Comprometidos a Sembrar La Palabra de Dios

Marcos 5 La expulsión de los demonios

Llegaron a la otra orilla del lago, al territorio de los gerasenos. En cuanto Jesús desembarcó, Le salió al encuentro de las tumbas un hombre dominado por un espíritu inmundo. Este hombre vivía entre las tumbas. Nadie había sido capaz nunca de atarle con una cadena, porque muchas veces le habían atado con grillos y con cadenas, pero él se soltaba haciendo añicos las cadenas y los grillos, y no había nadie que fuera suficientemente fuerte para dominarle. Estaba siempre, noche y día, por las tumbas y por los montes, gritando y rajándose con las piedras. Vio a Jesús cuando estaba todavía a mucha distancia, y corrió y se arrodilló delante de Él.

-¿Qué tenemos Tú y yo que ver el uno con el otro? -dijo- ¡Jesús, Hijo del Dios altísimo! Te conjuro por el nombre de Dios que no me atormentes.

Eso lo decía porque Jesús le había estado ordenando al espíritu inmundo que saliera del hombre. Y entonces Jesús le preguntó:

-¿Cómo te llamas?

Me llamo Legión -Le contestó el hombre-, porque somos muchos.

Y siguió pidiéndole a Jesús con muchas súplicas que no los enviara fuera del país.

Había una gran piara de puercos paciendo en la ladera de la montaña. Y los espíritus Le pidieron a Jesús:

Envíanos a los puercos para que entremos en ellos.

Y Jesús les permitió que entraran en los puercos. Y los espíritus inmundos salieron del hombre y entraron en los puercos, y toda la manada -había como dos mil animales- se lanzaron por un precipicio al lago, y se ahogaron.

Aquí tenemos una historia gráfica y bastante macabra. Es la clase de historia en la que tenemos que esforzarnos por leer entre líneas, porque representa una forma de pensar que era muy familiar entre la gente de Palestina en los días de Jesús, pero que nos resulta sumamente extraña.

Si esto se ha de tomar en estrecha relación con lo que precede -y esa era la intención de Marcos-, debe de haber sucedido ya muy tarde por la tarde o hasta ya entrada la noche. La historia resulta todavía más fantástica y misteriosa si tenemos en cuenta que tuvo lugar en las sombras de la noche.

El versículo 35 nos dice que era ya tarde por la tarde cuando Jesús y Sus amigos se hicieron a la Marcos El lago de Galilea tiene 20 kilómetros por lo más largo, y 11 por lo más ancho. En el lugar de nuestra historia hay unos 8 kilómetros de lado a lado. Habían hecho el viaje; y, durante la travesía, se habían enfrentado con la tormenta y habían conseguido por fin llegar a tierra. Era una parte de la orilla del lago en la que hay muchas cuevas en la roca caliza, muchas de las cuales se usaban como tumbas. En sus mejores momentos era un paraje misterioso; cuando caía la noche tiene que haber sido verdaderamente macabro.

De las tumbas vino corriendo hacia ellos un hombre poseído por el demonio. Era un lugar especialmente adecuado para él, porque los demonios, según se creía entonces, vivían en los lugares sucios, en sitios solitarios y desolados y entre las tumbas. Era en medio de la noche y antes del canto del gallo cuando los demonios estaban especialmente activos. Era peligroso dormir a solas en una casa vacía por la noche; saludar a cualquier persona en la oscuridad, porque podría ser un demonio; salir por la noche sin una luz o una antorcha era arriesgarse demasiado. Aquel era un lugar peligroso, y una hora peligrosa, y el hombre era un hombre peligroso.

Hasta qué punto. este hombre se sentía poseído se ve por su manera de hablar. Algunas veces usa el singular como si fuera él mismo el que hablaba; pero otras usa el plural, como si todos los demonios estuvieran hablando. Estaba tan convencido de que tenía demonios que sentía como que hablaban por medio de él. Cuando Jesús le preguntó cómo se llamaba, contestó que Legión. Probablemente había dos razones para aquello.

Una legión era un regimiento romano de 6,000 soldados. Probablemente aquel hombre había visto una de aquellas legiones romanas en marcha por la carretera, y estaba convencido de que tenía una legión de demonios dentro. En cualquier caso, los judíos creían que ninguna persona podría sobrevivir si se diera cuenta del número de demonios que la rodeaban. Eran «como la tierra que se echa alrededor de un bancal cuando se planta.» Había un millar a la mano derecha de un hombre y diez millares a su izquierda. La reina de los espíritus femeninos tenía no menos de 180,000 seguidoras. Había un dicho judío: «Una legión de espíritus dañinos está acechando a las personas,» diciéndoles: «¿Cuándo caerán estos en las manos de una de estas cosas y le apresarán?» Sin duda este desgraciado sabía todas estas cosas, y su pobre mente peregrina estaba segura de que una masa de aquellos demonios había hecho en él su residencia.

Además, Palestina era un país ocupado. Las legiones romanas, cuando más salvajes e irresponsables, podían a veces ser culpables de atrocidades que le helarían a uno la sangre. Bien puede ser que este hombre hubiera visto, y hasta tal vez experimentado, cómo sus seres amados sufrían los asesinatos y la rapiña que acompañaban a veces a las legiones. Bien puede ser que fuera alguna terrible experiencia así la que le hubiera dañado la mente. La palabra Legión conjuraba en él una visión de terror y muerte y destrucción. Estaba convencido de que tenía dentro demonios de esa clase.

No podremos ni empezar a entender esta historia a menos que veamos lo grave que era el caso de este hombre. Está claro que Jesús intentó más de una vez curarle. El v. 8 nos dice que Jesús había empezado usando Su método habitual una orden de autoridad al demonio para que saliera. En esta ocasión no fue suficiente. A continuación, le preguntó a aquel demonio cómo se llamaba. Siempre se suponía en aquel tiempo que, si se podía descubrir el nombre de un demonio, se adquiría un cierto poder sobre él. Una antigua fórmula mágica decía: « Te conjuro, cualquier espíritu demoníaco que seas, que digas quién eres.» Se creía que si se sabía el nombre, el poder del demonio quedaba quebrantado. En este caso aun aquello no resultó suficiente.

Jesús vio que no había nada más que una matrera de curar a este hombre -y era darle una demostración indudable de que los demonios habían salido de él, por lo menos indudable en tanto en cuanto concernía a su propia mente. No importa si creemos en la posesión diabólica o no; aquel hombre sí creía. Aun en el caso de que todo fuera una invención de su mente desquiciada, los demonios eran para él algo muy real. El doctor Randle Short, hablando de la supuesta mala influencia de la Luna (Psa_121:6 ) que ha quedado en palabras como lunático y alunado, dice: « La ciencia moderna no reconoce ningún daño particular que produzca la Luna. Sin embargo es una creencia muy extendida que la Luna afecta realmente la mente de las personas… Es bueno saber que el Señor nos puede librar de los peligros imaginarios tanto como de los reales. A menudo los imaginarios son más difíciles de afrontar.»

Este hombre necesitaba liberación; ya fuera liberación de la posesión diabólica real, o de una ilusión sumamente poderosa, no importa. Aquí es donde entra la manada de cerdos. Estaban paciendo en la ladera de la colina. El hombre sentía que los demonios estaban pidiendo que no se los destruyera del todo, sino que se los enviara a los cerdos. Todo ese tiempo estaba dando gritos y alaridos y experimentando paroxismos que eran señales de su mal. De pronto, cuando sus chillidos alcanzaron una intensidad superior, toda la manada salió huyendo y se precipitó por una ladera escarpada en el Marcos ¡Allí estaba la prueba que el hombre necesitaba! Esto era casi la única cosa del mundo que podía convencerle de que estaba curado. Jesús, como sabio médico que entendía con tanta amabilidad y simpatía y psicología la mente enferma, usó aquel acontecimiento para ayudar a aquel hombre a recuperar su sanidad, y su mente turbulenta recuperó la paz.

Hay personas excesivamente detallistas que culpan a Jesús por devolverle la salud a un hombre a costa de la muerte de unos cerdos. No cabe duda de que es una manera muy ciega de ver las cosas. ¿Cómo puede llegar a compararse el destino de los cerdos al de una persona con un alma inmortal? No tenemos ningún reparo, supongo yo, en que nos pongan carne de cerdo para la comida, ni la rechazamos porque haya supuesto la vida de un animal. Sin duda, si matamos animales para no pasar hambre, no podemos presentar ninguna objeción si la salvación de la mente y el alma de una persona supuso la muerte de una manada de esos mismos animales. Hay una sensiblería blandengue que languidece de lástima por el daño que sufre un animal, y nunca mueve ni un dedo para remediar el estado lastimoso de millares de hombres y mujeres y niños de Dios. Esto no es decir que no tenemos por qué preocuparnos de lo que le sucede a la creación animal de Dios, porque Dios ama todas las criaturas que Sus manos han hecho; pero sí es decir que debemos conservar un sano sentido de la proporción, y en el baremo de Dios no hay nada tan importante como un alma humana.

PEDIRLE A CRISTO QUE SE VAYA

Los que estaban apacentando los puercos salieron huyendo, y dieron la noticia de lo que había sucedido en el pueblo y en las granjas. Y salió la gente a ver qué era lo que había pasado. Llegaron hasta donde estaba Jesús, y vieron al poseso -el hombre que había tenido la legión de demonios- sentado, totalmente vestido y en su sano juicio, y les dio mucho miedo. Y los que habían visto lo que había pasado les contaron lo que le había sucedido al poseso, y les dijeron lo de los puercos; y ellos se pusieron a insistirle a Jesús que se marchara de su territorio.

Naturalmente, los hombres que estaban a cargo de los puercos fueron al pueblo y a las granjas con la noticia de este suceso extraordinario. Cuando la gente curiosa llegó al lugar, encontraron al hombre que había estado tan mal, sentado, normalmente vestido y en plena posesión de sus facultades. El loco salvaje y desnudo se había convertido en un ciudadano sano y sensato.

Y entonces viene la sorpresa, la paradoja, lo que nadie realmente esperaría. Habríamos supuesto que aquella gente se habría alegrado mucho; pero reaccionaron más bien con miedo. Y se habría esperado que Le pidieran a Jesús que se quedara con ellos y ejerciera aún más Su extraordinario poder; pero Le dijeron que se marchara de su territorio lo más pronto posible. ¿Por qué? Un pobre desgraciado había recuperado la salud, pero ellos habían perdido los cerdos, y por tanto no querían saber más de Jesús. Aquello había alterado la rutina de la vida, y ellos querían que el elemento perturbador desapareciera lo más pronto posible.

Un frecuente grito de batalla de la mente humana es: «¡No me compliques la vida!» En general, lo único que quiere la gente es que se la deje en paz.

(i) La gente dice instintivamente: «¡No alteres mi tranquilidad!» Si alguien viniera a nosotros y nos dijera: «Te puedo dar un mundo que será mejor para la masa de gente en general, pero supondrá que tu comodidad, por lo menos por cierto tiempo, se verá perturbada e inquietada, y que tendrás que pasarte con algo menos que ahora por bien de los demás,» la mayor parte de la gente diría: «Prefiero que las cosas sigan como están.» De hecho, esa es casi exactamente la situación que estamos viviendo en la actual revolución social. Estamos pasando una época de redistribución, no sólo en este país, sino también en las naciones en vías de desarrollo. Estamos en una época en que se vive muchísimo mejor que en cualquier tiempo pasado; pero eso ha supuesto que la vida no sea tan cómoda como lo era para un número considerable de personas; y por esa misma razón hay resentimiento, porque algunas de las comodidades de la vida han desaparecido.

Se habla un montón de lo que nos debe la vida. La vida no nos debe absolutamente nada; somos nosotros los que le debemos a la vida todo lo que le podamos dar. Somos seguidores de Uno que dejó la gloria del Cielo por la estrechez de la Tierra, y el gozo de Dios por el dolor de la Cruz. Es humano no querer que nos alteren nuestra comodidad; es divino estar dispuestos a sufrir molestias para que otros estén mejor.

(ii) La gente dice instintivamente: «No te metas con mis posesiones.» Aquí tenemos otro aspecto de la misma cosa. Ninguna persona renuncia voluntariamente a nada que posea. Cuanto más tenemos, más queremos retener para nosotros mismos. Borrow, que conocía a los gitanos, nos cuenta que la técnica de echar la buena ventura del gitano es prometerle al joven toda clase de placeres, y anunciarle al viejo riquezas y sólo riquezas. «Porque ellos tienen suficiente conocimiento del corazón humano para darse cuenta de que la avaricia es la última pasión que se extingue en todos nosotros.» La manera más rápida de ver si una persona realmente acepta su fe y si realmente cree en sus principios es si está dispuesta a volverse más pobre por ellos.

(iii) La gente dice instintivamente: «No me compliques mi religión.»

(a) La gente dice: « No hagas que los temas desagradables estropeen el decoro agradable de mi religión.» Edmund Gosse señala una curiosa omisión en los sermones del famoso predicador Jeremy Taylor: « Estos sermones figuran entre los más elocuentes y profundos de la lengua inglesa; pero apenas alguna vez mencionan a los pobres, casi nunca sus angustias, y no muestran prácticamente ningún interés en su situación. Estos sermones se predicaron en el Sur de Gales, donde abundaba la pobreza. El clamor de los pobres y de los hambrientos, de los pobremente vestidos y de los necesitados ascendía al Cielo sin cesar, y clamaba por piedad y remedio; pero este elocuente predicador no parecía oírlo nunca; vivía y escribía y predicaba rodeado de sufrimiento y de necesidades, y sin embargo se mantenía casi inconsciente de su existencia.»

Es mucho menos inquietante predicar acerca de las sutilezas de las creencias y doctrinas teológicas que acerca de las necesidades humanas y de las miserias de la vida. De hecho, hemos sabido de congregaciones que informaban a sus posibles pastores que los aceptarían con la condición de que no predicaran sobre ciertos asuntos. Es una cosa notable que no fue lo que dijo Jesús acerca de Dios lo que Le trajo problemas; fue lo que dijo acerca del hombre y acerca de las necesidades del hombre lo que inquietó a los ortodoxos de Su tiempo.

(b) Se ha sabido de gente que decía: « No hagas que las relaciones personales me compliquen la religión.» James Bums cita algo sorprendente en relación con este tema de la vida de Angela di Foligras, la famosa mística italiana. Tenía el don de retirarse completamente de este mundo, y de volver de sus trances con historias de una comunión inefablemente dulce con Dios. Fue ella la que dijo: « En ese tiempo, y por la voluntad de Dios, murió mi madre, que era un gran obstáculo para que yo pudiera seguir el camino de Dios. Mi marido también murió, y en un tiempo relativamente breve murieron todos mis hijos. Y como yo había empezado a seguir el camino mencionado, y Le había pedido a Dios que me librara de ellos, tuve gran consuelo con sus muertes, aunque también sentí algún dolor.» Su familia era un obstáculo en su religión.

Hay una clase de religión a la que le gustan más los comités que el trabajo de casa, y tiene más interés en los momentos devocionales que en los actos de servicio. Presume de servir a la iglesia y de dedicarse a la devoción -pero a los ojos de Dios lo tiene todo al revés.

(c) Hay personas que dicen: « No compliques mis creencias.» Hay una clase de religión que dice: « Lo que estaba bien para mis antepasados es suficientemente bueno para mí.» Hay personas que no quieren saber nada nuevo, porque sospechan que en ese caso tendrían que pasar muchos sudores mentales y pensar de nuevo las cosas y llegar a nuevas conclusiones. Hay tal cosa como una cobardía de pensamiento y un letargo de mente y un sueño del alma que son cosas terribles.

Los gerasenos se deshicieron del Cristo inquietante -y sigue habiendo muchos que tratan de hacer lo mismo.

UN TESTIGO DE CRISTO

 

Cuando Jesús se estaba subiendo a la barca, el hombre que había estado poseído por el demonio Le pidió insistentemente que le dejara estar con Él. Jesús no se lo permitió, sino le dijo:

-Vuelve a tu pueblo y a los tuyos, y diles todo lo que el Señor ha hecho por ti.

Y él se marchó, y empezó a proclamar por toda Decápolis la historia de todo lo que Jesús había hecho por él.

Es sumamente interesante que este acontecimiento tuvo lugar en la Decápolis. Decápolis quiere decir Las Diez Ciudades. Cerca del Jordán y hacia el Este, había diez ciudades que tenían un carácter bastante especial. Eran esencialmente griegas. Se llamaban Escitópolis, que era la única al Oeste del Jordán, Pela, Dión, Gerasa, Filadelfia, Gadara, Rafana, Canata Hipos y Damasco. Con las conquistas de Alejandro Magno había habido una penetración griega en Palestina y Siria.

Las ciudades griegas que se fundaron allí y entonces tenían una curiosa posición. Estaban dentro de Siria, pero eran considerablemente independientes. Tenían sus propios consejos, y acuñaban su propia moneda; tenían el derecho de la administración local, no sólo de sí mismas, sino del área a su alrededor. Tenían el derecho de asociarse entre sí para la defensa mutua y para fines comerciales. Se mantuvieron en una especie de semi-independencia hasta el tiempo de los Macabeos, a mediados del siglo 11 a C., cuando los conquistadores judíos sometieron la mayor parte de estas ciudades al gobierno judío.

Fueron liberadas del control judío por el emperador romano Pompeyo hacia el año 63 a C. Todavía estaban en una posición curiosa. Eran independientes hasta cierto punto, pero estaban sujetas a los impuestos y al servicio militar Romanos. No tenían una guarnición, pero eran con frecuencia el cuartel general de las legiones romanas en las campañas orientales. Ahora bien, Roma gobernaba casi toda esta parte del mundo por un sistema de reyes tributarios. El resultado era que Roma podía ofrecerles a estas ciudades muy poca protección; así es que se asociaban entre sí en una especie de confederación para defenderse de la presión de los judíos y de los árabes. Eran ciudades hermosas. Eran tozudamente griegas: tenían sus dioses griegos y sus templos griegos y sus anfiteatros griegos; estaban consagradas a la manera griega de vivir.

Así es que aquí tenemos algo muy interesante. Si Jesús estuvo en la Decápolis, este es uno de los primeros indicios de cosas por venir. Habría judíos allí, pero era fundamentalmente un área griega. Aquí tenemos las primicias de un mundo para Cristo. Aquí tenemos la primera señal del Cristianismo rompiendo los límites del judaísmo y saliendo a todo el mundo. Cómo eran estas ciudades y la importancia que tenían se puede ver por el hecho de que de Gadara solo procedían Filodemo, el gran filósofo epicúreo, que era contemporáneo de Cicerón; Meleagro, el maestro del epigrama griego; Menipo -cuyo supuesto retrato pintó Velázquez-, el famoso satírico, y el retórico Teodoro, que fue nada menos que el tutor del emperador reinante Tiberio. Algo sucedió aquel día que Jesús puso Su pie en Decápolis.

Había una buena razón para que Jesús mandara al hombre que había sido un poseso de vuelta a su tierra.

(i) Había de ser un testigo del Evangelio. Había de ser una demostración viva, andante, visible e incontestable de lo que Cristo puede hacer por una persona. Nuestra gloria debe consistir siempre, no en lo que nosotros podemos hacer por Cristo, sino en lo que Cristo puede hacer y ha hecho por nosotros. La prueba incontestable del Cristianismo es un hombre nacido de nuevo.

(ii) Había de ser la primera semilla de lo que a su tiempo llegaría a ser una cosecha poderosa. El primer contacto con la civilización griega se hizo en la Decápolis. Todo tiene que empezar en algún sitio; y la gloria de todo el Cristianismo que un día florecería en la mente y el genio helénico empezó con un hombre que había estado poseído por demonios y a quien Cristo sanó. Cristo siempre tiene que empezar por alguien. En nuestro propio círculo y sociedad, ¿por qué no ha de empezar Él por nosotros?

EN LA HORA DE LA NECESIDAD

 

Cuando Jesús había vuelto otra vez en la barca al otro lado, se reunió con Él una gran multitud; y Él se encontraba a la orilla del lago. Uno de los gobernadores de la sinagoga que se llamaba Jairo se dirigió a Jesús; y cuando Le vio se postró a Sus pies y se puso a suplicarle:

-Tengo una hijita que está a las puertas de la muerte. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva.

Jesús fue con él; y las multitudes Le iban siguiendo y estrujando por todos lados.

Aquí tenemos todos los elementos de una tragedia. Siempre es trágico que un niño esté enfermo. Esta historia nos dice que la hija del gobernador de la sinagoga tenía doce años. Según la costumbre judía, una niña se hacía mujer al cumplir los doce años. Esta chica estaba en el umbral de la feminidad, y cuando llega la muerte en esa edad es doblemente trágica.

La historia nos dice algo acerca de este hombre que era el gobernador de la sinagoga. Tiene que haber sido una persona de considerable importancia. El gobernador era el responsable administrativo de la sinagoga. Era el presidente de la junta de ancianos, y el responsable de la buena marcha de la sinagoga. Tenía a su cargo el orden de los cultos. No solía tomar parte en ellos él mismo, pero era responsable de la distribución de obligaciones y de ver que todo se llevaba a cabo decentemente y con orden. El gobernador de la sinagoga era uno de los hombres más importantes y más respetados de la comunidad. Pero algo le sucedió cuando su hija cayó enferma, y él pensó en Jesús.

(i) Se olvidó de sus prejuicios. No hay duda que Jairo debe de haber considerado a Jesús un marginado, un hereje peligroso, uno para Quien las puertas de la sinagoga estaban justificadamente cerradas, y Uno al que haría bien en evitar todo el que apreciara su relación con los guardianes de la ortodoxia. Pero era lo suficientemente persona como para abandonar sus prejuicios a la hora de su necesidad. Prejuicio quiere decir realmente juicio que se hace antes de tiempo. Es juzgar antes de haber examinado la evidencia, o dar un veredicto antes de examinar aquella. Pocas cosas han contribuido más que esta a detener las cosas. Casi cada paso hacia adelante se ha tenido que dar oponiéndose a un prejuicio inicial. Cuando Sir James Simpson descubrió el uso del cloroformo como anestésico, especialmente en los partos, se dijo que eso no era más que «una treta de Satanás, presentada como una bendición para las mujeres, pero que acaba endureciéndolas y robando a Dios de los clamores profundos y serios que deben elevarse a Él en tiempo de prueba.» Una mente dada a los prejuicios le cierra el camino a muchas bendiciones.

(ii) Se olvidó de su dignidad. Él, el gobernador de la sinagoga, vino a se postró a los pies de Jesús, el Maestro ambulante. No pocas veces una persona tiene que olvidar su dignidad para salvar su vida o su alma.

Hay una historia famosa de Diógenes, el filósofo cínico. Le capturaron unos piratas, y le iban a vender como esclavo. Mirando a los que pasaban y envidaban por él, se fijó en un hombre. «Véndeme a ese hombre –dijo-. Necesita un maestro.» El hombre le compró; le confió a Diógenes la dirección de su casa y la educación de sus hijos. «Fue un buen día para mí -solía decir aquel hombre cuando Diógenes entró en mi casa.» Cierto; pero le costó a aquel hombre abdicar de su dignidad.

A menudo sucede que una persona mantiene su dignidad y cae de la gracia.

(iii) Se olvidó de su orgullo. Tiene que haberle costado un esfuerzo consciente de humillación a este gobernador de la sinagoga el venir a pedirle ayuda a Jesús de Nazaret. A nadie le gusta deberle un favor a otro; todos queremos resolverlo todo solos. El primer paso en la vida cristiana es darnos cuenta de que no podemos por menos de estar en deuda con Dios.

En una antigua historia, eso fue precisamente lo que tuvo que hacer Naamán (2 Reyes 5). Tuvo que venir a Eliseo para curarse de la lepra. La prescripción de Eliseo fue que fuera y se bañara en el Jordán siete veces. ¡Esa no era manera de tratar al primer ministro de Siria! Eliseo ni siquiera había comunicado el mensaje personalmente. ¡Se lo había enviado con un criado! Y, ¿es que no había ríos mucho mejores en Siria que ese riachuelo polvoriento y cenagoso del Jordán? Estos fueron los primeros pensamientos de Naamán; pero acabó por tragarse su orgullo, y se libró de su lepra.

(iv)- Aquí llegamos al reino de la especulación; pero me parece que podemos decir que este hombre se olvidó de sus amigos. Puede que, de todas, todas, objetaran a que él acudiera a Jesús. Es bastante extraño que él viniera en persona en vez de mandar a un mensajero. Parece extraño de estuviera dispuesto a dejar a su hija, que estaba a las puertas de la muerte. Puede ser que fuera él porque ningún otro estaba dispuesto. Los de su círculo fueron sospechosamente rápidos en decirle que no molestara más a Jesús. Suena casi como si se alegraran de no solicitar Su ayuda. Bien puede ser que este gobernador desafiara la opinión pública y él consejo privado al dar el paso de acudir a Jesús. Muchas personas se muestran más sabias cuando sus amigos sabios según el mundo creen que están actuando como unos estúpidos.

Aquí tenemos a un hombre que lo olvidó todo excepto que quería la ayuda de Jesús; y gracias a ese olvido recordaría siempre que Jesús es el Salvador.

LA ÚLTIMA ESPERANZA DE UNA PACIENTE

 

Ahora bien, había una mujer que llevaba ya doce años. sufriendo de hemorragias. Se había sometido a muchos tratamientos a manos de muchos médicos; se había gastado todo el dinero que tenía, y no le había servido de nada. De hecho, había ido de mal en peor. Cuando oyó lo que decían de Jesús, se acercó a El por detrás entre la gente, y Le tocó la ropa, diciéndose: «Aunque no haga más que tocar Su ropa, me curaré.» E inmediatamente se le secó la fuente de la sangre, y sintió en su cuerpo que estaba curada de su tormento.

La mujer de este pasaje sufría un mal que era muy corriente y muy difícil de tratar. El mismo Talmud propone no menos de once curas para esa dolencia. Algunas de ellas no son más que tónicos y astringentes; pero otras son sencillamente supersticiones, como llevar las cenizas de un huevo de avestruz en una faja de lino en el verano y de algodón en invierno; o llevar una espiga de cebada que se hubiera encontrado en el estiércol de una burra blanca. Sin duda esta pobre mujer había probado hasta esos remedios desesperados. Lo malo era que aquello no solamente afectaba la salud de una mujer, sino que la mantenía en una condición de impureza ritual y le impedía participar en el culto a Dios y en el trato con las demás personas (Lev_15:25-27 ).

Marcos se mete aquí un poco con los médicos. La mujer había acudido a todos los que había podido, y había sufrido mucho con los tratamientos, y se había gastado todo lo que tenía; y el resultado había sido, no ponerse mejor, sino peor. La literatura judía es interesante en el tema de los médicos. «Yo solía ir a los médicos -dice una persona- para que me curaran; pero cuanto más me ungían con sus pócimas, más se me nublaban los ojos, hasta que me quedé completamente ciego» (Tobías 2:10). Hay un pasaje en la Misná, que es un sumario de la ley tradicional, hablando acerca de los negocios a los que se puede dedicar a un hijo. «Rabí Yehudá dice: «Los muleros son en su mayoría unos canallas; los camelleros son en su mayoría gente como es debido; los marinos son casi todos santos; los mejores entre los médicos están destinados a la gehena, y los más aceptables de los carniceros son colegas de Amalec.»» Aquí hay que tener en cuenta el humor característicamente judío, aplicado a una profesión digna y respetada en la que los judíos siempre descollaron. Y afortunada y justamente hay voces en el sentido opuesto. Uno de los elogios más grandes que se han hecho de los médicos está en El Libro de Sirá (uno de los apócrifos o deuterocanónicos que se escribieron entre el Antiguo y el Nuevo Testamento), que tomamos de la Biblia del Oso:

Honra al médico de sus honras para las necesidades: porque el Señor lo crió. Porque la medicina viene del Altísimo, y de los reyes será honrada. La ciencia del médico hace alzar su cabeza, y delante de los príncipes es admirable. El Señor crió de la tierra las medicinas, y el hombre prudente no las despreciará con fastidio. ¿El agua no recibió dulzura del madero, para que su virtud fuese notoria al hombre? Él es el Que dio a los hombres la ciencia para ser glorificado en sus maravillas. Él es el Que sana por estas cosas, y mitiga el dolor del hombre. El boticario con estas cosas hace sus compuestos (suaves, y sus unciones salutíferas,) y sus obras no tienen fin; mas de Él procede la prosperidad sobre toda la tierra. Hijo, en tu enfermedad no seas negligente, mas ora al Señor, y El te sanará. Apártate del pecado, y endereza la mano; y de toda culpa limpia tu corazón. Ofrece perfume de suave olor, y memorial de flor de harina; engrasa la ofrenda, que no eres tú el primero que das estos dones. Y da luego lugar al médico, porque Dios lo crió; y no se aparte de ti, porque lo has menester. (Porque) hay tiempo cuando el buen suceso está en sus manos. Porque también ellos orarán al Señor que les prospera la ayuda y la cura por causa de la vida. El que peca contra Aquel Que lo hizo, caiga en las manos del médico.

Los médicos no habían tenido éxito en el caso de esta mujer, y ella había oído hablar de Jesús. Pero ella tenía este problema: su dolencia era doblemente embarazosa; el meterse entre la gente y confesarlo abiertamente era imposible, porque contaminaba a todos los que tocara, aunque fuera un roce mínimo; pero a pesar de todo decidió tratar de tocar, aunque sólo fuera la ropa de Jesús, en secreto. Cualquier judío devoto llevaba una ropa exterior con cuatro flecos, uno en cada extremo. Estos flecos se llevaban obedeciendo el mandamiento de Num_15:38-40 , para indicarles a los demás, y al mismo que las usaba, que era un miembro del pueblo escogido de Dios. Eran el emblema de todo judío piadoso. Fue uno de esos flecos lo que tocó la mujer escurriéndose entre la multitud; y en cuanto lo tocó sintió la emoción de saberse curada.

Aquí tenemos a una mujer que vino a Jesús como su última esperanza; había probado todas las otras curas que el mundo pudiera ofrecer, y finalmente probó con Jesús. Muchas y muchas personas han venido a buscar la ayuda de Jesús cuando estaban al borde de la desesperación. Puede que hubieran luchado contra la tentación hasta no poder más, y Le extendieron la mano gritando: « ¡Señor, sálvame, que estoy perdido!» Puede que hubieran luchado con alguna responsabilidad agotadora hasta no poder más, y entonces clamaron por una fuerza que ya no tenían en sí mismos. Puede que fueran personas que habían trabajado para alcanzar la bondad que anhelaban, sólo para verla cada vez más lejos, hasta sentirse totalmente frustrados. Ninguna persona tendría por qué acudir a Cristo obligada por las circunstancias; y sin embargo muchos vienen así; pero aunque sea así como venimos, El no nos despedirá con las manos vacías. Aunque todo nos falle, Él no nos fallará.

EL COSTO DE LA SANIDAD

 

Jesús Se dio perfecta cuenta del poder que había salido de Él; y Se volvió inmediatamente en medio de la multitud y dijo:

-¿Quién ha sido el que Me ha tocado la ropa?

Los discípulos Le dijeron:

-¡Mira toda la gente que Te está apretujando por todas partes! ¿Y dices que quién Te ha tocado la ropa?

Jesús siguió mirando a Su alrededor a ver quién había sido. La mujer estaba muy asustada y temblando. Sabía muy bien lo que le había sucedido; así es que vino, y se postró en tierra delante de Jesús y Le confesó toda la verdad.

-¡Hija! -le dijo Jesús- ¡Tu fe te ha curado! Vete, y disfruta de buena salud, libre del mal que ha sido tu tormento.

Este pasaje nos dice algo acerca de tres personas.

(i) Nos dice algo acerca de Jesús. Nos habla del costo de la sanidad. Cada vez que Jesús curaba a alguien, algo salía de Él. Aquí tenemos un principio universal de la vida. Nunca produciremos nada que valga la pena a menos que estemos dispuestos a poner algo en ello de nosotros, de nuestra misma alma. Ningún pianista ofrecerá nunca una interpretación realmente grande si se limita a tocar la pieza de música con una técnica perfecta. La interpretación no será grande a menos que al final de ella el intérprete esté agotado por la entrega de sí mismo. Ningún actor ofrecerá nunca una gran interpretación si no hace más que repetir las palabras con la debida inflexión y con los gestos correctos, como un autómata perfectamente programado. Sus lágrimas han de ser lágrimas reales; sus sentimientos tienen que ser sentimientos reales; tiene que dar algo de sí mismo en su representación. Ningún predicador que haya predicado nunca un verdadero sermón se bajará del púlpito sin un sentimiento de que se ha drenado de algo.

Si hemos de ayudar alguna vez a otros, tenemos que estar dispuestos a entregarnos a nosotros mismos. Todo depende de nuestra actitud hacia los demás. Una vez, el gran crítico literario Matthew Arnold dijo de la clase media: « Fijaos en estas personas; la ropa que se ponen, los libros que leen; la textura de mente que fragua sus pensamientos; ¿hay alguna cantidad de dinero que compense por ser así como uno de estos?» Ahora bien, el sentido de ese dicho puede que sea verdad o no; pero de lo que no cabe duda es del desprecio del que nació. Amold miraba a las personas con una especie de estremecimiento de repulsa. Y nadie que mire a los demás de esa manera podrá jamás ayudarlos.

Considerad por otra parte a Moisés después que el pueblo había hecho el becerro de oro cuando él estaba en la cima de la montaña. Recordad cómo Le pidió a Dios que le borrara del libro de Sus memorias a cambio de que perdonara al pueblo Exo_32:30-32 ). Recordad también el sentimiento de Pablo hacia Israel, y que estaba dispuesto hasta a condenarse para que su pueblo se salvara Rom_9:1-3 ).

La grandeza de Jesús se ve en que estaba dispuesto a pagar el precio de ayudar a otros, y que ese precio era derramar Su propia vida. Seguimos Sus huellas solamente cuando estamos dispuestos a gastar, no nuestro dinero, sino nuestra fuerza y nuestra alma, por otros.

(ii) Nos dice algo acerca de los discípulos. Nos muestra muy gráficamente las limitaciones de lo que se llama « el sentido común.» Los discípulos tenían un punto de vista de sentido común. ¿Cómo podía evitar Jesús que Le tocaran y que Le apretujaran en medio de una muchedumbre así? Esa era la manera sensata de considerar las cosas. Aquí surge el hecho extraño y punzante de que no se habían dado cuenta de que a Jesús Le costara nada sanar a los enfermos.

Una de las tragedias de la vida es la falta de sensibilidad de la mente humana. A menudo dejamos de darnos cuenta de lo que otros están pasando. Puede que sea porque no tengamos experiencia de algo, y nunca pensamos en lo que ese algo le está costando a otro. Porque algo nos sería fácil, nunca nos damos cuenta del esfuerzo terrible que puede suponer para otra persona. Por eso es por lo que tan a menudo herimos de la peor manera a los que amamos. Uno puede que Le pida a Dios sentido común; pero algunas veces sería mejor pedirle esa percepción sensible y clarividente para ver lo que hay en los corazones de otros.

(iii) Nos dice algo acerca de la mujer. Nos habla del alivio de la confesión. Todo había sido tan difícil, y tan humillante. Pero, una vez que Le dijo toda la verdad a Jesús, el terror y el temblor pasaron, y una oleada de alivio le inundó el corazón. Y una vez que hizo su confesión lastimosa, encontró a Jesús muy amable. No debe costarnos confesarle las cosas a Uno Que nos entiende como Jesús.

DESESPERACIÓN Y ESPERANZA

 

Mientras Jesús estaba hablando, llegaron mensajeros de la casa del gobernador de la sinagoga que le dijeron:

-Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro?

Jesús oyó por encima el mensaje que traían, y le dijo al gobernador de la sinagoga:

-¡No tengas miedo! ¡Sigue creyendo!

Jesús no dejó que nadie Le acompañara más que Pedro y Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Cuando llegaron a la casa del gobernador de la sinagoga, Jesús vio la conmoción, y a la gente llorando y chillando. Y entró y les dijo:

-¿Por qué estáis tan afligidos? ¿Y por qué estáis llorando? La niñita no ha muerto: está dormida.

Y se rieron burlonamente de Él.

Las costumbres judías de duelo eran expresivas y detalladas, y estaban diseñadas prácticamente para subrayar la desolación y la separación final que causa la muerte. La esperanza victoriosa de la fe cristiana no existía todavía.

En cuanto tenía lugar una muerte, se levantaba un griterío terrible para que todos se dieran cuenta de que la muerte había asestado su golpe final. Los gemidos se repetían en el momento del entierro, cuando se llegaba a la tumba. Los afligidos se colgaban sobre el cuerpo muerto, suplicando una respuesta de sus labios callados para siempre. Se herían el pecho, se arrancaban el pelo y se rasgaban la ropa.

El rasgarse las vestiduras tenía que hacerse de acuerdo con ciertas reglas y costumbres. Se hacía justamente antes de que el cuerpo se ocultara definitivamente de la vista. Las vestiduras tenían que rasgarse hasta el corazón; es decir, hasta que se expusiera la piel, pero no se debían rasgar por debajo del ombligo. Por padres y madres se rasgaba el lado izquierdo, sobre el corazón; por otros familiares, el lado derecho. Una mujer tenía que rasgarse la ropa en privado; y entonces ponerse del revés la ropa interior para que lo rasgado quedara a la espalda; entonces se rasgaba la ropa exterior, de manera que no se le viera el cuerpo. La ropa rasgada se llevaba puesta treinta días. Después de los primeros siete días se podía zurcir lo que se había rasgado; pero de manera que se pudiera reconocer claramente. Después de los treinta días se podía coser adecuadamente la ropa.

Los flautistas eran esenciales. En la mayor parte del mundo antiguo, en Roma, Grecia, Fenicia, Asiria y Palestina, el sonido de la flauta se relacionaba inseparablemente con la muerte y la tragedia. Estaba establecido que, por muy pobre que fuera un hombre, debía haber por lo menos dos flautistas en el funeral de su esposa. W. Taylor Smith, en el Dictionary of Christ and the Gospels de Hastings, cita dos ejemplos interesantes del uso de los flautistas que muestran lo extendida que estaba esta costumbre. Hubo flautistas en el funeral del emperador romano Claudio. Cuando el año 67 d C. llegó a Jerusalén la noticia de la toma de Jotapata por los ejércitos Romanos, Josefo nos dice que «la mayor parte del pueblo contrató a flautistas para que dirigieran sus Lamentaciones.»

El lamento de las flautas, los chillidos de las plañideras, las apasionadas llamadas a los muertos, las vestiduras rasgadas, el pelo arrancado, tienen que haber convertido una casa judía en un lugar lúgubre y patético en un día de luto.

Cuando llegaba la muerte, a los que estaban de duelo se les prohibía trabajar, usar perfumes y llevar calzado. Hasta el hombre más pobre tenía que dejar de trabajar tres días. No tenía que viajar con mercancías; y la prohibición de trabajo se extendía también a sus servidores. No se podía sentar con la cabeza apoyada, ni afeitar, ni « hacer nada para su consuelo.» No podía leer la Ley o los Profetas, porque el leer estos libros produce alegría. Se le permitía leer Job, Jeremías y Lamentaciones. Tenía que tomar alimento solamente en su casa, y se tenía que abstener totalmente de carne y de vino. No podía salir del pueblo por treinta días. Era costumbre no comer a la mesa, sino sentado en el suelo, usando una silla como mesa. Era costumbre, y todavía lo es, comer huevos untados de ceniza y sal.

Había una curiosa costumbre. Se vaciaba toda el agua de la casa y de las tres casas vecinas a cada lado, porque se decía que el Ángel de la Muerte administraba la muerte con una espada que limpiaba en el agua cercana. Había una costumbre peculiarmente patética. En el caso de una persona que hubiera muerto demasiado joven, si no estaba casada, el ritual del matrimonio era parte de los ritos funerarios. Durante el tiempo del duelo, el afligido estaba exento de guardar la Ley, porque se suponía que estaba fuera de sí, loco de aflicción.

El que estaba de duelo tenía que ir a la sinagoga; y cuando entraba, los demás le miraban a la cara y le decían: « Bendito sea el Que consuela al afligido.» En el libro judío de oraciones hay una oración especial que se ha de usar antes de comer en la casa del duelo:

Bendito eres Tú, oh Dios, nuestro Señor, Rey del universo, Dios de nuestros padres, nuestro Creador, nuestro Redentor, nuestro Santificador, el Santo de Jacob, el Rey de la vida, Que eres bueno y haces el bien; el Dios de verdad, el Juez justo Que juzgas con rectitud, Que llevas el alma ajuicio, y eres el Único que gobiernas en el universo, Tú obras en él según Tu voluntad, y todos Tus caminos son en juicio, y nosotros somos Tu pueblo y Tus siervos, y en todas las situaciones estamos obligados a alabarte y bendecirte, Que proteges de todas las calamidades a Israel, y nos escudará en esta calamidad,

y de este duelo nos sacará a vida y paz. Consuela, oh Dios, nuestro Señor, a todos los afligidos de Jerusalén que están de duelo con dolor. Consuélalos en su duelo, y haz que se regocijen en su agonía como aquel a quien consuela su madre. Bendito seas Tú, oh Dios, el Consolador de Sión, Tú que reedificas Jerusalén.

Esta oración es posterior a los tiempos del Nuevo Testamento, pero está inspirada en expresiones angustiadas de dolor que nosotros podemos leer en esta historia de la niña que había muerto.

LA DIFERENCIA QUE HACE LA FE

Pero Jesús hizo salir de allí a todos, y no tomó consigo más que al padre y a la madre de la niña, y a Sus amigos, y entraron en la habitación en la que estaba la niña. Jesús le tomó la mano a la niña, y le dijo:

-¡Jovencita, a ti te digo, levántate!

Inmediatamente la muchacha se levantó y se puso a andar por allí, porque tenía unos doce años de edad. E inmediatamente todos se maravillaron sobremanera. Jesús les advirtió muy en serio que no le dijeran a nadie lo que había sucedido. Y dio orden de que le dieran a la muchacha algo de comer.

Hay aquí un detalle conmovedor. En el mismo texto original, «¡Jovencita, a ti te digo, levántate!» aparece en arameo: «Talitha, kumí.» ¿Cómo llegó esta frase en arameo a incorporarse en el griego del evangelio? No puede haber más que una explicación. Ya hemos visto que Marcos fue el intérprete de Pedro. Pedro, que había estado allí, había sido uno de los tres escogidos, del círculo íntimo que había presenciado este acontecimiento, y no podía olvidar nunca la voz y las palabras de Jesús. En su mente y memoria siguió oyendo aquel « Talitha, kumí» toda su vida. El amor, la dulzura, la caricia de aquellas palabras no se le borraron nunca, y las citaba siempre textualmente cuando contaba la historia, y así pasaron a la memoria de Marcos.

Este pasaje es una historia de contrastes.

(i) Hay un contraste entre la desesperación de los que estaban de duelo y la esperanza de Jesús. «No molestes al Maestro -dijeron-. Ya no se puede hacer nada.» «No tengas miedo -le dijo Jesús-,sino sigue teniendo fe.» Por una parte es la voz de la desesperación la que habla; por la otra, la voz de la esperanza.

(ii) Hay un contraste entre la angustia desbordante de los del duelo, y la tranquila serenidad de Jesús. Estaban lamentando y llorando y arrancándose los cabellos y rasgándose las vestiduras en un paroxismo de aflicción; Él estaba tranquilo y callado y sereno, y en control de Sí mismo y de la situación.

¿Por qué esta diferencia? Era debida a la perfecta confianza que Jesús tenía en Dios. La peor tragedia humana se puede afrontar con coraje y dignidad cuando se está con Dios. Se rieron y burlaron de Jesús porque creían que Su esperanza y Su tranquilidad eran absurdas. Pero el gran hecho de la vida cristiana es, que cuando nos parece a las personas totalmente imposible, es posible para Dios. Cuando sobre una base meramente humana algo es demasiado bueno para ser verdad, se convierte en algo benditamente bueno y benditamente cierto cuando Dios está en ello. Se rieron de El con burlas, pero su risa tiene que haberse transformado en admiración sin límites cuando se dieron cuenta de lo que Dios puede hacer. No hay nada que pueda resistir a ese enfrentarse y a ese conquistar -ni siquiera la muerte- cuando el enfrentarse y el conquistar se hacen en el amor de Dios que se ha manifestado en nuestro Señor Jesucristo.

Aunque no estamos seguros a qué se debe la posesión demoníaca, sabemos que los demonios usan el cuerpo en forma destructiva para distorsionar y destruir la relación y la semejanza del hombre con Dios. Aun hoy en día los demonios son peligrosos, poderosos y destructivos. Aunque es importante que reconozcamos su actividad maligna, debemos mantenernos alejados de ellos y evitar cualquiera relación con las fuerzas demoníacas o el ocultismo, aunque sea por curiosidad (véase Deu_18:10-12). Si resistimos al diablo y sus influencias, huirá de nosotros (Jam_4:7).

El demonio dijo que su nombre era «Legión». Una legión era la unidad más grande en el ejército romano y consistía entre tres mil y seis mil soldados. Es obvio que este hombre no estaba poseído de un solo demonio, sino de muchos.

A menudo, Marcos resalta la sobrenatural lucha entre Jesús y Satanás. La meta de los demonios era, y sigue siendo, controlar a los humanos en los que habitaban; la meta de Jesús era, y es, la liberación de esas personas del pecado y del control de Satanás. Los demonios sabían que no tenían poder sobre Jesús; por eso cuando lo vieron le rogaron que no los enviara a un lugar distante (llamado «abismo» en Luk_8:31). Jesús accedió (Luk_5:13), pero puso fin a su obra destructiva entre los hombres. Pudo haberlos enviado al infierno, pero no lo hizo porque la hora del juicio aún no había llegado. Al final, por supuesto, todos los demonios serán enviados al fuego eterno (Mat_25:41).

De acuerdo con la Ley del Antiguo Testamento (Lev_11:7), los cerdos eran animales «inmundos». Esto significa que los judíos no los comían y ni siquiera los tocaban. Este incidente ocurrió al sudeste del mar de Galilea, en la región de los gadarenos, habitada por gentiles, lo que explica por qué aparece en este relato un hato de cerdos.

Después de tan maravilloso milagro de salvarle la vida a un hombre, ¿por qué la gente quiso que Jesús se fuera de allí? Le pidieron que se fuera porque estaban atemorizados de su poder sobrenatural, poder que parecía incontrolable. Es posible que también hayan temido que Jesús continuara eliminando sus fuentes de subsistencia por lo que hizo con sus cerdos. Preferían su fuente de ingresos y su seguridad.

Jesús le dijo al hombre que fuera a sus amigos y les hablara de su milagrosa sanidad. Muchas veces Jesús solicitó de quienes recibieron sanidad que no se lo dijeran a nadie. ¿Por qué este cambio? He aquí unas posibles respuestas: (1) El hombre poseído de demonios estaba solo e incapacitado para hablar. Contar a otros lo que Jesús había hecho por él probaría su liberación. (2) Esta era una región mayormente gentil y pagana, por lo cual Jesús no esperaba que le siguieran grandes multitudes ni líderes religiosos que se le opusieran. (3) Al enviar al hombre con estas buenas noticias, Jesús expandía su ministerio a pueblos gentiles.

Este hombre fue un poseído de demonios, pero ahora era un ejemplo viviente del poder de Jesús. Quiso irse con Jesús, pero El le dijo que se fuera a su casa y contara su historia a los suyos. Si usted ha experimentado el poder de Jesús, también es un ejemplo viviente. ¿Es entusiasta como aquel hombre para dar las buenas nuevas a los que le rodean? Así como hablamos a otros de un médico que sana determinada enfermedad física, debemos hablar de Cristo, el que sana nuestros pecados.

La región de las Diez Ciudades, llamada Decápolis, estaba ubicada al sudeste del mar de Galilea. Diez ciudades, cada una con su gobierno independiente, formaban una alianza para protegerse y aumentar el comercio. Varios siglos antes las fundaron mercaderes griegos e inmigrantes. Aunque también había judíos por allí, eran una minoría. Muchos de estas diez ciudades siguieron a Jesús (Mat_4:25).

Jesús cruzó de nuevo el mar de Galilea y tal vez desembarcó en Capernaum. Jairo era el jefe elegido de la sinagoga local. Tenía que supervisar la adoración, velar para que la escuela semanal funcionara y cuidar del edificio. Muchos jefes de sinagogas estaban estrechamente vinculados con los fariseos. De ahí que presionaron a algunos para que no respaldaran a Jesús. El que Jairo se inclinara ante Jesús fue un acto significativo y quizás cuidadoso de respeto y adoración.

Esta mujer tenía un mal incurable que le provocaba estar siempre sangrando. Quizás era un desorden menstrual o uterino que la hacía ritualmente impura (Lev_15:25-27), excluyéndola de la mayor parte de sus relaciones sociales con otros judíos. Estaba desesperada por que Jesús la sanara, pero sabía que si lo tocaba, por la Ley judía también lo considerarían «inmundo». No obstante, lo tocó por fe y sanó. A veces creemos que nuestros problemas nos alejan de Dios. Pero El siempre está listo para ayudarnos y nunca deberíamos dejar que el miedo nos impida acercarnos a El.

Jesús no se enojó con la mujer por haberlo tocado. Sabía que lo había hecho, pero aun así se detuvo y preguntó quién había sido, para enseñarle algo acerca de la fe. Aunque la mujer sanó en el mismo momento en que lo tocó, Jesús le dijo que su fe la había sanado. Fe verdadera significa acción. La fe que no se pone en acción no es fe.

La crisis de Jairo lo hizo sentirse confundido, temeroso y sin esperanza. Las palabras que Jesús le dijo en medio de la crisis nos hablan también a nosotros: «No temas. Cree solamente». En las palabras de Jesús había esperanza y promesa. La próxima vez que usted se sienta como Jairo, trate de ver sus problemas desde el punto de vista de Jesús. El es la fuente de toda esperanza y promesa.

Con fuertes lamentos y llantos se acompañaba a los que morían. La falta de lamentos y llantos en un funeral era la peor desgracia y deshonor. Algunas personas, a menudo mujeres, hacían del duelo una profesión. Los familiares del muerto les pagaban por llorar sobre el cadáver. El día del entierro el cortejo iba por las calles seguido por las plañideras, los familiares y los amigos.

Las plañideras empezaron a burlarse de Jesús cuando El dijo: «No está muerta, sino duerme». La niña estaba muerta, pero Jesús usó la imagen del sueño para indicar que su condición era temporal y que sería restaurada.

Jesús toleró la impertinencia de la multitud porque quería enseñar una importante lección acerca de mantener la esperanza y la confianza en El. Hoy en día, muchos en el mundo se ríen de las cosas que dice Dios porque les parecen ridículas. Cuando se sienta empequeñecido al expresar su fe en Jesús y esperanza de la vida eterna, recuerde que los incrédulos no ven desde la perspectiva de Dios. Si desea más información acerca de la vida después de la muerte, véase 1Th_4:13-14.

Talita cumi es una expresión en arameo, uno de los idiomas originales de Palestina. Los discípulos y Jesús no solo hablaban arameo, sino tal vez griego y hebreo también.

Jesús no solo demostró gran poder, sino también una tremenda compasión. Cuando ejerció poder sobre la naturaleza, los demonios y la muerte, lo hizo por compasión hacia un endemoniado que vivía en medio de los sepulcros, hacia una enferma y hacia los familiares de una niña muerta. Los rabinos de la época consideraban inmundas a tales personas. La gente de la sociedad las evitaba. Pero Jesús se acercó a ellas y ayudó a cada una según su necesidad.

Jesús dijo a los padres de la niña que no divulgaran la noticia del milagro. Quería que los hechos hablaran por sí solos y el momento no era el más propicio para una confrontación con los líderes religiosos. Jesús todavía tenía mucho por hacer y de ninguna manera quería que la gente lo siguiera solo por ver los milagros que hacía.

EL TOQUE DE JESUS

¿Con qué clase de gente se relacionó Jesús? ¿A quién consideró lo bastante importante para tocar? Aquí vemos a mucha gente que Jesús conoció. Algunos lo alcanzaron, El alcanzó a otros. Independientemente de cuán famoso o desconocido, rico o pobre, joven o anciano, pecador o santo, Jesús se interesa por todos de igual manera. Ninguno está fuera del alcance del toque amoroso de Jesús.

Poder sobre la muerte (ver Mat. 9:18-26; Luc. 8:40-56).

Este relato se refiere a un área donde el poder del reino de Dios todavía no había sido presentado por Jesús: la conquista sobre la muerte, el último enemigo. La sanidad de la hija de Jairo presenta a Jesús como el Señor de la vida y de la muerte, sin embargo, en el estilo típico de Mar. está “intercalada” con el relato de otra sanidad, la de la mujer con el flujo persistente de sangre.

Jairo era humilde y crédulo y estaba listo para confesar su necesidad. El confesó que su hija estaba moribunda, pero creía que un toque por Jesús la sanaría. Por su parte, la mujer demostró una fe aun mayor; tenía fe en que si sólo pudiera tocar el borde del ropaje de Jesús, sería sanada. Esto no era superstición o mera magia, era fe. En su corazón ella sabía que cualquier contacto con Jesús, por más leve que fuera, le otorgaría sanidad (28), y así fue. Es importante notar que Jesús no dijo “tu toque te ha salvado”, sino tu fe te ha salvado, además, no tenemos ningún mandamiento que diga que podemos confiar en el poder del tacto enviando pañuelos que han sido bendecidos para colocar sobre personas enfermas en la esperanza de alguna sanidad. El v. 30 expresa el hecho de que una sanidad era costosa al Señor (igual que toda predicación cuesta al predicador), pero puede ser sencillamente un caso de perspicacia sobrenatural. Los discípulos pensaron que la pregunta de Jesús era absurda y lo expresaron (31). La mujer aterrorizada sabía que al tocar la ropa de Jesús él quedaría inmundo ceremonialmente, y el mismo contacto sin duda habría contaminado a todas las personas de la multitud también. La menstruación hacía que las mujeres estuviesen ceremonialmente inmundas y las privaba de cualquier compañerismo con el pueblo de Dios por espacio de algunos días cada mes. La enfermedad de esta mujer había significado que, en su caso, la exclusión había durado 12 largos años. Marcos explica que ella había procurado en vano recibir ayuda médica, pero empeoraba en vez de mejorar. El médico Lucas suavizó el lenguaje un poco (Luc. 8:43). Lo que esta mujer no podía entender era que en Jesús había encontrado a uno que estaría dispuesto a “contaminarse” en bien de ella, para que pudiera quedar “limpia”. Jesús había hecho algo parecido con el leproso. Este es el verda dero poder del reino de Dios, es el poder de la cruz y el poder del amor.

La conversación de Jesús con la enferma significó una demora para llegar a la casa de Jairo, y llegó la noticia de que su hija había fallecido (35). Jairo ya había creído lo difícil; ¿podría él creer ahora en lo imposible? Precisamente, eso fue lo que Jesús le pidió que hiciera, a pesar de toda la sabiduría mundana de los tañedores y las plañideras contratados y que llenaban la casa. La risa burlona de muestra lo absurdo del punto de vista de que la niña estaba en coma; ellos conocían el aspecto de la muerte muy bien. Cuando Jesús dijo duerme, él se refería al hecho de que él la levantaría, dando también su concepto de la muerte que él mismo traería por medio de su propia resurrección.

Esta falta de fe excluyó a los que se lamentaban de poder presenciar el milagro. Solamente a los “tres íntimos” (Pedro, Jacobo y Juan) les fue permitido ser testigos, al igual que los padres. (Los detalles como los de algún testigo tienen que haber surgido de uno de éstos.) Los tres mencionados seguramente eran más sensibles a Jesús que los demás y, por lo tanto, eran sus íntimos. Jesús usó un término cariñoso en arameo (el idioma nativo tanto de Jesús como el de la niña) que Marcos traduce para sus lectores no judíos. La palabra que se traduce niña tiene el mismo tono de afecto como sería la palabra “corderita” en nuestro idioma.

Habiendo hecho volver a la vida a la pequeña y viéndola caminar, Jesús les dijo a los padres que le diesen a ella de comer. Este último toque práctico devolvió a la familia atónita a la realidad de la vida diaria.

Posiblemente, sea mejor denominar este incidente como un “reavivar” en vez de una “resurrección”, ya que algún día la niña tendría que morir. Cuando Jesús propiamente se levantó de entre los muer tos su cuerpo fue transformado, y cuando nosotros seamos levantados por él, nuestros cuerpos serán transformados y nunca tendremos que pasar por la muerte otra vez (1 Cor. 15). Además de este relato, Lucas escribe de cómo Jesús devolvió la vida únicamente al hijo de la viuda de Naín, y luego Juan agrega la resurrección de Lázaro. No debemos asumir que Jesús hacía este tipo de milagro con frecuencia: no sería necesario hacerlos una vez que él hubiese demostrado su poder. Pedro (Hech. 9:41) y Pablo (Hech. 20:10) devolvieron la vida a personas fallecidas, pero sólo lo hicieron una vez, así que tiene que haber tenido algún valor especial. Además, no es un don es piritual prometido por Jesús a sus discípulos; no debemos pensar que nosotros tenemos tal don.

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