Esperaban colocar a Jesús en un dilema. Si contestaba que estaba actuando bajo Su propia autoridad podrían muy bien arrestarle por actuar como un megalómano antes de que les pusiera en más aprietos. Si decía que estaba actuando bajo la autoridad de Dios, podrían muy bien arrestarle por un obvio delito de blasfemia sobre la base de que Dios nunca le daría a ninguna persona autoridad para crear un disturbio en los atrios de Su propia Casa. Jesús vio con toda claridad el dilema en que trataban de envolverle, y Su respuesta los colocó a ellos en un dilema que era todavía peor. Dijo que les respondería con la condición de que ellos Le contestaran a una pregunta:
«¿Fue la obra de Juan el Bautista, en vuestra opinión, humana o divina?»
Esto los colocaba literalmente entre la espada y la pared. Si decían que era divina, sabían que Jesús les preguntaría por qué entonces se opusieron a ella. Peor todavía: Si decían que era divina, Jesús les podía contestar que Juan Le había señalado a Él de hecho, y que por tanto Él tenía una acreditación divina, y no necesitaba más autoridad. Si estos miembros del Sanedrín estaban de acuerdo en que la obra de Juan era divina, se verían obligados a aceptar a Jesús como el Mesías. Por el contrario, si decían que la obra de Juan había sido meramente humana, cuando Juan tenía la distinción adicional de ser un mártir, sabían perfectamente que la audiencia provocaría un motín. Así es que se vieron obligados a decir cobarde y débilmente que no lo sabían; y por tanto Jesús Se les evadió de la obligación de darle ninguna respuesta a su pregunta.
Toda la escena es un ejemplo gráfico de lo que les sucede a las personas que se niegan a enfrentarse con la verdad. Tienen que retorcerse y dar vueltas y acabar por enredarse en una situación en la que están tan desesperadamente involucrados que no tienen nada que decir. La persona que encara la verdad puede que pase la humillación de decir que estaba equivocada, o el peligro de mantenerla; pero, por lo menos, tiene un futuro firme y luminoso. El que se niega a enfrentarse con la verdad no tiene más perspectiva que la de involucrarse más y más en una situación que le incapacita e imposibilita.
Marcos 11:1-33
11.1, 2 Esto ocurrió el domingo de la semana cuando crucificaron a Cristo y la gran Fiesta de la Pascua iba a comenzar. Desde todos los rincones del mundo romano, los judíos iban a Jerusalén durante esta larga semana de celebración para recordar la salida de Egipto (véase Exo_12:37-51). Muchos habían oído de Jesús o lo habían visto y esperaban que El fuera al templo (Joh_11:55-57).
Jesús llegó, no como un rey, sino montado en un asno en el que nunca antes nadie había montado. A menudo los reyes acudían a la guerra montados en caballos o en carros, pero Zacarías (Joh_9:9) profetizó que el Mesías vendría en paz sobre un humilde asno, sobre un pollino hijo de asna. Jesús sabía que quienes lo oyeran enseñar en el templo volverían a sus casas en cualquier parte del mundo anunciando la venida del Mesías.
11.9, 10 La gente exclamaba: «¡Hosanna!» (que significa «¡salva ahora!»). Así daban cumplimiento total a la profecía de Zec_9:9. (Véanse Psa_24:7-10; Psa_118:26.) Hablaron del regreso del reino de David basándose en las palabras de Dios al salmista en 2Sa_7:12-14. Veían muy bien en Jesús el cumplimiento de esas profecías, pero no entendían la proyección que tendría el Reino de Cristo. Cuando solo algunos días más tarde llevaron a Jesús al tribunal, esa misma multitud gritó: «¡Crucifícale!»
11.11-21 Hay dos partes en este inusual incidente: La maldición de la higuera y la limpieza del templo. La maldición de la higuera fue una parábola escenificada relacionada con la limpieza del templo. El templo era un lugar de adoración, pero la verdadera adoración había desaparecido. La higuera prometía frutos, pero no producía nada. Jesús manifestó su enojo por las vidas religiosas sin fruto. Si andamos mostrando religiosidad pero no la ponemos en acción en nuestras vidas, seremos como la higuera que se secó y murió. La fe genuina tiene un gran poder. Pídale a Dios que le ayude a producir frutos para su Reino.
11.13-26 La higuera, una fuente económica y popular de alimentación en Israel, demoraba tres años en dar fruto luego de plantarse. Cada árbol produce una gran cantidad de fruto, el cual se cosecha dos veces al año: a finales de la primavera y a comienzos del otoño. Este incidente ocurrió cerca de la primavera, cuando las hojas empezaban a brotar. Los higos casi siempre crecen junto con las hojas, pero este árbol en particular, aunque estaba lleno de hojas, no tenía higos, lo que significa que ese año no daría fruto. El árbol se veía prometedor, pero no tenía fruto. Las palabras duras de Jesús connotaban que la nación de Israel era como esta higuera. Debía dar fruto, pero era espiritualmente estéril.
11.15-17 Jesús se enojó, pero no pecó. Hay lugar para una justa indignación. Los cristianos deberíamos oponernos al pecado y la injusticia tomando una posición activa en su contra. Es lamentable, pero a menudo los creyentes somos pasivos respecto a estos asuntos tan importantes o nos enojamos en lugar de superar cualquier insulto personal u ofensas insignificantes. Asegurémonos que nuestra indignación esté bien dirigida.
11.15-17 Los cambistas de dinero y los comerciantes hacían grandes negocios durante la Fiesta de la Pascua. Los que venían de países extranjeros tenían que cambiar su dinero por la moneda judía, que era la única aceptada en el templo para cuestiones de impuestos y para comprar animales para el sacrificio. A menudo, las especulativas tasas en el cambio enriquecían a los cambistas y los exorbitantes precios de los animales enriquecían a los comerciantes. Instalaban sus puestos en el atrio de los gentiles en el templo, con lo que frustraban las intenciones de los gentiles que iban a adorar a Dios (Isa_56:6-7). Jesús se enojó porque la casa de adoración de Dios llegó a ser un lugar de extorsión y una barrera para que los gentiles ofrecieran su oración.
11.22, 23 El tipo de oración de la que hablaba Jesús es la oración por la fecundidad del Reino de Dios. Orar que una montaña sea echada en el mar no tiene nada que ver con la voluntad de Dios, pero Jesús usó esa figura para enseñar que para Dios es posible hacer lo imposible. Dios contesta las oraciones, pero no debido a una actitud mental positiva. Deben reunirse otras condiciones como: (1) ser creyentes; (2) no tener nada en contra de otros; (3) no orar por motivos egoístas; (4) que sea para el bien del Reino de Dios. Para orar con eficacia tenemos que tener fe en Dios, no en el objeto de nuestra petición. Si ponemos nuestra fe en el objeto de nuestra petición, no tendremos nada cuando se nos niegue lo pedido.