Notemos, en segundo lugar, las palabras que nuestro Señor dirigió a los apóstoles, cuando volvieron de su primera misión pública. «Les dijo, venid aparte a un lugar desierto, y descansad un poco».
Estas palabras están llenas de una tierna consideración. Nuestro Señor sabe bien que sus siervos son carne así como espíritu, y que tienen cuerpos lo mismo que almas. Sabe que los mejores tienen un tesoro encerrado en vasos de tierra y están sujetos a muchas flaquezas. Les hace ver que no espera de ellos más que lo que su fuerza corporal permite. Nos exige lo que podemos hacer, no lo imposible. «Apartaos» les dice, «y descansad un poco.
Estas palabras están llenas de profunda sabiduría. Nuestro Señor sabe que sus siervos tienen que atender a sus almas así como atender a las de los demás. Sabe que dedicar una atención constante a una obra pública puede hacernos olvidar los intereses privados de nuestras almas y que mientras cuidemos de las viñas ajenas, corremos peligro de descuidar la Nuevo Testamento. Cant.1.6. nos recuerda que es bueno que los ministros se retiren algunas veces de sus trabajos públicos y se examinen. «Apartaos», les dice, «a un lugar desierto.
Desgraciadamente hay poco en la iglesia de Cristo que necesitan estas amonestaciones; hay pocos en peligro de trabajar demasiado y de dañar sus cuerpos y sus almas por ocuparse con exceso de los demás. La gran mayoría de los que se llaman cristianos es indolente y perezosa, y nada hace en bien del mundo que los rodea; pocos hay que necesiten de la brida tanto como del acicate; estos pocos, sin embargo, deben atesorar en sus corazones las enseñanzas que se desprenden de este pasaje. Deben economizar su salud como un capital, y no malgastarlo como jugadores; deben contentarse con gastar la renta diaria de fuerza que poseen, y no girar contra el principal destinadamente; deben recordar que hacer poco y hacerlo bien, es el medio de hacer más al cabo. Sobre todo no deberían olvidarse nunca de vigilar del continuo sus corazones y proporcionarse de una manera metódica tiempo para examinarse y para meditar con calma. El éxito del ministerio de una persona y de los buenos resultados de sus trabajos públicos está íntimamente enlazado con la buena condición de su alma; muy útil le es el retirarse de cuando en cuando.
Finalmente, fijemos la atención en los sentimientos que manifiesta nuestro Señor Jesucristo respecto a las personas que se les unieron. Leemos «que sintió por ellas gran compasión, porque estaban como ovejas sin pastor». No tenían maestros que los enseñaran, y sus guías eran los escribas y fariseos que estaban ciegos, sin recibir otro alimento espiritual que las tradiciones humanas. Millares de almas inmortales estaban allí, en presencia de nuestro Señor, ignorantes, desvalidas, marchando por el ancho camino de la perdición. El bondadoso corazón de nuestro Señor Jesucristo se conmovió. «Sintió compasión por ellos, y empezó a enseñarles muchas cosas.
No olvidemos nunca que nuestro Señor es el mismo ayer, hoy y eternamente, que jamás cambia y que en el cielo, a la diestra de Dios, contempla compasivo a los hijos de los hombres; se compadece aún del ignorante y de los que están extraviados y aún está dispuesto a «enseñarles muchas cosas». Aunque siente un amor especial por las ovejas que oyen su voz, siente también un amor inmenso y universal por el género humano entero, amor compasivo y lleno de misericordia. Es una teología muy estrecha la que enseña que Cristo se ocupa tan solo de los creyentes. Apoyándonos en la Escrituras podemos asegurar a los pecadores más endurecidos, que Jesús los compadece, que se ocupa de sus almas; que Jesús desea salvarlos y los invita a creer y a encontrar su salvación.
Preguntémonos al concluir este pasaje si comprendemos el espíritu de Cristo y lo sentimos en nosotros. ¿Nos interesamos como El por las almas de los inconversos? ¿Compadecemos, como El, profundamente a todos los que están como o vejas sin pastor? ¿Nos cuidamos de los impenitentes y de los impíos que están a nuestra puerta? ¿Nos cuidamos de los paganos, de los judíos, de los mahometanos, de los católicos romanos que habitan en remotas tierras? ¿Empleamos todos los medios que están a nuestro alcance y damos con placer nuestro dinero, para esparcir el Evangelio por el mundo? Estas son preguntas muy graves, y que exigen graves respuesta. El que no se cuida de las almas de los demás no es como Jesucristo.
Puede muy bien ponerse en duda si está convertido, y si conoce el valor de su misma alma.
Mar 6:35-46
De todos los milagros de nuestro Señor Jesucristo, ninguno se refiere con más frecuencia en los Evangelios, que el que acabamos de leer. Cada uno de los cuatro evangelistas fue inspirado para referirlo. Evidente es que demanda una atención especial de todos los lectores de la palabra de Dios.
Observemos, ante todo, en este pasaje, que prueba nos suministra este milagro del extraordinario poder de nuestro Señor Jesucristo. Se nos dice que dio de comer a cinco mil hombres con cinco panes y dos peces, y se expresa con mucha claridad que aquella multitud no tenía nada que comer. Con no menos claridad se nos dice que todas las provisiones que allí se encontraban eran solo cinco panes y dos peces; y, sin embargo, leemos que nuestro Señor tomó los panes y los peces, los bendijo, los rompió y se los dio a sus discípulos para que se los repartiesen al pueblo. Y al fin de la narración se nos dice, que «comieron y rellenaron» y que se recogieron «doce cestas llenas de fragmentos.