No hay nada en este mundo más terrible que destruir la inocencia de alguien. Y, si a uno le queda algo de conciencia, no hay nada que le pueda remorder más.. Alguien cuenta lo que le sucedió a un viejo que estaba muriendo; estaba claro que algo le turbaba profundamente. Por último, consiguieron que dijera qué. «Jugando con otros chicos -dijo-, un día cambiamos la posición de un indicador de direcciones en una encrucijada de manera que señalara en sentido contrario, y no he dejado de preguntarme a cuántas personas haría que tomaran una dirección equivocada.» El pecado más grave de todos es enseñar a otro a pecar.
(ii) Subraya el terror del castigo de los que enseñan a otro a pecar. Si una persona enseña a otra a pecar, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino y la arrojaran a lo más profundo del Marcos
La piedra de molino que se menciona aquí es una mylos onikós. Los judíos molían el grano entre dos piedras circulares. Esto se hacía en las casas; y en cualquier cabaña se podía ver un molino así. La piedra superior, que giraba encima de la inferior, estaba equipada con una manilla, y era corrientemente de un tamaño que permitía que el ama de casa la manejara, porque era ella la que molía los cereales para el uso del hogar. Pero una mylos onikós era una piedra de molino de tal tamaño que tenía que moverla un burro (onos es la palabra griega para asno, y mydos es la palabra griega para piedra de molino). El mismo tamaño de la piedra de molino muestra lo terrible de la condenación.
Además, en griego se dice, no tanto que sería mejor para la persona hundirse en las profundidades del mar, sino que sería mejor que le tiraran a uno al fondo en alta Marcos Los judíos temían al Marcos Para ellos el Cielo era un lugar en el que ya no habría mar (Rev_21:1 ). El que enseñaba a otro a pecar estaría mejor si le hundieran en alta mar en el lugar más solitario de todos. Más aún: La misma imagen de sumergir producía horror a los judíos. Sumergir era a veces un castigo romano, pero nunca judío. Para un judío era el símbolo de la destrucción total. Cuando los rabinos enseñaban que había que destruir completamente los objetos paganos y gentiles decían que había que «tirarlos a la mar salada.» Josefo (Antigüedades de los judíos 14.15.10) tiene un relato terrible de un levantamiento en el que los galileos apresaron a los partidarios de Herodes y los echaron al mar de Galilea. La misma frase contendría para los judíos un cuadro de destrucción total. Las palabras de Jesús estaban cuidadosamente escogidas para mostrar el fin que aguardaba al que enseña a otro a pecar.
(iii) Contiene una advertencia que silencia toda evasión: Este es un mundo infectado de pecado y un mundo tentador; nadie puede pasar por él sin encontrarse las seducciones del pecado. Esto es especialmente cierto cuando se sale de un hogar protegido, en el que no se ha estado expuesto a ninguna mala influencia. Jesús dice: «Eso es absolutamente cierto; este mundo está lleno de tentaciones; son inevitables en un mundo en el que ha entrado el pecado; pero eso no disminuye la responsabilidad de la persona que es la causa de que haya una piedra de tropiezo en el camino de un joven o de un principiante en la fe.»
Sabemos que este es un mundo tentador; es por tanto el deber del cristiano quitar las piedras de tropiezo, nunca ser el causante de que aparezcan en el camino. de nadie. Esto quiere decir que no es solo un pecado poner una piedra de tropiezo en el camino de otro; también es pecado llevar a otra persona a una situación o circunstancia o ambiente en el que pueda encontrar una piedra de tropiezo. Ningún cristiano puede darse por satisfecho y en letargo en una civilización en la que las condiciones de vida y de hogar en que viven los jóvenes no les dejan posibilidad de escapar a las seducciones del pecado.
(iv) Por último, subraya la suprema importancia del niño:
«Sus ángeles -dice Jesús- contemplan siempre el rostro de Mi Padre Que está en el Cielo.» En tiempos de Jesús, los judíos tenían uña angelología sumamente desarrollada. Cada nación tenía su ángel; cada fuerza natural, tal como el viento y el trueno y el rayo y la lluvia, tenía su ángel. Hasta llegaban a decir, muy poéticamente, que todas las hojas de hierba tenían su ángel. Así que creían que cada niño tenía su ángel de la guarda.
Decir que esos ángeles contemplaban el rostro de Dios en el Cielo quiere decir que siempre tenían el derecho de acceso directo a Dios. Se representa el Cielo como una gran corte real en la que solo los más favorecidos cortesanos y ministros y oficiales tienen acceso directo al Rey. A los ojos de Dios, los niños son tan importantes que sus ángeles de la guarda siempre tienen derecho de acceso directo a la presencia íntima de Dios.
Para nosotros, el gran valor de un niño depende siempre de las posibilidades que encierra. Todo depende de cómo se le enseñe y prepare. Las posibilidades puede que no se hagan realidad nunca; puede que se reduzcan o supriman; que lo que se podría haber usado para el bien se desvíe a los propósitos del mal; o que se desaten de tal manera que inunde la Tierra una nueva marea de poder.
Allá por el siglo XI, el duque Roberto de Burgundia era uno de los grandes guerreros y de las grandes figuras caballerescas. Estaba a punto de emprender una campaña. Tenía un hijo que era su heredero; y, antes de partir, hizo que sus barones y nobles vinieran a jurar fidelidad al pequeño infante, en caso de que a él le sucediera algo. Llegaron con sus plumas ondulantes y el estruendo de sus cabalgaduras, y se arrodillaron ante el niño. Un gran barón se sonrió, y el duque Roberto le preguntó por qué, Él le contestó: «¡El niño es tan pequeñito!» «Sí -dijo el duque Roberto-, es pequeño, pero crecerá.» ¡Y vaya si creció! Porque aquel bebé llegó a ser Guillermo el Conquistador de Inglaterra.