(ii) Jesús estableció que una persona tendría que dar cuenta especialmente de sus palabras inútiles. La palabra que se usa aquí para inútil es aergós; érgon es la palabra griega para obra; y el prefijo a quiere decir sin; aergós describe lo que no está destinado a producir ningún efecto. Se usa, por ejemplo, de un árbol estéril, de tierra en barbecho, del día de sábado en el que no se puede hacer ninguna obra, de una persona perezosa. Jesús estaba diciendo algo que es profundamente cierto. De hecho hay dos grandes verdades aquí.
(a) Son las cosas que uno dice sin darse cuenta, las palabras que se le escapan cuando no hay barreras convencionales, las que muestran de veras cómo es. Como lo expresa Plummer: «Las palabras que se dicen cuidadosamente puede que sean una hipocresía calculada.» Cuando una persona está en guardia conscientemente, pondrá cuidado en lo que dice y en cómo lo dice; pero cuando no está en guardia, sus palabras revelan su carácter. Es totalmente posible que los pronunciamientos públicos de una persona sean correctos y nobles, y que su conversación privada sea áspera y desabrida. En público se escoge cuidadosamente lo que se dice; en privado se despiden los centinelas y cualquier palabra sale por el puesto de guardia de los labios. Así sucede con la ira: puede que uno diga cuando está enfadado lo que piensa de veras y ha querido decir muchas veces, pero se lo ha impedido el frío control de la prudencia. Muchas personas son un modelo de encanto y de cortesía en público, cuando saben que los están observando y son especialmente cuidadosos con sus palabras; mientras que en su propia casa son un ejemplo terrible de irritabilidad, sarcasmo, mal genio, crítica y quejiconería porque no hay nadie que lo vea u oiga. Es humillante -y alertante- el recordar que las palabras que muestran lo que somos son las que se nos escapan cuando tenemos la guardia baja.
(b) A menudo son esas las palabras que hacen más daño. Puede que se diga cuando se está descontrolado lo que no se diría nunca cuando se está controlado. Puede que diga después que no era aquello lo que quería decir; pero eso no le libera de la responsabilidad de haberlo dicho; y el hecho de haberlo dicho deja a menudo una herida que no se cura con nada, y levanta una barrera que ya no se puede eliminar. Puede que uno diga cuando está relajado algo ofensivo y cuestionable que no diría nunca en público -y eso es precisamente lo que se alberga inolvidablemente en la memoria de alguien. Pitágoras, el gran filósofo griego, decía: «Antes lanza una piedra al azar, que una palabra.» Una vez que se ha dejado escapar una palabra ofensiva o sucia, nada la hará volver atrás; y seguirá una trayectoria de daño por dondequiera que vaya.
Que cada uno se examine a sí mismo. Que examine sus palabras para descubrir el estado de su corazón. Y que tenga presente que Dios no le juzgará por las palabras que diga cuidadosa e intencionadamente, sino por las que se le escapen cuando no haya restricciones convencionales y suban borbollando a la superficie los verdaderos sentimientos del corazón.
LA SEÑAL ÚNICA
Mateo 12:38-42
Entonces Le dijeron unos escribas y fariseos:
Maestro, queremos que nos des alguna señal acerca de Ti mismo.
La generación que demanda una señal es malvada y apóstata -les contestó Jesús-. No se le dará más señal que la del profeta Jonás. Porque, como estuvo Jonás tres días y tres noches en el vientre de la ballena, así el Hijo del hombre estará en el corazón de la Tierra tres días y tres noches. En el Juicio, las gentes de Nínive darán testimonio contra esta generación y demostrarán su culpabilidad; porque ellos se arrepintieron por la predicación de Jonás, y fijaos, aquí está Uno que es más que Jonás. La reina del Sur se levantará en el Juicio contra esta generación y la inculpará: porque ella vino desde el fin del mundo para escuchar la sabiduría de Salomón, y fijaos, aquí está Uno que es más que Salomón.
« Los judíos -dijo Pablo- demandan señales» (1Co_1:22 ). Era característico de los judíos eso de pedir señales y milagros de los que pretendían ser mensajeros de Dios. Era como si dijeran: « Presenta tus credenciales haciendo algo extraordinario.» Edersheim cita un pasaje de las historias rabínicas para ilustrar la clase de cosa que esperaba del Mesías la opinión popular: « Cuando le preguntaban a un rabino sus discípulos acerca de la venida del Mesías, él respondía: «Me temo que también me vais a exigir a mí una señal.» Y cuando le prometían no hacerlo, les decía que la puerta de Roma se caería y se reconstruiría, y caería otra vez y ya no habría tiempo para restaurarla antes que viniera el Hijo de David. Ellos le seguían insistiendo, aunque él se resistía a decirles una señal. Se les dio una señal: que las aguas que salían de la cueva de Banías se volverían sangre.
Otra vez, cuando desafiaban la enseñanza de rabí Eliezer, él adujo ciertas señales. En primer lugar, un algarrobo se trasladó de su sitio cuando él se lo mandó cien codos, según algunos, y cuatrocientos según otros. Después, los canales de agua empezaron a correr hacia atrás. Las paredes de la academia se inclinaron hacia adelante, y solo se detuvieron a la orden de otro rabino. Por último, Eliezer exclamó: «Si la Ley es como yo la enseño, que el Cielo lo demuestre.» Y se oyó una voz del cielo que decía: «¿Por qué os metéis vosotros con rabí Eliezer? Porque la instrucción es como él la enseña.»»