Mateo 13: El Sembrador salió a sembrar

Hay aquí una verdad indiscutible. Es verdad que los hombres crucificaron a Jesucristo porque desafiaba sus convencionalismos y tradiciones; y una y otra vez es verdad que se ha perseguido a los cristianos porque representaban una fuerza transformadora y renovadora. Es abundantemente cierto que no hay nada en el mundo tan inquietante como el Evangelio; esa es, de hecho, la razón por la que tantas personas lo rechazan y tratan de eliminarlo.

Cuando lo pensamos un poco nos damos cuenta de que no tenemos que escoger entre una de las dos interpretaciones de la parábola, porque ambas son verdaderas. Hay un sentido en el que el Reino, el poder de Cristo, el Espíritu de Dios, siempre está actuando, aunque no lo veamos; y hay un sentido en que está a la vista su acción. Cristo cambia muchas vidas personales e individuales manifiesta y violentamente; y al mismo tiempo hay una operación silenciosa del propósito de Dios a lo largo de la Historia.

Podemos presentarlo de la siguiente manera. El Reino, el poder de Cristo, el Espíritu de.=Dios, es como el Guadiana, que una parte de su curso fluye invisiblemente por debajo de la superficie de la tierra, para surgir otra vez en todo su poder, a la vista de todo el mundo. Esta parábola nos enseña tanto que el Reino está siempre obrando invisiblemente como que hay momentos en la vida individual y colectiva en los que la acción del Reino es tan patente y tan manifiestamente poderosa que todos la pueden ver.

TODO EN LA LABOR DIARIA

Mateo 13:44

También se parece el Reino del Cielo a un tesoro que estuviera escondido en un campo. Va uno, y lo descubre, y lo oculta otra vez; y de la alegría que tiene, va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo.

Aunque esta parábola nos suena extraña, les sonaría perfectamente natural a los que vivían en Palestina en tiempos de Jesús; y aun en nuestro tiempo, a las gentes del Oriente les parecerá un tema muy actual.

En el mundo antiguo había bancos, pero la gente comente no los podía usar. Lo más frecuente era que usara el campo como el lugar más seguro para guardar sus más preciadas posesiones. En la Parábola de los Talentos, el siervo inútil escondió su talento en la tierra para no perderlo (Mat_25:25 ). Los rabinos tenían un dicho proverbial de que no había más que un lugar seguro para guardar el dinero: la tierra.

Esto era todavía más real en una tierra en la que el jardín de cualquiera podía convertirse en un campo de batalla de la noche a la mañana. Palestina fue probablemente el país en que se dieron más batallas en el mundo antiguo; y, cuando la marea de la guerra amenazaba con anegarla, lo que casi todo el mundo hacía era esconder lo que tuviera de valor en la tierra antes de emprender la huida, con la esperanza de volver algún día y recuperarlo. Josefo menciona «el oro y la plata y todos los muebles valiosos que tenían los judíos, y que depositaron bajo tierra ante las fortunas inciertas de la guerra.»

Thomson nos cuenta en La tierra y el libro, que se publicó por primera vez en 1876, el caso del descubrimiento de un tesoro que él conoció personalmente en Sidón. Había en aquella ciudad una famosa avenida con acacias. Unos obreros, cavando en uno de los jardines de dicha avenida, descubrieron varios cacharros de cobre llenos de monedas de oro. Tenían la intención de quedárselas; pero eran tantos los que se creían con derecho a una parte, y estaban tan indeciblemente emocionados que se descubrió su secreto y el gobierno local se hizo cargo. Todas las monedas eran del tiempo de Alejandro Magno y de su padre Felipe. Thomson sugiere que, cuando Alejandro murió inesperadamente en Babilonia, se recibió la noticia en Sidón, y algún gobernador macedonio enterró aquellas monedas con la intención de apropiárselas en el caos que sin duda seguiría a la muerte de Alejandro. Thomson añade que hay personas que se dedican al negocio de buscar tesoros escondidos; y que viven en una tensión tan constante que se da el caso de que se desmayan cuando encuentran una sola moneda. Cuando Jesús refirió esta parábola hablaba de algo que les sonaría muy familiar e interesante a los habitantes de Palestina y del Oriente en general.

Se podría pensar que Jesús pone como ejemplo en esta parábola a un hombre culpable de una práctica más que dudosa, porque escondió otra vez su hallazgo en vez de dar parte al dueño de la finca o a las autoridades, y dio pasos para quedárselo él. A eso se pueden decir dos cosas. La primera que, aunque Palestina estaba en tiempos de,1esús bajo el dominio de Roma y sus leyes, en las cosas ordinarias, menudas y cotidianas era la ley tradicional judía laque se aplicaba; y, en cuanto a los tesoros escondidos, la ley rabínica judía era muy clara: «¿Qué hallazgos pertenecen al que los encuentre, y de cuáles tiene éste que dar parte? Estos son los que pertenecen al que los encuentra. Si uno encuentra fruta caída, o dinero caído… eso le pertenece al que lo encuentre.» Así que, legalmente, este hombre tenía derecho a lo que se había encontrad.

Y segunda: hasta aparte de eso, cuando se trata de una parábola, no hay que fijarse tanto en los detalles; las parábolas tienen una lección especial, y todo lo demás es secundario. En esta parábola, el tema es el gozo del descubrimiento, que hace que el hombre esté dispuesto a renunciar a todo lo demás para que el tesoro le pertenezca sin lugar a dudas. Ningún otro detalle de la parábola tiene importancia.

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