Mateo 13: El Sembrador salió a sembrar

(i) La lección de esta parábola es, primero, que el hombre se encontró con algo de valor inmenso, no tanto por casualidad, sino en medio de su trabajo cotidiano. Es verdad que dio con ello inesperadamente, pero fue cuando estaba ocupado en sus quehaceres habituales. Y es legítimo deducir que estaba cumpliendo con su deber con diligencia y eficacia, porque tiene que haber estado cavando bien hondo, y no meramente arañando la superficie, para haberse encontrado con aquel tesoro. Sería una pena que fuera solo en las iglesias, en los lugares que se consideran santos y en las ocasiones que se tienen por religiosas, donde pudiéramos encontrarnos con Dios y sentirnos cerca de Él.

Hay un dicho de Jesús que no se encuentra en los evangelios pero que suena a auténtico: «Levanta la piedra, y Me encontrarás; tala la madera, y estaré en ella.» Cuando el albañil está trabajando la piedra o el carpintero la madera, allí está Jesucristo con ellos. La verdadera felicidad y satisfacción, el sentir a Dios y la presencia de Cristo se han de encontrar en el trabajo cotidiano hecho con honradez y a conciencia. El hermano Lorenzo, gran santo y místico, pasó la mayor parte de su vida laboral en la cocina del monasterio entre cacharros, y pudo decir: «Sentía a Jesucristo tan cerca de mí en la cocina como en el santísimo sacramento.» Y Teresa de Jesús, si no citaba al hermano Lorenzo por lo menos coincidía totalmente con él cuando decía, animando a sus monjas a las labores cotidianas: «También entre los pucheros anda el Señor.»

(ii) La lección de esta parábola es, segundo, que merece la pena cualquier sacrificio para entrar en el Reino. ¿Qué quiere decir entrar en él Reino? Cuando estudiamos la Oración Dominical (Mat_6:10 ), encontramos que podíamos decir que el Reino de Dios es un estado social en la Tierra en el que la voluntad de Dios se hace tan perfectamente como en el Cielo. Por tanto, entrar en el Reino es aceptar y hacer la voluntad de Dios. Así que vale la pena, cualquier pena, hacer la voluntad de Dios. De pronto, como el que descubre un tesoro escondido, puede que se nos presente, en algún momento de iluminación, la convicción de cuál es la voluntad de Dios para nosotros. Aceptarla puede suponer renunciar a algunos objetivos y ambiciones que apreciamos mucho, abandonar ciertos hábitos y maneras de vivir que son difíciles de renunciar, asumir una disciplina y una autonegación que no son fáciles ni mucho menos; en una palabra: tomar nuestra cruz y seguir a Jesús. Pero no hay otra manera de conseguir la paz en la mente y en el corazón en esta vida y la gloria en la vida por venir. Sin duda vale la pena renunciar a todo para aceptar y hacer la voluntad de Dios.

LA PERLA DE VALOR INCALCULABLE

Mateo 13:45-46

El Reino del Cielo se parece también a un comerciante que anda buscando buenas perlas. Cuando encuentra una de gran valor va y vende todo lo que tiene y la compra.

En el mundo antiguo las perlas eran algo especialmente valioso. Muchas personas anhelaban poseer una perla preciosa, no tanto por su valor en dinero como por su belleza. Hallaban un gran placer simplemente tocándola y contemplándola. Encontraban un placer estético en poseer y mirar una perla. Las principales fuentes de perlas eran entonces las orillas del Mar Rojo y de las lejanas Islas Británicas; pero un comerciante se peinaría los mercados del mundo para encontrar una perla que tuviera una belleza extraordinaria.

Hay algunas verdades de lo más sugestivas ocultas en esta parábola.

(i) Es sugestivo descubrir que el Reino del Cielo se compara con una perla. En el mundo antiguo, como hemos visto, una perla era la posesión más maravillosa; eso quiere decir que el Reino del Cielo es lo más maravilloso del mundo. Recordemos lo que es el Reino: estar en el Reino es aceptar y hacer la voluntad de Dios. Es decir: hacer la voluntad de Dios no es algo hosco, gris y agónico, sino la cosa más maravillosa. Más allá de la disciplina, el sacrificio, la autonegación, la cruz… se encuentra la suprema hermosura que excede -a todas las hermosuras y que no se encuentra en ningún otro lugar. No hay más que una manera de traer paz al corazón, gozo a la mente, belleza a la vida, y es aceptar y hacer la voluntad de Dios.

(ii) Es sugestivo descubrir que hay otras perlas, pero sólo una de valor incalculable. Es decir: hay muchas cosas preciosas en este mundo, y muchas en las que se puede encontrar belleza. Se puede encontrar en el conocimiento y en los horizontes de la mente humana, en el arte y en la música y en la literatura y en todos los logros del espíritu humano; se puede encontrar en el servicio de nuestros semejantes, aun cuando ese servicio surja de motivos puramente humanitarios y no puramente cristianos; se puede encontrar en las relaciones humanas. Todas estas cosas son preciosas, pero tienen un valor inferior. La suprema belleza se halla en la aceptación de la voluntad de Dios. Esto no es minimizar las otras cosas; son también perlas; pero la perla suprema es la obediencia voluntaria que nos hace amigos de Dios.

(iii) Encontramos en esta parábola la misma enseñanza que en la anterior, pero con una diferencia. El hombre que estaba labrando el campo no estaba buscando ningún tesoro; se lo encontró casualmente. Pero este hombre estaba buscando buenas perlas: ese era su negocio.

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