Aquel día los discípulos se Le acercaron a Jesús, y Le dijeron: Entonces, ¿quién es el más grande en el Reino delCielo?
Jesús llamó a un chiquillo, y le puso en medio de ellos, diciéndoles:
-Os diré la pura verdad: A menos que os volváis y os hagáis como niños, no entraréis en el Reino del Cielo. El que sea tan humilde como este chiquillo, ese es el más grande en el Reino del Cielo.
Aquí tenemos una pregunta muy reveladora, seguida de una respuesta muy reveladora. Los discípulos Le preguntaron a Jesús quién era el más grande en el Reino del Cielo. Jesús tomó a un chico y dijo que a menos que ellos se volvieran y llegaran a ser como ese chiquillo, no entrarían en el Reino de ninguna manera.
La pregunta de los discípulos era: «¿Quién será -el más grande en el Reino del Cielo?» Y el mismo hecho de que hicieran esa pregunta mostraba que no tenían ni idea de lo que era el Reino del Cielo. Jesús dijo: «A menos que os volváis.» Estaba advirtiéndoles que iban en un sentido totalmente equivocado, alejándose en lugar de acercarse al Reino del Cielo. En la vida, todo depende de lo que una persona se proponga; si su meta es el cumplimiento de una ambición personal, la adquisición de poder personal, el disfrutar de prestigio personal, la exaltación del yo, se está proponiendo lo contrario del Reino del Cielo; porque ser ciudadano del Reino quiere decir olvidarse completamente de uno mismo, borrar el yo, consumir el yo en una vida que se propone el servicio y no el poder. Mientras uno considere su persona como la cosa más importante del mundo, está de espaldas al Reino; si quiere alcanzar el Reino debe darse la vuelta y encaminarse en sentido opuesto.
Jesús tomó a un chiquillo. Según una tradición, el chiquillo era Ignacio de Antioquia, que llegaría a ser una gran figura de la Iglesia, un gran escritor y finalmente un mártir de Cristo: Ignacio recibió el apodo de Theóforos, que quiere decir llevado por Dios, y la tradición desarrolló la idea de que había sido porque Jesús le había llevado en brazos o puesto sobre Sus rodillas. Puede que fuera así. Pero puede que sea más probable que fuera Pedro el que hiciera la pregunta, y que fuera su hijo el que Jesús tomó y puso en medio, porque sabemos que Pedro estaba casado (Mat_8:14 ; 1Co_9:5 ).
Así es que Jesús dijo que en un niño vemos las cualidades que deben caracterizar a los del Reino. Un niño tiene muchas cualidades encantadoras: la capacidad de maravillarse, hasta que llega a dar por sentada la maravilla del mundo; la capacidad de perdonar y olvidar, hasta cuando los mayores y aun sus padres le tratan injustamente, como sucede con tanta frecuencia; la inocencia, que, como dice hermosamente Richard Glover, lleva consigo el que un niño no tiene más que aprender, y no que desaprender; solo que hacer, no que deshacer. Sin duda Jesús estaba pensando en estas cosas; pero, con ser tan maravillosas, no eran las principales en Su mente. El niño tiene tres grandes cualidades que le hacen el símbolo de los ciudadanos del Reino.
(i) Lo primero y principales la cualidad que es la clave de todo el pasaje: la humildad del niño. Un niño no quiere pretender; más bien prefiere pasar inadvertido. No desea ser prominente; prefiere más bien quedar en la sombra. Solo cuando ya va creciendo y empieza a iniciarse en un mundo competitoivo, con su lucha feroz y competencia por premios y primeros lugares, es cuando deja atrás su humildad instintiva.
(ii) Tenemos la dependencia del niño. Para el niño, un estado de dependencia es completamente natural. Nunca cree que puede enfrentarse solo con la vida. Está contento con ser totalmente dependiente de los que le quieren y cuidan. Si aceptáramos el hecho de nuestra dependencia de Dios, entrarían en nuestras vidas una nueva fuerza y una nueva paz.
(iii) Está la confianza del niño. El niño es instintivamente dependiente, y instintivamente también confía en sus padres para la provisión de sus necesidades. Cuando éramos niños, no podíamos comprar nuestros alimentos ni nuestra ropa, ni mantener nuestra casa; sin embargo, nunca dudábamos de que podríamos vestirnos y alimentarnos, y que encontraríamos protección y calor y comodidad esperándonos cuando volviéramos a casa. Cuando éramos niños, salíamos de viaje sin dinero para pagar el billete, sin idea de cómo llegaríamos a nuestro destino; y sin embargo nunca se nos ocurría dudar de que nuestros padres nos llevaran y nos trajeran de vuelta a salvo.