Marcos 12: Rechazo y retribución

Marcos 12:28-34

Estos versículos contienen una conversación entre nuestro Señor Jesucristo y « uno de los escribas.» Por tercera vez en un mismo día vemos a nuestro Señor puesto a prueba con una cuestión difícil. Habiendo reducido al silencio a los fariseos y saduceos, le piden que decida un punto en que había mucha divergencia de opiniones entre los judíos: « ¿Cuál es entre los mandamientos el primero de todos?» Razón tenemos de agradecer a Dios que tantas cuestiones difíciles fuesen propuestas a nuestro Señor ; pues sin esa circunstancia quizás nunca se hubieran dicho las palabras llenas de alta sabiduría que sus tres respuestas contienen. En este caso, y en otros muchos, vemos como Dios hace salir el bien del mal. Puede hacer que los asaltos más maliciosos de sus enemigos produzcan el bien de su iglesia, y redunden en Su alabanza. Puede hacer que la enemistad de los fariseos y saduceos se convierta en instrucción de Su pueblo. Que poco se imaginaban los tres que en este capítulo vemos preguntarle el gran beneficio que sus arteras cuestiones iban a conferir a toda la Cristiandad. «Del comedor sale la carne.» Jueces 14.16.

Observemos, en estos versículos, que elevada es la regla que Jesucristo propone de los deberes respecto a Dios y a los hombres.

La cuestión que le propuso el escriba era muy alta. ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? La respuesta que recibió fue muy distinta de la que probablemente se esperaba. De todas maneras, se equivocó completamente si creyó que nuestro Señor iba a recomendarle la práctica de algunas formas externas o ceremonias. Oyó estas palabras solemnes: « Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas; este es el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este, amarás a tu prójimo como a ti mismo..

¡Que impresión produce la manera con que el Señor pinta el entendimiento con que debemos mirar a Dios y a nuestro prójimo No solamente debemos obedecer al uno, y abstenernos de dañar a! otro; en ambos casos debemos dar algo más; tenemos que dar amor, el más fuerte de todos los afectos, y el más comprensivo. Esta regla lo incluye todo; hace innecesarios los detalles. Nada puede faltar intencionalmente donde hay amor.

¡Qué expresivo es también nuestro Señor cuando nos describe la medida con que debemos aMarcos a Dios y a nuestro prójimo! Debemos aMarcos a Dios más que a nosotros mismos, y con todo el poder de las facultades más íntimas de nuestro ser; nunca podremos amarlo bastante ni demasiado bien. Debemos aMarcos a nuestros prójimos como a nosotros mismos y hacerles bajo todos respectos lo que quisiéramos que nos hiciesen a nosotros. Clara y obvia es la profunda sabiduría de la distinción que establece. Podríamos fácilmente errar en nuestros afectos hacia los demás, ya por tenerlos exageradamente en mucho o en poco; por eso la regla es amarlos como a nosotros mismos, ni más ni menos. No podemos errar por exceso en nuestro amor a Dios. Es digno de todo lo que seamos capaces de tributarle, así es que debemos amarlo con todo nuestro corazón.

Tengamos continuamente presentes estas dos reglas tan ensalzadas, y usémoslas diariamente durante el viaje de la vida. Considerémoslas como un compendio de lo que debemos practicar tanto en lo que concierne a nuestras relaciones con Dios, como con los hombres. Juzguemos por ellas todas las dificultades que puedan asaltar nuestra conciencia, respecto a lo que es bueno y a lo que es malo. Feliz el hombre que se empeñe en amoldar su vida siguiendo siempre estas reglas.

Esta breve exposición nos enseña cual es el verdadero tipo de deber, y en que gran necesidad estamos todos por naturaleza de la expiación y mediación de nuestro Señor Jesucristo. ¿En donde están los hombres que puedan asegurar con verdad, que han amado de una manera perfecta a Dios y al hombre? ¿Donde hallar en la tierra una persona que no se confiese «criminal» al ser juzgado por esa ley? No es de admirarse que la Escritura diga: « No hay nadie justo, no, ni uno solo.» «Por las obras de la ley ninguna carne se justificará.» Rom. 3 2Sa_10:20. Una ignorancia grosera de las exigencias de la ley de Dios es tan solo lo que nos hace no darte el alto valor que tiene el Evangelio. Aquel que tiene la percepción más clara de la ley moral, será siempre el que tenga el juicio más elevado del valor de la sangre expiatoria del Cristo.

Observemos, además, en estos versículos, cuan adelantado puede un hombre estar en religión, y no ser, a pesar de eso, verdadero discípulo de Cristo. El escriba, en el pasaje que comentamos, era evidentemente un hombre de más saber que la mayor parte de los de su clase. Veía cosas que muchos escribas y fariseos nunca vieron; prueba evidente son sus mismas palabras. «Hay un Dios; y no hay otro más que El; y amarlo de todo corazón, y con todo el entendimiento, y con toda el alma, y con todas nuestras fuerzas, y aMarcos al prójimo como a sí mismo, vale más que holocaustos y sacrificios.» Estas palabras son muy notables, y tanto más si recordamos quien las dijo y en que época vivía; no nos maravilla, pues, leer después lo que nuestro Señor le dijo, «Tú no estás lejos del reino de Dios..

Pero no debemos cerrar los ojos al hecho, que en ningún lugar se nos dice que este hombre se hiciera discípulo de nuestro Señor; sobre este particular hay silencio profundo. Los pasajes paralelos en S. Mateo no arrojan ninguna luz sobre este caso, y nada nos dicen de él las otras partes del Nuevo Testamento.

Tenemos que deducir la desagradable conclusión, que, como el joven rico no pudo decidirse a abandonarlo todo y seguir a Cristo; o que, como algunos de los príncipes que se mencionan en otro lugar, « amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.» Juan 12.43. Por fin, aunque «no lejos del reino de Dios « probablemente nunca entró en él, y fuera de él murió.

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