Jesús se marchó de allí y fue a Su tierra natal en compañía de Sus discípulos. Cuando llegó el sábado, fue y se puso a enseñar en la sinagoga. Muchos, al escucharle, se admiraban y decían:
-¿De dónde se ha sacado Este este conocimiento? ¿Qué sabiduría es esta que se Le ha dado? ¿Y cómo puede obrar con Sus manos cosas tan maravillosas? ¿Es que no es Este el carpintero, el hijo de María, y Sus hermanos Santiago y José y Judá y Simón? ¿No viven Sus hermanas también aquí en el pueblo?
Y se escandalizaban de El. Entonces Jesús les dijo:
-No hay profeta sin honra nada más que en su tierra natal y entre sus conocidos y en su propia familia.
Y Jesús no pudo hacer allí ninguna obra milagrosa, salvo que puso Sus manos sobre unos pocos enfermos y los sanó. Y estaba sorprendido de lo poco dispuestos que estaban a creer. E hizo un recorrido enseñando por los pueblos.
Para Jesús, el volver a Nazaret era someterse a una prueba muy severa. Volvía a su pueblo; y nadie encuentra críticos más rigurosos que los que le han conocido desde la niñez. No pretendía que aquello fuera una visita privada, solamente para ver otra vez su propio hogar y a su propia familia. Fue acompañado de Sus discípulos. Eso es decir que fue como rabino. Los rabinos solían recorrer el país acompañados por el pequeño círculo de sus discípulos; y fue como maestro, con Sus discípulos, como llegó Jesús.
Fue a la sinagoga, y se puso a enseñar. Recibieron su enseñanza, no con admiración, sino con un cierto desprecio. «Se escandalizaron de Él.» Se escandalizaron de que Uno que procedía de un trasfondo como el de Jesús dijera e hiciera aquellas cosas. La familiaridad había engendrado un desprecio equivocado.
Se resistían a prestar atención a lo que Jesús pudiera decir por dos razones.
(i) Decían: «¿Es que no es Este el carpintero?» La palabra que se usa para carpintero es tektón. Ahora bien, téktón quiere decir un obrero de la madera, pero abarca mucho más que carpintero. Quiere decir artesano. Homero llamaba tektón al que construía barcos y casas y templos. Antiguamente, y todavía en muchos sitios, se podía encontrar en pueblecitos y en aldeas a un artesano que construyera cualquier cosa desde un gallinero hasta una casa; la clase de hombre que podía arreglar una valla, un tejado o una puerta; el artesano, el «manitas», que con pocas herramientas y medios podía encargarse de cualquier trabajo. Precisamente eso era Jesús. Lo cierto es que los de Nazaret despreciaban a Jesús porque era un obrero. Era un hombre del pueblo, un laico, uno de tantos; y, por tanto Le despreciaban.
Uno de los líderes del movimiento labour -en el Reino Unido obrero o socialista- fue el alma grande Will Crooks, vida paralela de la del español Pablo Iglesias. Nació en un hogar en el que uno de sus más tempranos recuerdos era ver llorar a su madre porque no sabía de dónde sacar la comida siguiente. Empezó a trabajar en un taller de herrería ganando cinco chelines a la semana. Llegó a ser un buen artesano, y uno de los hombres más valientes e íntegros que haya habido. Entró en la política municipal, y llegó a ser el primer alcalde socialista de un distrito de Londres. Hubo muchos que se escandalizaron cuando Will Crooks fue elegido alcalde de Poplar. En medio de una multitud, una señora dijo con gran disgusto: «Han hecho alcalde a ese tipo vulgar que no es más que un obrero.» Uno que estaba allí -el mismo Will Crooks- se volvió hacia ella, se destocó y le dijo: «Tiene usted razón, señora: No soy nada más que un obrero.»
Los de Nazaret despreciaban a Jesús porque era un obrero. Para nosotros, esa es Su gloria, porque quiere decir que Dios, cuando vino a la Tierra, no pretendió eximirse de las durezas. Asumió la vida corriente con todas sus tareas cotidianas.
Las circunstancias de nacimiento y fortuna y alcurnia no tienen nada que ver con el valor de una persona. Como decía Pope:
La valía hace al hombre, y el carecer de ella al cualquiera. Lo demás es el pellejo o el pelaje.
Debernos estar en guardia para no caer en la tentación de valorar a las personas por las circunstancias externas y no por su valía personal.
(ii) Decían: «¿Es que no es Este el Hijo de María? ¿Es que no conocemos a Sus hermanos y hermanas?» El hecho de que llamaran a Jesús «el hijo de María» nos sugiere que probablemente José ya había muerto. Ahí tenemos la clave de uno de los enigmas de la vida de Jesús. Jesús no tenía más que treinta y tres años cuando murió; no salió de Nazaret hasta que tenía treinta (Luk_3:23 ). ¿Por qué esa larga espera? ¿Por qué permaneció en Nazaret cuando había un mundo esperando la Salvación? La razón era que José ya había muerto, y Jesús asumió la responsabilidad de mantener a Su madre y a Sus hermanos y hermanas; y sólo cuando fueron lo suficientemente mayores para defenderse por sí, Jesús salió de casa. Fue fiel en lo pequeño, y por tanto Dios Le dio una gran tarea.