Es un hecho indudable que ningún milagro de Jesús parece haberles hecho tanta impresión a los discípulos como este, porque es el único que nos cuentan los cuatro evangelios. Ya hemos visto que el evangelio de Marcos realmente incorpora los materiales de la predicación de Pedro. El leer esta historia, tan sencilla pero también tan dramáticamente contada, es leer algo que suena al relato de un testigo presencial. Notemos algunos de sus detalles peculiares y realistas.
La multitud se sentó en la hierba verde. Es como si Pedro estuviera viendo otra vez toda la escena con los ojos de la memoria. Resulta que esta breve frase descriptiva nos provee de un montón de información. La única parte del año cuando la hierba estaría verde sería al final de la primavera, al final de abril. Así es que sería por entonces cuando tuvo lugar este milagro. En esa época, el sol se pone hacia las seis de la tarde; así es que esto tiene que haber sucedido algo antes de esa hora.
Marcos nos dice que se sentaron en secciones de cien o de cincuenta. La palabra que se usa para secciones (prasíai) es una palabra muy pictórica. Es el término griego normal para lechos de plantas en una huerta o de flores en un jardín. Mirando a esos pequeños grupos, sentados ordenadamente, parecerían como bancales de plantas en una huerta.
Al final recogieron doce cestas de pedazos sobrantes. Ningún judío ortodoxo viajaba nunca sin su cesta característica (kofinos). Los autores latinos nos han dejado chistes que se hacían de los judíos con sus cestas. Había dos razones para llevar esa cesta, que estaba hecha de mimbre y tenía un cuello estrecho que se iba ensanchando hacia abajo. La primera era que un judío ortodoxo tenía que llevar sus provisiones de comida para estar seguro de comer alimentos pernútidos por la Ley. Segunda, muchos judíos iban por la vida de pordioseros profesionales, y metían lo que les daban en su cesta. La razón de que hubiera doce cestas es sencillamente que los apóstoles eran doce. Fue en sus propias cestas donde recogieron ahorrativamente los trozos sobrantes para que no se perdiera nada.
Lo más maravilloso de esta historia es que por toda ella discurre el contraste implícito entre la actitud de Jesús y la de Sus discípulos.
(i) Nos muestra dos reacciones a la necesidad humana. Cuando los discípulos vieron lo tarde que era y lo cansada y hambrienta que estaba la gente, dijeron: « Despídelos para que puedan encontrar algo de comer.» Lo que equivalía a decir: «Estas personas están cansadas y hambrientas. Líbrate de ellas, y que sea otro el que se preocupe de ellos.» Pero Jesús dijo: «Dadles vosotros algo de comer.» Lo que Jesús estaba diciendo de hecho era: «Estas personas están cansadas y hambrientas. Tenemos que ayudarlas.» Siempre hay personas que se dan perfecta cuenta de que hay otras que tienen dificultades y problemas, pero que quieren pasarle la responsabilidad de hacer algo para ayudarlos a algún otro; y hay algunas personas que, cuando ven que alguien está pasando apuros, se sienten impulsados a ayudarle por sí mismos. Hay algunos que dicen: «Que se encarguen otros.» Y hay quienes dicen: «La necesidad de tú hermano es mi responsabilidad.»
(ii) Nos muestra dos reacciones a los recursos humanos. Cuando Jesús les pidió a Sus discípulos que le dieran a la gente algo de comer, insistieron en que doscientos denarios no bastarían para comprar solamente el pan. La palabra que usan casi todas las versiones es denario. Esta era una moneda de plata que representaba el salario diario de un obrero. Lo que los discípulos estaban diciendo realmente era: «Lo que ganara un obrero en seis meses no bastaría para darle a cada uno de estos el pan de una comida.» Realmente querían decir: «Lo que nosotros podamos tener es totalmente insuficiente.»
Jesús les preguntó: «¿Cuánto tenéis?» Tenían cinco panes. No serían hogazas grandes, sino más bien panecillos. Juan (6:9) nos dice que eran panecillos de cebada, que eran el alimento de los más pobres de los pobres. El pan de cebada era el más barato y áspero de todos. También tenían dos pescados, que serían probablemente del tamaño de sardinas. Teriquea -que quiere decir « el pueblo del pescado salado»- era un lugar muy conocido en las proximidades del lago, del que se mandaba pescado salado a todo el mundo. Los pescaditos salados se comían con delicia con los panecillos secos.
No parecía gran cosa. Pero Jesús lo tomó en Sus manos, e hizo maravillas con ellos. En las manos de Jesús, poco es siempre mucho. Puede que creamos que tenemos poco talento o pocos medios que ofrecerle a Jesús. Esa no es razón para un pesimismo derrotista como el de los discípulos. Lo único fatal es decir: «Para lo que yo puedo hacer, no vale la pena intentarlo.» Si nos ponemos en manos de Jesucristo, está por ver lo que Él puede hacer con nosotros y por medio de nosotros.