(i) Enseña la lección que se presenta en todo el Nuevo Testamento de que es imprescindible perdonar para ser perdonado. El que no esté dispuesto a perdonar a sus semejantes, no puede esperar que Dios le perdone a él. « Bienaventurados los misericordiosos -dijo Jesús -, porque ellos obtendrán misericordia» (Mat_5:7). Inmediatamente después de enseñar a Sus hombres Su oración, Jesús pasó a exponer y explicar una de sus peticiones: « Porque si perdonáis a los demás sus ofensas, vuestro Padre celestial también os perdonará; pero si no perdonáis a los demás sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará las vuestras» (Mat_6:14 s). Como dice Santiago: «Porque se hará juicio inmisericorde al que no haya mostrado misericordia» (Jam_2:13). El perdón divino y el humano van de la mano.
¿Por qué debe ser así? Uno de los grandes detalles de esta parábola es el contraste entre las dos deudas.
El primer siervo le debía a su amo 10,000 talentos, es decir, 60,000,000 de denarios; el denario hemos puesto en algún otro lugar que equivalía a 10 pesetas, que era el sueldo diario de un jornalero; por tanto, 10,000 talentos serían 600,000,000 de pesetas. Esa era una deuda increíble. Sería superior al presupuesto de una provincia. Los ingresos totales de la provincia que incluía a Idumea, Judasa y Samaria no eran más que 600 talentos; la renta total de aun una provincia rica como Galilea era solamente 300 talentos. Aquí tenemos una deuda que era superior al rescate de un rey. Eso fue lo que se le perdonó al primer siervo.
Por otra parte, lo que le debía a ese siervo su consiervo era una cantidad insignificante; solamente 100 denariu; un denarius valía unas 10 pesetas; y por tanto la deuda era de 1,000 pesetas. Era aproximadamente un seiscientos mil avo de su propia deuda.
A. R. S. Kennedy hace una comparación para que comprendamos la diferencia cuantitativa que había entre las dos deudas. Supongamos que esas cantidades se reunieran en monedas de 25 pesetas. La deuda de 100 denarios se podría llevar en un bolsillo. 100 denarios = 1,000 pesetas. Los 10.000 talentos requerirían para llevarlos un ejército de unos 8,000 cargueros, cada uno con un saco de 50 kilos; y la fila de los portadores ocuparía, yendo a un. metro de distancia el uno del otro, 8 kilómetros. El contraste entre las dos deudas es alucinante. La lección es que nada que los hombres puedan hacernos se puede comparar ni remotamente con lo que nosotros hemos hecho a Dios; y si Dios nos ha perdonado la deuda que teníamos con Él, nosotros también debemos perdonar a nuestros semejantes las deudas que tengan con nosotros. Nada que nosotros tengamos que perdonar se podría comparar ni remotamente con lo que se nos ha perdonado a nosotros.
Se nos ha perdonado una deuda que no podríamos haber pagado jamás -porque nuestros pecados causaron la muerte del Hijo de Dios-; y por eso, debemos perdonar a los demás como Dios nos ha perdonado a nosotros, o no podremos esperar ser tratados con misericordia.
Mateo 18:1-35
18.1-4 Jesús tomó a un niño para ayudar a sus egocéntricos discípulos a captar la idea. No necesitamos ser infantiles (como los discípulos, que discutían asuntos insignificantes) sino más bien como niños de corazón humilde y sincero. ¿Es usted infantil o como niño?
18.3, 4 Los discípulos estaban tan preocupados con la organización del reino terrenal de Jesús que perdieron la visión de su propósito divino. En lugar de buscar cómo servir mejor, discutían en cuanto a puestos. Cuán fácil es perder nuestra perspectiva eterna y competir por puestos en la iglesia. Cuán difícil es identificarnos con los «niños», gente débil y dependiente sin posición social ni influencia.
18.6 Los niños confían por naturaleza. Confían en los adultos, y al hacerlo estos crecen en su capacidad de confiar en Dios. Por la influencia que tienen en los niños, los padres y los adultos darán cuenta a Dios de la forma en que afecten la capacidad de confiar de estos pequeños. Jesús advierte que cualquiera que aparte de la fe a algún niño recibirá un severo castigo.
18.7ss Jesús advirtió a los discípulos que hay tres diferentes maneras de causar pérdida de fe en los «niños»: por tentación (18.7-9), por menosprecio y por degradación (18.10-14). Como líderes, debemos ayudar a los creyentes jóvenes o nuevos a evitar cualquier cosa o cualquier persona que podría causarles daño en su fe y conducirlos al pecado. Nunca debiéramos tomar superficialmente la educación y protección espiritual de los niños en edad y de los niños en la fe.
18.8, 9 Debemos quitar las piedras de tropiezo que originan en nosotros pecado. Esto no significa que debemos mutilarnos el cuerpo, sino que toda persona, programa o enseñanza en la iglesia que amenace el crecimiento espiritual del cuerpo debe eliminarse. Jesús dice que es mejor ir al cielo con una mano que al infierno con dos. El pecado, sin embargo, afecta no sólo nuestras manos; afecta también nuestro corazón.