Además, era corriente ver una grey de pájaros revoloteando en torno a un arbusto de mostaza, porque les encantan los granitos negros que produce, y se posan en sus ramas para comerlos.
Jesús dijo que Su Reino era como un granito de mostaza, que se hace como un árbol cuando crece. La lección estaba más clara que el agua. El Reino del Cielo parte del comienzo más humilde, pero nadie sabe dónde terminará. En el lenguaje oriental, y también en el del Antiguo Testamento, una de las figuras más corrientes de un gran imperio es la de un árbol frondoso, y las naciones vasallas se representan como los pajarillos que encuentran cobijo y descanso entre sus ramas Eze_31:6 ). Esta parábola nos enseña que el Reino del Cielo empieza muy pequeñito, pero llegará el momento cuando reúna en su seno muchas naciones.
La Historia nos confronta con el hecho de que las cosas más grandes siempre tienen que empezar por los principios más humildes.
(ii) Una idea que puede cambiar una civilización empieza en una persona. En el Imperio Británico fue William Wilberforce el que inició el proceso de la liberación de los esclavos. Le vino la idea leyendo una exposición del comercio de esclavos de Thomas Clarkson. Era amigo de Pitt, que era entonces primer ministro; y un día estaba charlando con él y con George Grenville en el jardín de Pitt en Holwood. Tenían una vista muy hermosa, con el valle de Keston enfrente; pero los pensamientos de Wilberforce discurrían por un paisaje muy desagradable. De pronto Pitt se volvió hacia él y le dijo: « Wilberforce, ¿por qué no haces una propuesta sobre el tráfico de esclavos?» Se sembró una idea en la mente de un hombre, y esa idea cambió la vida de centenares de miles de personas. Una idea tiene que encontrar una persona dispuesta a dejarse poseer por ella; y, cuando la encuentra, empieza a avanzar una marea incontenible.
(ii) Un testimonio tiene que empezar por una persona. Cecil Northcott cuenta en uno de sus libros que hubo una reunión de jóvenes de muchos países paró estudiar cómo se podía extender el Evangelio. Hablaron de propaganda, de literatura… en fin: de todos los medios al uso en el siglo XX. Entonces habló una chica de África: «Cuando queremos llevar la fe cristiana a una de nuestras aldeas, no les mandamos libros. Escogemos una familia cristiana, y la enviamos allí, y hacen que sea una aldea cristiana viviendo en ella.» En un grupo, o en una sociedad, o escuela, o fábrica, o tienda, u oficina, una y otra vez es el testimonio de una persona lo que lleva el Cristianismo. Es esa persona que brilla con el fuego de Cristo la que inflama a todas las demás.
(iii) Una reforma empieza por una persona. Una de las grandes historias de la Iglesia Cristiana es la de Telémaco. Era un ermitaño en el desierto, pero algo le dijo -la llamada de Dios- que tenía que ir a Roma. Y fue. Roma ya era nominalmente cristiana; pero hasta en la cristiana Roma seguía habiendo luchas de gladiadores a muerte, y multitudes que rugían de sed de sangre. Telémaco se dirigió a los juegos: ochenta mil personas los estaban contemplando. Se horrorizó. ¿No eran hijos de Dios esos que se mataban? Saltó de su asiento a la arena, y se colocó entre los gladiadores. Le apartaron de un empellón. Volvió. La multitud se enfureció: se pusieron a apedrearle. Él siguió luchando por colocarse entre los gladiadores. El prefecto dio la orden. Una espada resplandeció al sol. Telémaco cayó muerto. Inmediatamente la multitud dejó de gritar. Se dio cuenta de pronto de lo que había sucedido: un hombre santo yacía muerto. Algo sucedió aquel día en Roma, porque ya no volvió a haber peleas de gladiadores. Con su muerte, un solo hombre había puesto en movimiento algo que iba a limpiar el Imperio Romano de una de sus lacras. « El monje Telémaco, que se interpone en la arena del circo entre los combatientes y consigue con su sacrificio la proscripción de los juegos de los gladiadores; el eclesiástico que da asilo en el templo al perseguido por la venganza, o a la presunta víctima de error judicial; Francisco de Asís con sus frailes menores, prontos a todo servicio humanitario, sin miras a la recompensa; Bartolomé de las Casas, procurando librar a sus indios de la opresión y la crueldad; Concepción Arenal y Juan Howard, mitigando la suerte de los presos; Josefina Butler, abogando la causa de las mujeres desgraciadas; Lincoln, libertando a los esclavos; el padre Damián, consagrando su vida a los leprosos, todos estos, y muchos más, han buscado el Reino de Dios y aquella pura justicia que le es propia, y han ensanchado los dominios donde la voluntad divina se cumple, si no como en el Cielo, mejor que se cumplía antes. Si no nos está reservado hacer obra tan grande como la de estos héroes, no faltarán a nuestra alrededor cositas pequeñas en las cuales nuestro esfuerzo pueda introducir algo del espíritu y atmósfera del Reino de Dios» (Adolfo Araujo, Cristianidad, pág. 105)
1 Escuchad, Jesús nos dice: – ¿Quiénes van a trabajar? Campos blancos hoy aguardan – que los vayan a segar. Él nos llama cariñoso, – nos constriñe con Su amor.
¿Quién responde a Su llamada: -Heme aquí, yo iré, Señor?
2 Si por tierras y por mares – no pudieres transitar, tu vecino está a tu puerta – a quien puedes auxiliar. Si careces de riquezas, – de lo que tuvieres da: si por el Señor lo dieres, – Él te recompensará.
3 Si cual inspirado apóstol – no te es dado predicar, bien decir a todos puedes – cuánto supo Cristo aMarcos Si el peligro no lograres – que comprenda el pecador, puedes conducirle niños – al divino Salvador.
(Daniel March – traductor: Thomas M. Westrup).