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Mateo 12: Quebrantando la ley del sábado

Mas es bien probable que nuestro Señor aludiera también a las iglesias cristianas en conjunto. Habiendo sido sacadas de las espesas tinieblas del paganismo por medio de la predicación del Evangelio, jamás su práctica ha estado en perfecto acuerdo con sus principios. Inspiradas como fueron con nueva vida en la época de la reforma protestante, ningunas de ellas han sabido aprovechar sus privilegios ni hacer los adelantos que eran de esperarse. Y hoy día se sienten síntomas en muchas partes de que el espíritu maligno ha regresado a su hogar y está fraguando una irrupción de infidelidad y de falsas doctrinas cuál jamás presenciaron las iglesias. Es de temerse que el postrer estado de muchas iglesias sea peor que el primero.

Empero, y esto es aun más triste, nuestro Señor se refirió no solo a la nación judía y a las iglesias cristianas, sino también a muchos individuos. Hombres hay que en su edad primera parecían hallarse animados de profundos sentimientos religiosos. En su conducta podía observarse una reforma considerable: abandonaron costumbres malas y adoptaron muchas buenas. Mas no pasaron de ese punto, y con el tiempo se olvidaron de la religión completamente; de manera que cuando el espíritu maligno volvió a sus corazones, los halló, según la expresión bíblica, desocupados, barridos y adornados. Y una vez que eso sucede son peores que al principio: parecen tener cauterizada la conciencia y haber perdido la facultad de percibir la verdad religiosa.

La última reflexión a que da lugar este pasaje versa sobre el tierno afecto que Jesús manifestó hacia sus discípulos.

Notad si no lo que dijo de cada uno que hace la voluntad de su Padre que está en los cielos: dijo que era su hermano, su hermana y su madre. ¡Qué palabras tan llenas de bondad! ¿Quién alcanza a concebir lo profundo del amor que nuestro Señor profesaba hacia sus parientes naturales? Debe de haber sido un amor puro, sin mezcla de egoísmo; un amor entrañable y que sobrepuja todo entendimiento. Sin embargo, se digna reputar a todos los creyentes como sus parientes.

Los ama y cuida de ellos como si fueron miembros de su familia, hueso de su hueso y carne de su carne.

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