Comprometidos a Sembrar La Palabra de Dios

Marcos 11: La llegada del Rey

Marcos11:22-26

Aprendemos en estas palabras de nuestro Señor Jesucristo la inmensa importancia de la fe.

Es una lección que nuestro Señor nos transmite primero por medio de un dicho proverbial. La fe hace al hombre capaz de dar cima a empresas, y de superar dificultades tan grandes y formidables, como remover una montaña, y arrojarla al mar. Trata después de grabar más profundamente en nosotros esa lección exhortándonos a ejercitar la fe cuando oramos. «Todo lo que orando pidiereis, creed que lo recibiréis, y os vendrá.» Esta promesa debe, por supuesto, aceptarse con ciertas modificaciones razonables. Se supone que un creyente pedirá lo que no es pecaminoso, y solo lo que esté en armonía con la voluntad de Dios. Cuando pide tales cosas, debe creer con confianza quo su plegaria será oída. Digamos usando las palabras de Santiago, «Demande con fe, no dudando nada.» Sant. 1.6.

Debe distinguirse la fe que aquí se recomienda de la que es necesaria para nuestra justificación. En lo absoluto, la verdadera fe no es más que una, y es siempre la misma; pero en los objetos y en las operaciones de la fe, hay diversidades que es útil comprender. La fe justificante es ese acto del alma por medio del cual nos asimilamos a Cristo, y entramos en paz con Dios. Su objeto especial es la expiación del pecado, que Jesús hizo por nosotros en la cruz. La fe de que habla el pasaje que nos ocupa tiene una significación más general: es producto, al mismo tiempo que compañera, de la fe justificante, pero no debe confundirse con esta. Es más bien una confianza completa y absoluta en el poder y en la sabiduría de Dios, y en su buena voluntad para con los que creen; y son objetos especiales suyos, las promesas, la palabra, y el carácter de Dios en Cristo.

Confiar en que Dios socorrerá por su poder y por su voluntad a todo el que crea en Cristo, y tener la convicción de la verdad de todas las palabras que Dios ha hablado, es el gran secreto del buen éxito y de la prosperidad en nuestra religión. Es de hecho la raíz del Cristianismo que salva. «Por ella los ancianos obtuvieron buena fama.» «El que se dirige a Dios debe creer que existe y que es recompensador de los que lo buscan con diligencia.» Para comprender lo que ella vale a los ojos de Dios, deberíamos estudiar con frecuencia el capítulo undécimo de la Epístola a los Hebreos.

¿Deseamos crecer en gracia, y en el conocimiento do nuestro Señor Jesucristo? ¿Queremos hacer progresos en religión, y llegar a ser cristianos robustos, y no permanecer como infantes en las cosas espirituales? Impetremos en nuestras oraciones diarias más fe, y vigilemos nuestra fe llenos de celo. Esta es la piedra angular ce la religión. Un pelo o un punto débil en ella afectará la condición toda de nuestra vida íntima. Según sea nuestra fe así será el grado de nuestra paz, de nuestra esperanza, de nuestra alegría, de nuestra decisión en el servicio de Cristo, nuestro valor para confesar, nuestra resistencia para trabajar, nuestra resignación en las desgracias, nuestro consuelo sensible en la oración. Todo, todo estriba en la proporción de nuestra fe. Felices los que saben reclinar todo su peso en el Dios de la alianza, y marchar por la fe, no por la vista. «El que cree no se precipita.» Isaías 28.16.

Aprendemos, además, en estos versículos, la absoluta necesidad en que estamos de sentirnos siempre dispuestos a perdonar a nuestros prójimos. Esta lección se nos da de una manera muy eficaz. No hay un enlace inmediato entre la importancia de la fe, de que acababa de hablar nuestro Señor, y el perdón de las injurias; pero la plegaria es el anillo que une los dos puntos. Primeramente se nos dice que la fe es esencial para el logro de nuestras plegarias, y después se agrega que las plegarias no serán oídas si no las hacemos con un corazón clemente. «Cuando estuviereis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que nuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestras ofensas..

Todos podemos comprender que el valor de nuestras plegarias depende mucho de la condición en que se encuentra nuestra alma cuando las dirigimos. Pero el punto que nos ocupa ahora no recibe toda la atención que merece. No solo deben ser nuestras plegarias fervorosas, sentidas y sinceras, y en nombre de Cristo; deben contener otro ingrediente: deben brotar de un corazón compasivo y clemente. No tenemos ningún derecho a esperar misericordia, si no estamos dispuestos a manifestárselo a nuestros hermanos. No podemos sentir realmente la gravedad de los pecados por que pedimos perdón, si abrigamos malos sentimientos contra nuestros prójimos. Debemos en la tierra tener hacia ellos un corazón de hermano, si deseamos que Dios sea en el cielo nuestro Padre. No nos lisonjeemos con la idea de poseer el Espíritu de adopción, si no podemos sobrellevar y perdonar.

Esta es una materia que nos obliga a registrar nuestra conciencia. Horriblemente grande es la cantidad de malevolencia, de amargura, de espíritu de partido que llena el alma de los cristianos. No es de admirar que tantas oraciones sean al parecer descartadas y queden sin respuesta. Asunto es este que interesa mucho a los cristianos. Todos no tienen el mismo don de comprender y expresarse cuando se aproximan a Dios; pero todos pueden perdonar a sus prójimos.

Nuestro Señor Jesucristo se ha tomado un trabajo especial en grabar este principio en nuestras almas. Le ha dado un lugar muy preeminente en ese dechado de la manera de orar, en la oración dominical. Desde nuestro infancia nos familiarizamos con estas palabras: «perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores» y ¡Que bueno seria para muchos, si meditasen en lo que esas palabras significan! No dejemos este pasaje sin un severo examen de nosotros mismos. ¿Sabemos lo que es tener una disposición misericordiosa y clemente? ¿Podemos olvidar las injurias que hemos recibido en este mundo tan malo? ¿Podemos desentendernos de las transgresiones contra nosotros y perdonar las ofensas? Si no, ¿cual es nuestro Cristianismo? Si no, ¿porque admirarnos de que no haya paz en nuestras almas? Resolvámonos a enmendar nuestras disposiciones, y determinémonos a perdonar, si esperamos ser perdonados. Así es como más nos podremos acercar al duchado que nos presentó Jesucristo. Este es el carácter que mejor sienta a un hijo de Adán, pobre y pecador. Nuestro privilegio más elevado en este mundo es el perdón gratuito de los pecados por Dios. Nuestro único título a la vida eterna en el mundo venidero es el perdón gratuito de Dios. Perdonemos, pues, y estemos perdonando durante los pocos años que vivamos en la tierra.

Ayúdanos a continuar sembrando La Palbara de Dios

WebDedicado ha sido autorizado a recaudar los fondos para continuar con La Gran Comisión


Deja el primer comentario

Otros artículos de Nuestro Blog

Que pueden ser de interés para ti de acuerdo a tus lecturas previas.