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Marcos 4: Enseñando por parábolas

Jesús se puso a enseñar otra vez a la orilla del lago. Se reunió para escucharle una multitud tan grande de gente que El tuvo que subirse a una barca, y sentarse en ella en el lago. Toda la inmensa multitud de gente estaba a la orilla, mirando hacia el lago. Él se puso a enseñarles muchas cosas por parábolas; y en Su enseñanza empezó a decirles:

-¡Escuchad! ¡Mirad! ¡El sembrador ha salido a sembrar!

En esta sección vemos a Jesús iniciando una nueva etapa. Ya no estaba enseñando en la sinagoga, sino a la orilla del lago. Había intentado llegar al pueblo de una manera ortodoxa; ahora tenía que seguir métodos menos convencionales.

Haremos bien el fijarnos en que Jesús estaba dispuesto a utilizar nuevos métodos. Estaba dispuesto a trasladar la predicación y la enseñanza fuera del ambiente convencional de la sinagoga al aire libre y entre las multitudes de hombres y mujeres corrientes. John Wesley fue durante muchos años un servidor fiel y ortodoxo de la Iglesia de Inglaterra. Su amigo George Whitefield estaba en Bristol predicando a los mineros, tantos como veinte mil a la vez, al aire libre; y en su audiencia se convertían a centenares. Mandó a buscar a John Wesley. Wesley dijo: «A mí me encanta un salón amplio, un cojín blandito y un púlpito bonito.» Lo de la predicación al aire libre más bien le escandalizaba. Se decía a sí mismo: «Difícilmente podía identificarme al principio con esos métodos extravagantes -habiendo sido toda mi vida, hasta bien tarde, tan cumplidor de todo lo relativo a la decencia y al orden-, hasta tal punto que habría creído que era casi un pecado salvar almas si no se hacía en la iglesia.» Pero Wesley vio que la predicación al aire libre ganaba almas, y dijo: «No puedo discutir una cuestión de Hechos.»

Tiene que haber habido muchos entre los judíos ortodoxos que consideraran esta nueva salida como acrobática y sensacionalista; pero Jesús era suficientemente sabio para saber cuándo hacían falta nuevos métodos, y era lo suficientemente aventurero como para usarlos. Sería bueno que la Iglesia fuera igualmente sabia y emprendedora. Esta nueva etapa requería un método nuevo; y el nuevo método que escogió Jesús consistía en hablarle a la gente por parábolas. Parábola quiere decir literalmente algo que se pone al lado de algo; es decir, una comparación. Es una historia terrenal con un sentido celestial. Algo de la Tierra se compara con algo del Cielo, para que la verdad celestial se pueda captar mejor a la luz de la ilustración terrenal. ¿Por qué escogió Jesús este método? ¿Y cómo llegó ‹a serle tan característico que llegó a ser el Maestro de la parábola?

(i) La primera y principal razón es que Jesús eligió el método parabólico para hacer que la gente Le escuchara. Ya no Se estaba dirigiendo a una audiencia de personas religiosas en una sinagoga, que estaban más o menos obligadas a permanecer allí hasta que terminara el culto. Tenía una audiencia multitudinaria y diversa al aire libre, que tenía libertad para marcharse cuando quisiera. Por tanto, la prioridad esencial era despertar y mantener su interés. En caso contrario, sencillamente se marcharían. Sir Philip Sidney habla del secreto del poeta: «Con una historia peregrina viene a ti, con un cuento que hace que los niños dejen de jugar y los viejos abandonen la chimenea.» La mejor manera de despertar el interés de la gente es contarles historias, y Jesús lo sabía.

(ii) Además, cuando Jesús usaba el método parabólico estaba siguiendo un método que les era totalmente familiar a las audiencias y los maestros judíos. Hay parábolas en el Antiguo Testamento, la más famosa de las cuales es la historia de la corderita que Natán le contó a David cuando se había deshecho traicioneramente de Urías y tomado posesión de Betsabé (2Sa_12:1-7 ). Los rabinos usaban parábolas corrientemente en su enseñanza. Se decía de Rabí Meír que hablaba una tercera parte de cuestiones legales; otra tercera parte de explicaciones, y otra tercera parte en parábolas.

Aquí tenemos dos ejemplos de parábolas rabínicas. La primera es de Rabí Yehudá ha-Nasí, Judá el Príncipe (c. 190 d C.). El emperador romano Antonino le preguntó cómo podía haber castigo en el más allá; porque, puesto que el cuerpo y el alma no podían haber cometido pecado después de separarse, podrían echarse las culpas mutuamente por los pecados cometidos en este mundo. El rabino le contestó con una parábola:

Un cierto rey tenía un hermoso huerto que daba una fruta excelente; y puso a cargo de él a dos vigilantes, uno ciego y el otro cojo. El cojo le dijo al ciego: «Veo una fruta exquisita en el huerto. Llévame allí para que la coja, y nos la comeremos entre los dos.» El ciego estuvo de acuerdo, y ambos se comieron la fruta. Después de algunos días llegó el amo del huerto, y les preguntó a los guardianes por la fruta. Entonces el cojo le dijo: «Como yo no tengo piernas, no podía llegar allí; así es que no es culpa mía.» Y el ciego le dijo: «Como yo soy ciego, ni siquiera podía ver la fruta; así es que no es culpa mía.» ¿Qué hizo el amo del huerto? Hizo que el ciego cargara con el cojo, y así demostró la culpabilidad de ambos. Así repondrá Dios las almas en sus cuerpos, y los castigará juntos por sus pecados.

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