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Marcos 13: La condenación de la Ciudad Santa

Cuando estaban saliendo del recinto del Templo, uno de Sus discípulos Le dijo a Jesús:

-¡Fíjate, Maestro! ¡Qué piedras y qué edificios!

Jesús le contestó:

-¿Veis este gran edificio? ¡No se dejará ni una piedra sobre otra, sino que todas serán abatidas!

Empezamos por las profecías de Jesús acerca del destino fatal de Jerusalén. El Templo que construyó Herodes era una de las maravillas del mundo. Se empezó a construir el 20-19 a C., y en tiempos de Jesús no estaba todavía terminado del todo. Estaba en el monte Moria. En vez de allanar la cima del monte se formó una especie de amplia plataforma levantando muros de mampostería masiva para cerrar el área total. Sobre esos muros se colocó una plataforma sostenida por pilares que distribuían el peso de la superestructura. Josefo nos dice que algunas de estas piedras tenían 40 pies de longitud por 12 de altura y 18 de anchura. Serían algunas de aquellas piedras las que movieron a los discípulos galileos a tal alucinación.

La entrada del Sureste era la más impresionante del Templo. Entre la ciudad y la colina del Templo estaba el valle Tiropeón, que salvaba un puente maravilloso. Cada arco tenía 41,5 pies y se usaron en su construcción piedras que medían 24 pies de longitud. El valle Tiropeón tenía no menos de 225 pies de profundidad. La anchura de la depresión que salvaba el puente era de 354 pies, y el puente mismo tenía 50 pies de ancho. El puente conducía directamente al Pórtico Real, que consistía en una doble fila de columnas corintias, todas de 37,5 pies de altura, y cada una constaba de un bloque macizo de mármol.

Josefo escribe acerca del mismo edificio del Templo, el Lugar Santo: «Ahora bien, la fachada exterior del Templo no carecía de nada que pudiera sorprender la mirada o el pensamiento de los que la contemplaran. Estaba cubierta totalmente de planchas de oro de gran peso; y al amanecer reflejaban un esplendor como de fuego, y obligaban a los que se atrevían a mirarlo a retirar la mirada, como si se tratara de los mismos rayos del Sol. Pero este Templo. aparecía a los extraños, cuando estaban todavía a cierta distancia, como una montaña nevada; porque, por lo que se refiere a las partes que no estaban cubiertas de oro, eran totalmente blancas… De sus piedras, algunas de 45 codos de longitud, 5 de altura y 6 de anchura.» (Un codo equivalía a 45 cm., y un pie a 30).

Fue todo este esplendor lo que impresionó a los discípulos. El Templo parecía el colmo del arte y del logro humano, y parecía tan extenso y sólido que habría de durar para siempre. Pero Jesús hizo la sorprendente afirmación de que llegaría un día cuando no quedara de él piedra sobre piedra. Al cabo de menos de cincuenta años Su profecía se cumplió trágicamente.

LOS PELIGROS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS

Marcos 13:3-6, 21-23

Cuando Jesús estaba sentado en el Monte de los Olivos, enfrente de los edificios del Templo, Pedro y Santiago y Juan y Andrés Le preguntaron privadamente:

Dinos, ¿cuándo sucederán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando estas cosas estén apunto de cumplirse?

Jesús empezó a decirles:

No os dejéis engañar por nadie. Vendrán muchos en Mi nombre diciendo: «¡Yo soy Éll,» y descarriarán a muchos.

«Y si alguno os. dice entonces: «¡Fijaos! ¡Aquí está el Mesías!», o «¡Fijaos! ¡Allí está!», no los creáis; porque surgirán falsos mesías y falsos profetas que realizarán señales y milagros para descarriar a los elegidos, si les fuera posible. ¡Pero vosotros, tened cuidado! ¡Fijaos! Os he advertido de antemano todo lo que va a suceder.

Jesús se daba perfecta cuenta de que, antes del final, surgirían herejes; y de hecho no pasó mucho tiempo cuando aparecieron en la Iglesia. La herejía surge de cinco causas.

(i) Surge de construir una doctrina a gusto de cada uno. La mente humana tiene una capacidad ilimitada para pensar lo que le conviene. En una frase famosa, el salmista dijo: «El necio se dijo para sus adentros: «¡Dios no existe!»» El necio del que habla el salmista no era ningún ignorante estúpido, sino un necio moral. Su afirmación de que Dios no existe surgía de su deseo de que Dios no existiera. Si Dios existía sería peor para él; por tanto, Le eliminaba de su universo.

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