LA LIBERACIÓN DEL MIEDO Y EL CORAJE DE LA JUSTICIA DEL MENSAJERO DEL REY
La segunda orden está en el versículo 28. Para decirlo sencillamente, lo que Jesús está diciendo aquí es que ningún castigo que los hombres puedan imponer se puede comparar con el destino final del que haya sido culpable de infidelidad y desobediencia a Dios. Es verdad que los hombres pueden matar el cuerpo físico; pero Dios puede condenar a muerte el alma. Hay tres cosas en que debemos fijarnos aquí.
(a) Algunas personas creen en lo que se llama inmortalidad condicional. Esta creencia sostiene que la recompensa de la bondad es que el alma se eleva más y más hasta que es una con toda la inmortalidad, la bienaventuranza y la bendición de Dios; y que el castigo del malvado que se niegue a enmendar sus caminos a pesar de las llamadas de Dios es que su alma irá cayendo cada vez más hasta que al final desaparezca y deje de ser. No podernos construir una doctrina basándonos en un solo texto; pero eso es algo muy parecido a lo que Jesús está diciendo aquí.
Los judíos sabían que el castigo de Dios era algo terrible.
Porque Tú tienes potestad sobre la vida y la muerte. Y Tú guías hacia abajo hasta las puertas del Hades; y otra vez de -vuelta hacia arriba. Pero, aunque el hombre puede matar en su malignidad, sin embargó no puede traer de nuevo el espíritu que ha marchado, ni liberar al alma que el Hades ha recibido. (Sabiduría de SalomóNum_16:13
LA GUERRA DEL MENSAJERO DEL REY
Mateo 10:34-39
No creáis que he venido a traer la paz a la Tierra: no he venido a traer la paz, sino la espada. He venido a poner a un hombre en desacuerdo con su padre, a una hija con su madre, a una nuera con su suegra… y los enemigos de una persona serán los miembros de su propia familia. El que ame a su padre o a su madre más que a Mí, no merece ser Mi seguidor; y el que no tome su cruz y Me siga, no merece ser Mi seguidor. El que piense en encontrar la vida será el que la pierda; y el que pierda la vida por causa de Mí será el que la halle.
En ningún otro pasaje se despliega más claramente que en éste la absoluta honestidad de Jesús. Aquí coloca el listón de la demanda cristiana en lo más alto y menos asequible. Dice a los suyos exactamente lo que pueden esperar si aceptan la comisión de mensajeros del Rey. Jesús ofrece .aquí en este pasaje cuatro cosas.
(i) Ofrece la guerra; y en esa guerra sucederá a menudo que los enemigos de una persona serán los de su propia casa.
El caso es que Jesús estaba usando un lenguaje que les era perfectamente familiar a los judíos. Los judíos creían que una de las características del Día del Señor, el día en que Dios intervendría en la Historia, sería la división de las familias. Los rabinos decían: «En el tiempo cuando venga el Hijo de David, una hija se levantará contra su madre, una nuera contra su suegra.» «El hijo desprecia al padre, la hija se rebela contra su madre, la nuera contra su suegra, y los enemigos de un hombre son los de su propia familia.» Es como si Jesús dijera: «El fin que habéis estado esperando ha llegado, y la intervención de Dios en la Historia ya está dividiendo las familias y los grupos y los hogares.»
Cuando surge una gran causa, la gente se divide irremisiblemente; no se puede evitar que haya quienes acepten, y quienes rechacen el desafío. El encontrarse cara a cara con Jesús supone tener que decidir si se Le acepta o se Le rechaza; y el mundo siempre estará dividido entre los unos .y los otros.
Lo más amargo de esta guerra era que los enemigos de una persona fueran los de su propia casa. Puede suceder que el amor que uno tenga a su esposa y a su familia le haga renunciar a alguna gran aventura, a algún curso de servicio, a alguna llamada al sacrificio; ya sea porque no se quiere separar de ellos o porque no quiere someterlos a ningún peligro.
T. R. Glover cita una carta de Oliver Cromwell al lord Wharton del 1 de enero de 1649, y Cromwell tenía en mente la sospecha de que Wharton estuviera tan unido a su esposa y hogar que se negara a escuchar la llamada a la aventura y a la lucha y decidiera quedarse en casa: «Mis respetos a la querida señora; querría que no la convirtieras en una tentación mayor de lo que es. Guárdate- de todos los parientes. Las misericordias no deben ser tentaciones; pero a veces es en eso en lo que las convertimos.»
A veces sucede que uno desoye la llamada de Dios a algún servicio arriesgado porque se deja inmovilizar por los lazos familiares. Esta es una disyuntiva frecuente. Puede que uno pase por la vida sin tener que arrostrarla; pero es un hecho que es posible que los más queridos se conviertan en los peores enemigos si son ellos los que de alguna, manera le impiden a uno hacer lo que Dios quiere que haga.