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Marcos 16: La comisión de la Iglesia

Cuando pasó el sábado, María de Magdala y María la madre de Santiago y Salomé compraron especias para ir a ungir el cuerpo de Jesús. Muy de madrugada el primer día de la semana, cuando estaba saliendo el sol, se dirigieron a la tumba. Iban diciéndose entre sí:

¿Quién nos rodará la piedra de la puerta de la tumba?

Pero cuando levantaron la vista vieron que la piedra ya estaba quitada, aunque era muy grande. Y entraron en la tumba, y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca larga. Se quedaron totalmente alucinadas; pero él les dijo:

No os sorprendáis. ¿Estáis buscando a Jesús de Nazaret, Que fue crucificado? ¡Ha resucitado! ¡No está aquí! ¡Fijaos! Allí está el lugar en el que Le pusieron: Pero, id a decirles a Sus discípulos y a Pedro: El va por delante de vosotros a Galilea, y allí Le veréis, como os dijo.

Y ellas salieron huyendo de la tumba, sobrecogidas de espanto y de sorpresa; y no le dijeron nada a nadie, porque estaban asustadas.

No había habido tiempo para prestarle los últimos servicios al cuerpo de Jesús. El sábado se les había echado encima, y las mujeres que querían ungirlo no habían podido. Tan pronto como les fue posible, una vez que pasó el sábado, se dirigieron á cumplir esta triste tarea.

Las preocupaba una cosa. Las tumbas no tenían puertas; cuando se menciona la palabra puerta en este relato debemos entender que se trata de una abertura. Delante de ella había un surco por el que se deslizaba una piedra circular tan grande como una rueda de carro; y las mujeres sabían que no tenían la fuerza necesaria para mover una piedra así. Pero cuando llegaron a la tumba se encontraron con que la piedra ya estaba quitada, y dentro había un mensajero que les dio la noticia increíble de que Jesús había resucitado.

Una cosa es segura: Si Jesús no hubiera resucitado, nosotros nunca habríamos oído nada acerca de Él. La actitud de las mujeres era que habían ido a ofrecer el último tributo a un cuerpo muerto. La actitud de los discípulos era que todo había acabado en tragedia. Con mucho la mejor prueba de la Resurrección es la existencia de la Iglesia Cristiana. Ninguna otra cosa podría haber cambiado a aquellos hombres y mujeres tristes y desesperados en personas radiantes de gozo e inflamadas de coraje. La Resurrección es el hecho central de toda la fe cristiana. Porque creemos en la Resurrección se siguen ciertas cosas.

(i) Jesús no es el personaje de un libro, sino una Presencia viva. No basta con estudiar la historia de Jesús como estudiaríamos la vida de una gran figura histórica. Puede que empecemos por eso, pero debemos pasar a encontrarnos con El.

(ii) Jesús no es un recuerdo, sino una Presencia. Las memorias más queridas se desvanecen. Los griegos tenían una expresión para describir el tiempo, que quiere decir el tiempo que borra todas las cosas. Hace mucho que el tiempo habría borrado el recuerdo de Jesús si no fuera porque Él ha seguido siendo una Presencia viva con nosotros para siempre. Jesús no es alguien de quien discutimos, sino Alguien con Quien nos encontramos.

(iii) La vida cristiana no es la vida de una persona que sabe de Jesús, sino la vida de una persona que conoce a Jesús. Hay una diferencia insalvable en el mundo entre saber algo acerca de una persona, y conocer a una persona. Casi todo el mundo sabe algo del Rey don Juan Carlos I de España o del Presidente de los Estados Unidos; pero no tantos los conocen. El más grande erudito del mundo que supiera todo lo que se puede saber acerca del Jesús de la Historia es menos que el cristiano más humilde, que Le conoce.

(iv) La fe cristiana tiene una cualidad interminable. No debe quedarse nunca parada. Porque nuestro Señor es un Señor vivo hay nuevas maravillas y nuevas verdades esperando todo el tiempo a que las descubramos.

Pero lo más precioso de este pasaje está en dos palabras que no aparecen en ningún otro evangelio. « Id -dijo el mensajero-, decid a Sus discípulos y a Pedro.» ¡Cómo tiene que haber emocionado el corazón de Pedro ese mensaje cuando lo recibió! Debe de haber estado torturado con el recuerdo de su deslealtad, y de pronto llega un mensaje especial para él. Es característico de Jesús el pensar, no en el mal que Pedro Le había hecho, sino en el remordimiento que le estaba asediando. Jesús tenía mucho más interés en confortar al pecador penitente que en castigar su pecado. -Como ha dicho alguien: «Lo más precioso de Jesús es que nos confirma Su confianza en el mismo terreno en que hemos sufrido una derrota.»

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