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Marcos 11: La llegada del Rey

Aprendemos, en segundo lugar, en estos versículos el gran peligro de una religión que consiste en formas y que no produce frutos Es una lección que nuestro Señor nos da de una manera típica. Se nos dice que como se acercara a una higuera en busca de higos, y no encontrara «en ella sino hojas,» pronunció esta solemne sentencia: «Que ningún hombre coma fruto de ti nunca más en adelante.» Y se agrega que al día siguiente se encontró la higuera «seca desde las raíces.» No podemos dudar que este acontecimiento fue un emblema de cosas espirituales. Fue una parábola en acción, tan significativa como cualquiera otra de las parábolas habladas de nuestro Señor.

Pero ¿á quienes son a los que debe dirigirse y hablar esa higuera seca? Fue un sermón que podía aplicarse de tres maneras sermón que debería clamar en voz muy alta a la conciencia de todos los que hacen profesión de ser cristianos. Aunque marchito y seca esa higuera habla aún. De ella salía una voz para la iglesia judaica. Rica en hojas que eran las formas de su religión, pero estéril en frutos del Espíritu, esa iglesia estaba en gran peligro, precisamente cuando tuvo lugar ese fenómeno. ¡Que bueno hubiera sido para la iglesia judaica tener ojos para ver su peligro! De ella salía una voz para todas las ramificaciones de la iglesia visible de Cristo en todas épocas y en todas las partes del mundo. Era un apercibimiento contra las profesiones huecas de Cristianismo que no estén acompañadas de doctrina sana y de santidad de vida, y que harían bien en atesorar en su corazón algunas de ellas. Pero especialmente una voz salía de esa higuera seca que se dirige a todos los cristianos carnales, hipócritas y falsos. ¡Que gran bien reportarían todos los que se contentan con vivir en el nombre aunque estén muertos en realidad, al contemplarse en el espejo de este pasaje! Cuidemos cada uno de nosotros individualmente de aprender la lección que encierra esta higuera. Recordemos siempre, que el bautismo, que ser miembros de la iglesia, participar de la cena del Señor y la práctica asidua de las formas externas del Cristianismo, no son suficientes para salvar nuestras almas. Son hojas, hojarasca y nada más, que sin frutos contribuirán a nuestra condenación. Como las hojas de higuera de que se hicieron cubiertas Adán y Eva, no podrán ocultar la desnudez de nuestras almas a loa ojos de un Dios que todo lo ve, ni darnos valor cuando estemos en su presencia el día final. ¡No! tenemos que producir frutos, o nos perdemos para siempre. Debe haber frutos en nuestros corazones, y frutos en los actos de nuestra vida, frutos de arrepentimiento hacia Dios, y de fe en nuestro Señor Jesucristo, y de verdadera santidad en nuestra conducta. Sin frutos de esta clase una profesión estéril de Cristianismo nos hundirá más profundamente en el infierno.

Aprendemos, finalmente, en este pasaje, con que reverencia debemos estar en los lugares dedicados al culto público. Verdad es esa que nos enseña de una manera vivida la conducta de nuestro Señor Jesucristo cuando entró en el templo. Se nos dice «que lanzó a los que vendían y compraban en el templo, y derribó las mesas de los cambistas, y los puestos de los que vendían palomas.» Y eso nos dice además que ratificó estos actos con la autoridad de la Escritura, diciendo : « ¿No está escrito, Mi casa será llamada por todas las naciones casa de oración ? pero vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones..

No debemos dudar que nuestro Señor en esta ocasión dio a sus actos una profunda significación. Como la maldición de la higuera, toda esta escena fue eminentemente típica. Pero al decir esto, no debemos perder de vista la obvia y sencilla lección que se desprende de la superficie de este pasaje. Esta lección es lo pecaminoso de una conducta descuidada o irreverente en el uso de los edificios dedicados al servicio público de Dios. Nuestro Señor purificaba el templo no tanto como casa de sacrificio, cuanto como «casa de oración.» Su conducta indica claramente que sentimientos debemos abrigar respecto a toda «casa de oración.» Un lugar dedicado al culto cristiano indudablemente que no es en ningún sentido tan sagrado como el tabernáculo, o templo judaico.

Sus arreglos internos no tienen ningún significado típico. No se ha fabricado siguiendo un modelo divino, ni tiene por objeto servir como una muestra de cosas divinas y celestes. Pero porque así sea, no se sigue de ello, que no se debe mostrar más reverencia a un templo cristiano que a una casa privada, a una tienda o una posada. Hay una reverencia decente, que debemos tributar al lugar en que Cristo y su pueblo se reúnen con regularidad y en que se ofrecen plegarias públicas, reverencia que es necio y torpe acusar de supersticiosa y confundir con el papismo. Hay un sentimiento especial que reviste de santidad y de solemnidad todos los lugares en que se predica a Cristo, y en donde las almas vuelven a nacer, sentimiento que no se funda en ninguna consagración hecha por manos de hombre, y, que lejos de ahogarse, debe estimularse. De todas maneras la intención de nuestro Señor Jesús en este pasaje nos parece muy clara.

Se ocupa de la conducta que se observa en los lugares en que se le tributa culto, y a sus ojos toda irreverencia o profanación es una ofensa a Dios.

Recordemos estos versículos siempre que vayamos a la casa de Dios, y procuremos ir con gravedad, no para ofrecer el sacrificio de los necios. Acordémonos en donde estamos, lo que hacemos allí, de qué vamos a ocuparnos, y en la presencia de quien nos encontramos. Guardémonos de tributar a Dios un culto tan solo de formalidades externas, mientras nuestros corazones están llenos del mundo. Dejemos en casa nuestros negocios y el cuidado de nuestro dinero, y no los llevemos a la iglesia. No permitamos que en medio de nuestras asambleas religiosas, se celebren compras y ventas en lo interior de nuestros corazones. El Señor, que arrojó del templo a los traficantes, vive aun, y es mucho su desagrado cuando contempla tal conducta.

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