro hombre; y no debía casarse con una mujer que hubiera sido esclava o prostituta. Si un hombre acusaba a su mujer de no haber sido virgen cuando se casó con ella, tenía que presentar pruebas de su acusación. El padre o el hermano de la mujer tenía que defenderla. Si se vindicaba el honor de la mujer, el marido debía seguir teniéndola como esposa, y no podía nunca divorciarse de ella, excepto por el más flagrante pecado. Si se demostraba que la acusación había sido infundada y maliciosa, el marido tenía que recibir los cuarenta azotes menos uno, y pagarle 50 siclos al padre de la mujer. Pero si podía probar su acusación y se encontraba culpable a la mujer, si era una persona corriente, la ley imponía que debía ser lapidada; y si era la hija de un sacerdote, había de ser quemada viva.

Si un hombre seducía a una joven que estaba prometida a otro, y la seducción tenía lugar con el consentimiento de ella, ambos recibían la muerte. Si el hombre forzaba a la joven en un lugar solitario o donde nadie pudiera defenderla, solo el hombre había de morir. Si un hombre seducía a una joven no comprometida, debía casarse con ella o, si el padre de la muchacha no estaba conforme con aquel matrimonio, el seductor debía pagarle 50 siclos.

Las leyes judías del matrimonio y de la pureza colocaban el listón muy alto. En principio se aborrecía el divorcio. Dios había dicho: «Yo aborrezco el divorcio» (Mal_2:16 ). Se decía que el mismo altar derramaba lágrimas cuando un hombre se divorciaba de la esposa de su juventud.

Pero el ideal y la realidad no iban de la mano. Había dos elementos que eran peligrosos y dañinos.

El primer lugar, a los ojos de la ley judía una mujer era una cosa. Era propiedad de su padre, o de su marido; y por tanto no tenía realmente ningunos derechos legales. La mayor parte de los matrimonios los concertaban, o los padres, o algún casamentero profesional. Una mujer podía estar comprometida desde la niñez, o a menudo se la comprometía para que se casara con un hombre al que ni siquiera había visto. Había una salvaguardia: cuando llegaba a la edad de 12 podía repudiar al marido que le hubiera asignado su padre. Pero, en relación con el divorcio, la ley general era que solo el marido tenía la iniciativa. La ley estipulaba: «Se puede divorciar a una mujer, con o sin su consentimiento; pero a un hombre no se le puede divorciar nada más que con su consentimiento.» La mujer no podía nunca iniciar el proceso del matrimonio; no se podía divorciar ella, sino solo ser divorciada por el marido.

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