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Marcos 16: La comisión de la Iglesia

No hay por que dudar ni un momento, que al aparecérsele primero á María Magdalena, nuestro Señor se propuso mostrarnos lo que aprecia el amor y la fidelidad. La última al pié de la cruz y la primera en el sepulcro, la última en confesar á su Maestro cuando estaba vivo, y la primera en honrarlo cuando muerto, á esta discípula afectuosa y ardiente se le concedió ser la primera que lo viera, cuando se ganó la victoria. Se quiso que este hecho fuese para la iglesia un recuerdo perpetuo, que los que honran a Cristo serán honrados por El, y que los que hacen mucho por El encontrarán que El también hará mucho por ellos en la tierra. Ojalá nunca lo olvidemos; ojalá siempre recordemos que los que todo lo abandonan por amor de Cristo, lo encontrarán todo «centuplicado ahora en la época presente..

No hay por que dudar tampoco, que la aparición de nuestro Señor « primero á Magdalena « tuvo por objeto confortar á todos los que se han convertido y son creyentes arrepentidos, después de haberse dejado arrastrar á todos los excesos del pecado; tuvo por objeto mostrarnos que por grande que haya sido nuestra caída, somos enaltecidos á gozar de paz perfecta con Dios, si nos arrepentimos, y creemos en el Evangelio. Que aunque antes lejos, podemos acercarnos: que aunque antes enemigos, ahora somos hijos amados; que todas las cosas antiguas han pasado, y todas las cosas son ahora nuevas. 1Co_5:17. La sangre de Cristo nos purifica completamente á los ojos de Dios. Quizás hayamos empezado como S. Agustín, y Juan Newton, y sido cabecillas de iniquidad; pero una vez que nos acercamos á Cristo, no debemos dudar que todo queda perdonado. Acerquémonos con valor y que nuestro acceso á El sea confiado. Nuestros pecados y nuestras iniquidades, como los de María Magdalena, no son ya recordados.

Notemos, por último, en estos versículos, cuan débil es algunas veces la fe de los mejores cristianos. Tres veces en este mismo pasaje vemos á S. Marcos relatar la incredulidad de los once apóstoles Una de ellas, cuando María Magdalena les dijo que nuestro Señor había resucitado, y «no la creyeron;» la otra, cuando nuestro Señor se apareció á dos de ellos, que iban de camino, leemos que el resto de los discípulos «tampoco los creyó;» y finalmente, cuando nuestro Señor mismo se les apareció estando ellos sentados á la mesa, se nos dice, «que los reconvino por su incredulidad y dureza de corazón.» Quizás nunca se ha visto un ejemplo más notable de la poca disposición del hombre á creer lo que está en oposición con sus primeras preocupaciones. Nunca se ha tenido una prueba más convincente de cuan fácil le es al hombre olvidar las lecciones más claras y sencillas. Nuestro Señor había repetido muchas veces á los once discípulos que El resucitaría; y, sin embargo, cuando llegó el momento, todo lo habían olvidado, y eran incrédulos.

Veamos, sin embargo, en las dudas de estos buenos hombres la mano omnipotente de un Dios infinitamente sabio. Si al fin se convencieron los que tan incrédulos estaban al principio, muy fuertes debieron ser las pruebas que tuvieron de la resurrección de Cristo. Gloria es de Dios hacer nacer el bien del mal, y las mismas dudas de los once apóstoles son en el día la confirmación de nuestra fe.

De la incredulidad de los apóstoles aprendamos una lección práctica muy útil para nosotros. Dejemos de sorprendernos cuando sintamos surgir dudas en nuestro corazón. Dejémonos de esperar fe perfecta en otros creyentes. Estamos aún en el cuerpo; somos hombres con pasiones iguales á las de los apóstoles, y no debemos considerar extraordinario que en la práctica tropecemos como ellos, y que nuestra fe, como la de ellos, flaquee algunas veces. Resistamos virilmente los ataques de la incredulidad; velemos, oremos, y luchemos por emanciparnos de su poder. Pero no deduzcamos que no poseamos gracia, porque á veces dudas nos asaltan, ni suponer que no podemos forMarcos cuerpo con los apóstoles, porque en ocasiones seamos incrédulos.

No dejemos de preguntarnos, al concluir las meditaciones sobre este pasaje, si hemos resucitado con Cristo, y si nos hemos hecho espiritualmente participantes de su resurrección. Después de todo esto es lo único necesario. Conocer los hechos del Cristianismo con la inteligencia, y ser hábiles en defenderlos con la palabra, no salvará nuestras almas. Debemos entregarnos á Dios como personas vivas que han resucitado de entre los muertos. Rom_6:13. Debemos resucitar de la muerte del pecado y marchar en novedad de vida. Esto, y esto solo, es el Cristianismo que salva.

Marcos 16:15-18

Debemos notar, primeramente, en estos versículos, la comisión que al separarse de ellos dio nuestro Señor á sus apóstoles. Se dirige ellos por la última vez; les indica la obra que deben hacer hasta su segunda venida con palabras de una significación extensa y profunda: «Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio á toda criatura..

El Señor Jesús quiso hacernos saber que todo el mundo necesita el Evangelio. En todas las regiones del globo el hombre es lo mismo, es pecador, corrompido, y está separado de Dios. Civilizado ó inculto, en China, ó en África, es por naturaleza lo mismo en todas partes, pues está desprovisto de conocimiento, de santidad, de fe y de amor. Do quiera que veamos á un hijo de Adán, cualquiera que sea su color, vemos un ser cuyo corazón es perverso, y que necesita de la sangre de Cristo, de la renovación del Espíritu Santo, y de reconciliación con Dios.

El Señor Jesús quiso hacernos saber que la salvación del Evangelio ha sido ofrecida gratuitamente á todo el género humano. Las alegres nuevas de que «Dios tanto amó el mundo, que dio á su Hijo Unigénito,» y que «Cristo ha muerto por los impíos» han de proclamarse libremente «á todas las criaturas.» No tenemos derecho de hacer ninguna excepción al anunciar esa promesa; no tenemos ningún fundamento legítimo en poner límites á lo que se ofrece a los elegidos. Nos quedamos cortos y muy distantes de la plenitud de las palabras de Cristo, y disminuimos la extensión de sus promesas, si titubeamos en decirle á cualquiera, que «Dios está lleno de amor hacia él, y que Cristo quiere salvarlo.» «Y el que quiere, tome del agua de la vida gratuitamente.» Rev_22:17.

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