Mar 10:13-16
La escena que nos presentan estos cuatro versículos es interesante en extremo. Vemos que presentan a Cristo unos niños «para que los toque,» y a los discípulos reñir a los que los habían traído. Se nos dice que Jesús vio aquello «muy disgustado,» y reconvino a sus discípulos con palabras muy notables.
Finalmente se nos relata, «que tomándolos en sus brazos, puso sus mano sobre ellos, y los bendijo..
Aprendamos, ante todo, en este pasaje, cuanta atención debe la iglesia de Cristo prestar a las almas de los niños. La Gran Cabeza de la Iglesia tuvo tiempo para ocuparse de ellos, aunque le era tan precioso mientras estuvo en la tierra, y aunque había tantos hombres y tantas mujeres que por todas partes perecían por falta de conocimiento, no creyó que era de poca importancia ocuparse de los niños. En su corazón infinito había lugar también para ellos, y manifestó la buena voluntad que les tenia con sus hechos y con sus acciones; y lo que no es menos, ha dejado consignadas respecto a ellos unas palabras que nunca olvidará su iglesia, «De tales es el reino de Dios..
No vayamos ni por un momento a imaginarnos que se puede con seguridad dejar abandonadas las almas de los niños. El carácter que en ellos se desarrolla y los distingue durante la vida depende muy mucho de lo que han visto y oído durante sus siete años primeros. Nunca son demasiado jóvenes para aprender el mal y el pecado; nunca tampoco lo son para recibir impresiones religiosas. Piensan a su manera, puerilmente, en Dios, y en sus almas y en un mundo venidero, más pronto y con más profundidad que lo que se imaginan muchos. Saben responder con más prontitud de lo que algunos piensan a los llamamientos que se dirigen a sus sentimientos de lo bueno y de lo malo; tienen conciencia. Dios en su misericordia no los ha dejado sin un testigo en sus corazones, aunque sus naturalezas estén corrompidas por la caída. Tienen un alma que vivirá eternamente en el cielo o en el infierno. Nunca es demasiado pronto para empezar a guiarlos a Cristo.
Estas verdades deben ser profundamente meditadas por todos los que forman la iglesia de Cristo. Es deber preeminente de toda congregación cristiana ocuparse de la educación religiosa de los niños y proveer medios para ello. Los niños de ambos sexos de todas las familias deben ser enseñados tan pronto como puedan aprender, conducidos al culto público tan pronto como puedan estar en él con respeto, pues debe mirárseles con interés y afecto como la congregación futura que ocupará los lugares que dejemos vacíos con nuestra muerte. Esperemos confiados que Cristo bendiga todos los esfuerzos que hagamos en hacer bien a los niños.
Ninguna iglesia puede considerarse en una condición moralmente saludable que descuida a sus niños y jóvenes, y excusa su pereza alegando «que los jóvenes tienen que ser jóvenes,» y que es inútil empeñarse en hacerles bien; tal iglesia muestra claramente que no ha comprendido el espíritu de Cristo. Una congregación que no se compone sino de personas crecidas, cuyos hijos están holgazaneando en casa o corriendo por campos y por calles, es el espectáculo más deplorable y más poco satisfactorio que se puede contemplar. Los miembros de congregaciones tales podrán estar orgullosos por su número o por la ortodoxia de sus creencias; estar satisfechos con las repetidas aserciones de la imposibilidad de cambiar el corazón de sus hijos, y que Dios los convertirá el día que así lo juzgue conveniente; pero sepan que tienen aún que aprender que Cristo, los mira como infractores de un deber solemne, y que los cristianos que no emplean todos los medios de que pueden disponer para conducir sus hijos a Cristo están cometiendo un pecado muy grave.
Mar 10:17-27
La historia que acabamos de leer se relata nada menos que tres veces en el Nuevo Testamento. Mateo, Marcos y Lucas fueron todos inspirados por el mismo Espíritu al escribirla para nuestra enseñanza. No debe dudarse que hay un propósito muy sabio en la triple repetición de los mismos hechos y de hechos tan sencillos. El objeto es indicarnos que las enseñanzas que se desprenden del pasaje merecen una atención particular de la iglesia de Cristo.
Aprendamos, ante todo, en este pasaje, la ignorancia que tiene el hombre de sí mismo.
Se nos habla de uno que ‹›vino corriendo» a donde estaba nuestro Señor, y que «se arrodilló ante El y le dirigió» la solemne cuestión, «¿Qué haré para heredar la vida eterna?» a primera vista había mucho en el hombre que prometía bien. Se ocupaba de cuestiones espirituales, cuando la mayor parte de los que lo rodeaban estaban descuidados é indiferentes. Mostraba disposición a reverenciar a nuestro Señor arrodillándose ante El, mientras que los escribas y los fariseos lo despreciaban. Sin embargo, este hombre ignoraba Completamente el estado de su corazón. Oye a nuestro Señor recitar los mandamientos que fijan nuestros deberes respecto al prójimo, é inmediatamente declara, «Todos esos los ha observado desde mi juventud.» La naturaleza íntima de la lev moral, su aplicación a nuestros pensamientos, a nuestras palabras y acciones son puntos de que está completamente ignorante.