Mateo 12:1-13
El tema que se nos presenta en este pasaje de una manera prominente es la observancia del sábado. Acerca de dicho asunto prevalecían en medio de los judíos de aquel tiempo opiniones harto singulares. Los fariseos habían adicionado sobre el particular las enseñanzas de la Escritura, y habían recargado el precepto con adiciones humanas. En las iglesias cristianas las opiniones han sido diversas, y aun el día de hoy estamos lejos de haber llegado a un acuerdo completo.
Examinemos, qué nos enseña nuestro Señor en el pasaje que tenemos a la vista.
Desde luego tendremos que convencernos de que nuestro Señor Jesucristo no suprime la observancia de un día de descanso cada semana. Tal supresión no se encuentra ni en este pasaje, ni en ninguna otra parte de los cuatro Evangelios. Con mucha frecuencia expresó su opinión relativamente a los errores de los judíos sobre la santificación del sábado, mas jamás dijo que sus discípulos no debían en manera alguna guardarlo.
Es de suma importancia que se note ese hecho, pues los errores que han dimanado de un examen superficial de las palabras de nuestro Señor, no son ni pocos ni leves. Muchos han llegado de un modo precipitado a la convicción de que los cristianos no tienen nada que hacer con el cuarto mandamiento, y que su práctica o lo que en este capítulo se diga del sábado es aplicable al domingo, que es el día que los cristianos observan.
No les es más obligatoria que la observancia de la ley mosaica acerca de los sacrificios. No hay nada en el Nuevo Testamento que justifique semejante convicción.
Lo cierto es que nuestro Señor no abolió el mandamiento que se refiere al sábado: lo que hizo fue desenmarañarlo de interpretaciones incorrectas y despejarlo de las tradiciones humanas. No lo borró del decálogo, mas lo dejó en su lugar, como parte de la ley eterna de Dios, de la cual no ha de pasar ni un punto, ni una tilde.
También nos convenceremos de que nuestro Señor Jesucristo permite que se ejecuten en el sábado obras de misericordia.
En este pasaje vemos que justificó a sus discípulos por haber recogido las espigas de trigo en el sábado, por cuanto que aquel era un acto sancionado por la Escritura (Deut. 23.25) y los discípulos tenían hambre. Además, aseguró que era lícito sanar a un enfermo en día sábado, en atención a que no se quebrantaba la ley de Dios con suministrar alivio a un paciente.
Los argumentos por medio de los cuales nuestro Señor sostuvo la doctrina de que venimos tratando son notables é incontestables. a los fariseos que lo habían acusado a él y a sus discípulos les hizo presente que David y los que lo acompañaban a falta de otro alimento habían tomado del pan de la proposición que estaba en el tabernáculo, y se lo habían comido ; que los sacerdotes del templo estaban obligados a trabajar en el sábado inmolando víctimas y ofreciendo sacrificios ; que aun ellos mismos sacarían a una oveja de un hoyo, en el sábado, en vez de dejarla perecer; y, por último, que ninguno de los preceptos de Dios debe aplicarse con tal rigor que nos impulse a descuidar los sencillos dictados de la caridad. «Misericordia quiero, y no sacrificio:» la primera tabla de la ley no debe interpretarse de tal manera que el que la obedezca tenga que infringir la segunda.
Al terminar la consideración de este asunto es preciso que nos resolvamos a no tener en poco la santidad del domingo, o sea el sábado de los discípulos de Cristo. Los fariseos se fueron a un extremo: los cristianos yerran en dirección opuesta.
Los fariseos pretendían hacer el día más sagrado; los cristianos, queriendo evitar todo rigor, lo observan muchas veces de una manera ociosa, profana é irreverente. Procuremos proceder con acierto en este asunto.
Mateo 12:15-21
Lo primero que en este pasaje llama nuestra atención es que pone de manifiesto la espantosa maldad del corazón humano. Vencidos al silencio por los argumentos de nuestro Señor, los fariseos se sumergieron más y más profundamente en el pecado. Se nos dice que salieron y consultaron para destruirle.
¿Qué mal había hecho nuestro Señor para que lo tratasen así? Ninguno absolutamente. Ningún cargo podía hacérsele contra su conducta: era santo, inocente, puro; y había pasado sus días en hacer bien. Tampoco pedía hacérsele cargo alguno contra su doctrina: había probado que esta armonizaba con la Escritura y con la razón, y sus pruebas no habían sido refutadas. Sin embargo, era aborrecido.
Los verdaderos cristianos no deben sorprenderse si se les tornare en blanco de odio y de envidia. «No os maravilléis,» dijo San Juan, «si el mundo os aborrece.» 1 Juan 3.13. Por consecuentes que sean en su conducta y por escrupulosa que sea la obediencia que den a los preceptos divinos, no podrán estar al abrigo de la ojeriza de los incrédulos. El único hombre perfecto que jamás vivió sobre la tierra fue aborrecido en vez de ser amado. Lo que al mundo le disgusta no es la fragilidad de los creyentes sino su bondad. Tengamos esto presente y seamos resignados. El mundo aborreció a Jesús y siempre aborrecerá a los creyentes.