¿Qué está tratando de enseñarnos aquí Jesús? De todos los títulos que se le aplicaban al Mesías, el más corriente era Hijo de David. En todas las épocas, los judíos habían esperado al gran Libertador que Dios les suscitaría de la dinastía de David.
(Isa_9:2-7 ; Isa_11:1-9 ; Jer_23:5 ss; 33:14-18; Eze_34:23 ss; 37:24; Psa_89:20 ss). Fue por ese título como se dirigieron a Jesús algunos, y especialmente las multitudes (Mar_10:47 ss; Mat_9:27 ; Mat_12:23 ; Mat_15:22 ; Mat_21:9; Mat_21:15 ). Por todo el Nuevo Testamento aparece la convicción de que Jesús era de hecho el Hijo de David en el sentido de la descendencia natural (Rom_1:3 ; 2 Timoteo_2:8 ; Mat_1:1-17 ; Luk_3:23-38 ). Las genealogías de Jesús que aparecen en los pasajes de Mateo y Lucas que ya hemos citado tienen el propósito de mostrar que Jesús era de hecho del linaje de David. Lo que Jesús está haciendo no es negar que el Mesías fuera hijo de David, ni que Él mismo lo fuera; sino que Él es el Hijo de David -¡y mucho más que eso! No solamente el Hijo de David, sino el Señor de David.
El problema era que el título Hijo de David se había entremezclado inseparablemente con la idea de un Mesías conquistador, con esperanzas y sueños y aspiraciones y ambiciones políticas y nacionalistas. Jesús estaba diciendo que el título Hijo de David, tal como se usaba popularmente, era una descripción totalmente inadecuada de Sí mismo. Él era Señor. La palabra Señor (en griego Kyrios) era la traducción regular del tetragrámaton hebreo (Yavé, Jehová) en la traducción griega de las Sagradas Escrituras hebreas. Su uso hacía pensar a los creyentes judíos en Dios. Lo que Jesús estaba diciendo era que Él había venido, no para fundar un reino terrenal, sino para traer a Dios a los hombres, y a los hombres a Dios.
Jesús está haciendo aquí lo que siempre estaba tratando de hacer. Quitarles a los hombres de la cabeza la idea de un Mesías guerrero y conquistador que hubiera de fundar un imperio terrenal, y poner en su lugar en sus mentes la idea de un Mesías Que sería el Siervo de Dios y traería a los hombres el amor de Dios.
EL DON SUPREMO
Marcos 12:41-44
Cuando Jesús estaba sentado enfrente del lugar de las ofrendas, estaba fijándose en cómo echaba la gente el dinero en las bolsas, y en que muchos ricos echaban grandes sumas. Entonces llegó una viuda pobre que echó dos blancas, el equivalente de dos pesetas. Entonces Jesús llamó a Sus discípulos y les dijo:
-Os digo la pura verdad: Esta viuda pobre ha echado más que todos los demás. Porque todos los otros han echado sus aportaciones de lo que les sobraba, mientras que ella, de lo que le faltaba: ha echado todo lo que tenía para su sustento.
Entre el Atrio de los Gentiles y el Atrio de las Mujeres estaba la Puerta Hermosa. Bien puede ser que Jesús hubiera ido a sentarse allí tranquilamente después de la discusión y tensión del Atrio de los Gentiles y los claustros. En el Atrio de las Mujeres había trece bolsas de la colecta que se llamaban «las Trompetas», porque tenían esa forma. Cada una de ellas era para un fin especial; por ejemplo: para comprar grano o vino o aceite para los sacrificios. Eran para las aportaciones para los sacrificios diarios del templo. Muchas personas echaban contribuciones considerables. Y entonces llegó una viuda, que echó dos blancas. La moneda que se llamaba un leptón, que quiere decir literalmente una fina, era la más pequeña de todas las monedas, y valía 1/128 del denario, que era el jornal de un obrero, que hemos traducido por peseta por ser esta la moneda más pequeña en España actualmente. Y sin embargo Jesús dijo que su minúscula contribución era mayor que la de los otros, porque ellos habían echado de lo que tenían de sobra y podían prescindir con facilidad porque les quedaba suficiente para sus necesidades, y la viuda había echado todo lo que tenía para su sustento.
Aquí tenemos una lección sobre el dar:
(i) El verdadero dar debe ser sacrificial. La cantidad del don no importa nunca tanto como lo que le cuesta al dador; no el tamaño del don, sino el sacrificio. La verdadera generosidad da hasta que duele. Para muchos de nosotros la cuestión es si lo que damos para la obra del Señor llega alguna vez a suponernos algún sacrificio. Pocas personas se pasarán sin sus placeres para dar un poco más para la obra del Señor. Bien puede ser una señal de la decadencia de la iglesia y del fracaso de nuestro cristianismo el que las aportaciones se tienen que obtener fuera de la iglesia, y que a menudo los miembros no darán nada a menos que obtengan algo en compensación en la forma de entretenimiento o artículos. Es de temer que haya pocos entre nosotros que puedan leer esta historia sin llegar a avergonzarse.
(ii) El verdadero dar tiene algo de derroche. La mujer podría haberse guardado una moneda. No habría hecho mucha diferencia, pero habría sido algo. Sin embargo dio todo lo que tenía. Hay aquí una gran verdad simbólica. Lo trágico es que a menudo hay parte de nuestra vida,*y de nuestras actividades, y de nosotros mismos, que no Le entregamos a Cristo. Sea como sea, casi siempre nos las arreglamos para retener algo. Rara vez llegamos al sacrificio total y a la rendición total.
(iii) Lo extraño y precioso es que la persona que el Nuevo Testamento y Jesús transmiten a la Historia como modelo de generosidad fue una persona que dio dos pesetas. Podemos tener el sentimiento de que no disponemos de mucho en materia de dones materiales o personales que ofrecer a Cristo. Pero, si ponemos todo lo que tenemos y somos a Su disposición, Él puede hacer cosas con ello y con nosotros que no nos podemos imaginar.