(ii) Le comunicaban al pueblo el Mensaje del Rey; y el mensaje del Rey era: «¡Arrepentíos!» Está claro que aquel era un mensaje inquietante. Arrepentirse quiere decir cambiar de mentalidad, y seguidamente ajustar toda la vida a ese cambio. Arrepentimiento quiere decir un cambio de corazón y de acción. No puede por menos de hacer daño, porque conlleva la amargura de darse cuenta de que el camino que se ha estado siguiendo era equivocado. No puede por menos de inquietar, porque supone una inversión total de la vida de arriba abajo. Precisamente por eso son tan pocos los que se arrepienten -porque lo que menos quiere la gente es que se la inquiete. Lady Asquith, en una frase lapidaria, habla de personas que «se deslizan perezosamente hacia la muerte.» Hay muchos que son así. Se resisten a toda actividad que requiera esfuerzo, y no sólo físico. La vida es para ellos « una tierra en la que siempre es la hora de la siesta.» En cierto sentido, es más atractivo, o menos repelente, el pecador positivo, activo, fanfarrón, que va lanzado hacia alguna meta que se ha propuesto, que el vago, negativo, nebuloso, que se deja arrastrar sin resistencia y sin dirección por la vida.
Hay un pasaje en la novela ¿Quo vadis? en el que Vicinio, el joven romano, se ha enamorado de una chica que es cristiana. Como él no lo es, ella no quiere saber nada de él. La sigue a una reunión nocturna secreta del pequeño grupo de cristianos; y allí, desconocido para todos, escucha el culto. Oye predicar a Pedro; y, cuando está escuchando, algo le sucede. «Sintió que, si quisiera seguir esa enseñanza, tendría que hacer un montón con todos sus pensamientos, costumbres y carácter, toda su vida hasta aquel momento, prenderle fuego y dejar que se redujera a ceniza, y entonces llenarse de una vida totalmente diferente y un alma totalmente nueva.» Eso es el arrepentimiento. Pero, ¿qué si uno no quiere más que que le dejen en paz? Lo que hay que dejar atrás no tiene que ser necesariamente asaltar, robar, asesinar, violar y otros pecados deslumbrantes. Puede que sea dejar una vida que es completamente egoísta, instintivamente exigente, totalmente inconsiderada; el cambio de una vida centrada en el yo a una vida centrada en Dios -y un cambio así duele. W. M. Macgregor cita un dicho del obispo de Los Miserables: «Yo siempre molestaba a algunos de ellos; porque, a través de mí, les llegaba el aire del exterior; mi presencia les hacía sentir como si se hubiera dejado abierta una puerta y estuvieran en la corriente.» El arrepentimiento no es nada sensiblero, sino algo revolucionario. Por eso son tan pocos los que se arrepienten.
(iii) Le llevaban al pueblo la misericordia del Rey. No sólo llevaban a las personas esa demanda inquietante; también llevaban ayuda y sanidad. Llevaban liberación a los pobres hombres y mujeres poseídos. Desde el principio, el Cristianismo se ha propuesto traer la salud al cuerpo y al alma; no sólo la salvación del alma, sino la salvación total. No sólo ofrecían
una mano para salir del naufragio moral, sino una mano para elevarse del dolor y el sufrimiento físico. Es de lo más sugestivo que ungieran con aceite. En el mundo antiguo, el aceite se consideraba una panacea. El gran médico griego Galeno decía: « El aceite es el mejor de todos los medios para curar las enfermedades del cuerpo.» En las manos de los siervos de Cristo, las viejas curas adquirían una nueva virtud. Lo extraño es que usaran las cosas que el conocimiento parcial de la humanidad había sabido desde siempre; pero el Espíritu de Cristo daba al sanador un nuevo poder, y a la vieja cura una nueva virtud. El poder de Dios se ponía a disposición de la fe de las personas en las cosas ordinarias.
Así que los Doce llevaron al pueblo el mensaje y la misericordia del Rey, y esa sigue siendo la tarea de la Iglesia hoy y siempre y en todas partes.
TRES VEREDICTOS SOBRE JESÚS
Marcos 6:14-15
El rey Herodes oyó acerca de Jesús, porque Su nombre se conocía por todas partes. Y se dijo: «Juan el Bautista ha resucitado. Por eso obran en Él esos poderes milagrosos.» Otros decían: «¡Es Elías!» Otros: «Es un profeta como los famosos profetas de la antigüedad.»
Para entonces ya se tenían noticias de Jesús en todo el país. El informe llegó a los oídos de Herodes. La razón por la que no había sabido de Jesús hasta aquel momento puede haber sido debida al hecho de que su residencia oficial en Galilea estaba en Tiberíades, una ciudad mayormente gentil y que, por lo que sabemos, Jesús no visitó nunca. Pero la misión de los Doce había llevado la fama de Jesús por toda Galilea, de manera que Su nombre se oía por todas partes. En este pasaje tenemos tres veredictos sobre Jesús.
(i) Tenemos el veredicto de una conciencia culpable. Herodes había sido responsable de la ejecución de Juan el Bautista, y su conciencia no le dejaba tranquilo. Siempre que una persona comete una mala acción, el mundo entero se convierte en su enemigo. Interiormente, no puede dominar sus pensamientos; y, siempre que los deja correr, vuelven a la acción malvada que ha cometido. Nadie puede evitar vivir consigo mismo; y cuando su ser interior se convierte en su acusador, la vida resulta un infierno. Externamente, vive en constante temor de ser descubierto, y de que algún día le alcancen las consecuencias de su mala acción.