No debemos, sin embargo, olvidar nunca una circunstancia al hacer estas reflexiones sobre la hipocresía. No nos lisonjeemos con la idea, de que algunos no necesitan hacer ninguna profesión de religión, porque muchos la hacen falsa; es una ilusión muy general y de que debemos guardarnos cuidadosamente.
Porque algunos desconceptúen el Cristianismo haciendo profesión de lo que realmente no creen ni sienten, no debe decirse que nos lancemos al otro extremo, y que la expongamos al mismo menosprecie callándola cobardemente, y escondiendo nuestra religión de la vista de todos. Seamos especialmente cuidadosos en exornar nuestra doctrina con nuestras vidas. Probemos nuestra sinceridad siendo consecuentes en nuestra conducta. Probemos al mundo que si hay monedas falsas, también las hay buenas, y que la iglesia visible encierra en su seno cristianos que pueden hacer una buena confesión de fe, así como también escribas y fariseos. Confesemos a nuestro Maestro con modestia y humildad, pero con firmeza y decisión, y mostremos al mundo, que si algunos hombres son hipócritas, hay otros que son honrados y verídicos.
Aprendamos, por último, en estos versículos, cuan agradable es a Cristo el sacrificio que se hace al dar con liberalidad. Esta lección nos la da de una manera muy efectiva el Señor al recomendar la acción de una pobre viuda. Se nos dice que «miraba como el pueblo echaba» las contribuciones voluntarias que hacia para el servicio de Dios en el arca de la ofrenda.»Vio» a muchos que eran ricos echar mucho.»Al fin vio a esa pobre viuda echar todo lo que tenia para su sustento diario. Y entonces le oímos pronunciar estas solemnes palabras: «Esta pobre mujer ha echado más que todos:» más en concepto de Aquel que no considera tan solo la suma que se da, sino los recursos del donante; no solamente la cantidad con que se contribuye, sino los motivos y el corazón del contribuyente.
De las palabras de nuestro Salvador estas son las que más se pasan por alto. Hay millares de personas que recuerdan todos sus discursos doctrinales, y olvidan, sin embargo, este pequeño incidente de su ministerio terrestre. Pruebas de ello tenemos en las mezquinas y pobres contribuciones que se hace anualmente a la iglesia de Cristo y que han de aplicarse al bien del mundo. Pruebas tenemos de ello en las miserables y cortas entradas de todas las sociedades misioneras, en proporción de la riqueza de las iglesias. Pruebas de ello tenemos en las largas listas anuales de suscritores complacidos que se inscriben con cinco pesos, cuando podrían dar miles. La parcimonia de los que hacen profesión de cristianos, en todo lo que se refiere a Dios y a la religión, es uno de los pecados más escandalosos de la época, y uno de los peores signos de los tiempos. Los donantes a la causa de Cristo forman una pequeña fracción de la iglesia visible.
Probablemente uno de cada veinte bautizados sabe lo que es ser «rico para con Dios.» Lucas 12.21. La mayoría gasta pesos cuando de ellos se trata, y no da ni un centavo a Cristo.
Lamentemos este estado de cosas, y reguemos a Dios que lo enmiende. Supliquémosle que abra los ojos de los hombres, que despierte sus corazones, y que suscite en ellos un espíritu de liberalidad. Sobre todo, hagamos cada uno de nosotros nuestro deber, y demos liberal y alegremente para toda empresa cristiana mientras podamos; que no podremos dar cuando nos muramos. Demos recordando que Cristo tiene sus ojos fijos en nosotros. Aun ve exactamente lo que cada cual da, y sabe exactamente cuanto se reserva. Sobre todo, demos como los discípulos de un Salvador crucificado, que se dio a Sí mismo por nosotros en la cruz… Libremente hemos recibido, libremente demos.