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Marcos 11: La llegada del Rey

El Hijo Eterno de Dios iba a sufrir por los hombres pecadores, el gran Cordero Pascual iba a ser sacrificado, la gran expiación iba a realizarse. Por tanto ordenó que su muerte fuese en grado eminente pública. Arregló las cosas de manera que todos los ojos en Jerusalén se fijasen en El, y que cuando muriera, presenciaran su muerte muchos testigos.

He aquí una prueba más de la importancia indecible de la muerte de Cristo. Conservemos como un tesoro sus palabras; tratemos de imitar su santa vida; apreciemos en lo que vale su intercesión; y deseemos con ansia su segunda venida; pero no olvidemos que su muerte en la cruz es el hecho que corona todo lo que de Jesucristo sabemos. De esa muerte dimanan todas nuestras esperanzas; sin ella no podríamos asentar nuestras plantas en nada sólido. Demos, según .vayamos viviendo, más y más valor a esa muerte, y cuando pensemos en Cristo, que nada nos regocije más que el gran hecho que por nosotros murió.

Observemos, en segundo lugar, en este pasaje, la pobreza voluntaria a que se sometió nuestro Señor, cuando estuvo en la tierra. ¿Como entró en Jerusalén cuándo llegó a ella en esta ocasión tan notable? ¿Vino en un carro real, con caballos, soldados, y gran séquito, como los reyes de la tierra? Nada de eso se nos dice. Leemos que pidió prestado un pollino para ese acto, y que montó sirviéndole de silla los vestidos de sus discípulos. Esto estaba en armonía con todo el tenor de su ministerio. Nunca poseyó ninguna de las riquezas de este mundo. Cuando cruzó el Mar de Galilea lo hizo en un bote prestado; cuando cabalgó para entrar en la santa ciudad, fue en un animal prestado, y cuando fue sepultado, lo enterraron en un sepulcro prestado.

Tenemos en estos hechos tan sencillos una muestra de esa mezcla maravillosa de debilidad y poder, de riqueza y pobreza, de divinidad y humanidad, que descubrimos tan a menudo en la historia de nuestro bendito Salvador. ¿Quién, si lee los Evangelios con cuidado, puede dejar de observar, que Aquel que tuvo poder para alimentar a millares de personas con unos pocos panes, estaba algunas veces hambriento; que Aquel que podía curar a los inválidos y enfermos, se encontraba algunas veces cansado; que Aquel que podía lanzar los demonios con una palabra, se vio también tentado; y que Aquel que podía resucitar a los muertos, iba a someterse a la muerte? Lo mismo descubrimos en el pasaje que meditamos. Vemos el poder de nuestro Señor al dominar las voluntades de una vasta multitud de hombres y hacerles que lo lleven a Jerusalén en triunfo, y al mismo tiempo vemos su pobreza al verse obligado a pedir prestado un pollino para cabalgar en él en su entrada triunfal. Todo esto es maravilloso, pero muy apropiado. Justo es y debido que no olvidemos la unión de la naturaleza humana y de la naturaleza divina en la persona de nuestro Señor. Si contempláramos tan solo sus actos divinos podríamos olvidar que era hombre. Si lo observáramos tan solo en sus momentos de pobreza y debilidad, olvidaríamos que era Dios. Pero se quiere que veamos en Jesús la fuerza divina y la debilidad humana unidas en una persona. No podemos explicar ese misterio, pero podemos consolarnos con la idea de que «es nuestro Salvador, nuestro Cristo; capaz de simpatizar porque es hombre, pero Omnipotente para salvarnos porque es Dios..

Finalmente, veamos en ese hecho tan simple, de haber cabalgado nuestro Señor en un asno, una prueba más de que la pobreza no es pecado. No hay duda que pecaminosas son las causas que producen mucha de la pobreza que vemos en torno nuestro. Borrachera, despilfarro, libertinaje, deshonestidad, pereza, todo esto es malo ante Dios, y produce la mayor parte de las miserias del mundo. Pero nacer pobre, no heredar nada de nuestros padres, trabajar con nuestras manos para ganar nuestro pan, no tener tierras-que nos pertenezcan, eso, sí, que no es pecado ni remotamente. El pobre honrado es tan respetable a los ojos de Dios como el rey más opulento. El Señor Jesucristo era pobre; no tenía plata ni oro; no tenia muchas veces en donde reclinar su cabeza. Aunque era rico, se hizo pobre por amor a nosotros, y estar colocado en sus propias circunstancias, no puede ser malo en sí. Cumplamos con nuestro deber en la condición que Dios nos ha impuesto, y si juzga conveniente mantenernos pobres, no nos avergoncemos de .ello. El Salvador de los pecadores se ocupa de nosotros, como de los demás. El Salvador de los pecadores sabe lo que es ser pobre

Marcos11:12-21

Vemos al principio de este pasaje una de las muchas pruebas de que nuestro Señor Jesucristo era realmente hombre. Leemos que « tenia hambre.» Tenia una naturaleza y una constitución corporal, exactamente iguales a las nuestras en todo excepto el pecado Lloraba, se regocijaba, sufría dolores; se cansaba y necesitaba descanso, tenia sed y necesitaba agua ; tenia hambre y necesitaba alimento.

Expresiones como estas debieran enseñarnos cual era la condescendencia de Cristo. ¡Que -admirable cuando en ella reflexionamos! Aquel que es Dios eterno, que hizo el mundo y lo que encierra, de cuyas manos brotaron los frutos de la tierra, los pescados del mar, los pájaros del aire, las bestias de los campos, se dignó sufrir hambre, cuando vino al mundo a salvar a los pecadores. Este es un gran misterio. Bondad y amor que exceden la humana inteligencia. No es de admirarnos, pues, que S. Pablo hable de las «insondables riquezas de Cristo.» Efes. 3.8.

Expresiones como estas deberían mostrarnos como puede Cristo simpatizar con los fieles que viven sobre la tierra. Sabe por experiencia cuales son sus penas.

Puede conmoverse con el sentimiento de sus miserias. Sabe lo que es tener un cuerpo, con sus necesidades diarias. Ha experimentado los sufrimientos más terribles a que puede someterse el cuerpo humano. Ha probado lo que es debilidad, dolor, cansancio, hambre y sed. Cuando en nuestras oraciones le hablamos de estas cosas, sabe lo que decimos, y no le cogen de nuevo nuestras angustias. Ciertamente que este es el Salvador y Amigo que requiere esta pobre humanidad dolorida y quejosa.

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