Después de aquello, Jesús fue recorriendo todos los pueblos y aldeas, predicando y proclamando la Buena Noticia del Reino de Dios. Los Doce le acompañaban; y también un grupo de mujeres a las que Jesús había sanado de malos espíritus y de enfermedades. Entre ellas estaban: María, a la que todos llamaban la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, que era la mujer de Cusa, uno de los secretarios de hacienda del rey Herodes; Susana, y otras muchas, que contribuían con su dinero a subvenir a las necesidades de Jesús y sus compañeros.
El tiempo que veíamos que se acercaba, ya ha llegado: Jesús está siempre de camino. Ya no le están abiertas las sinagogas, como antes. Jesús había empezado, como si dijéramos, en la iglesia, donde esperaría encontrar una audiencia interesada y receptiva cualquiera que llegara con un mensaje de Dios. En vez de la bienvenida, se había encontrado con la oposición; en vez de personas deseosas de escuchar, se había encontrado con los escribas y los fariseos acechándole para delatarle; así es que ahora salió a los caminos abiertos, a las colinas y a la orilla del lago. (i) Una vez más nos encontramos con un hecho que ya nos ha salido. Este pasaje nombra a un grupito de mujeres que ayudaban a Jesús con su dinero. Se consideraba una obra piadosa el sostener a un rabino, y el hecho de que los fieles seguidores de Jesús le ayudaran de este modo no era nada insólito. Pero, como ya hemos notado con los discípulos, no podemos por menos de sorprendernos de lo diferentes que eran entre sí estas mujeres. Entre ellas se encontraba María Magdalena, así llamada porque era del pueblo de Magdala, de la que Jesús había echado a siete demonios; está claro que había tenido un pasado tenebroso y terrible. Estaba Juana, que era la mujer de Cusa, el epítropos de Herodes. Los reyes tenían muchas fuentes de ingresos y propiedades privadas, y el epítropos era el funcionario que se cuidaba de los intereses financieros del rey. En el Imperio Romano, el mismo emperador tenía sus epitropoi para salvaguardar sus intereses hasta en las provincias gobernadas por procónsules nombrados por el senado. Eran funcionarios de la mayor confianza e importancia. Es sorprendente encontrarse con María Magdalena, con su pasado tenebroso, en la misma compañía que Juana, la dama de la corte.
Es sencillamente maravilloso que Jesús pueda conseguir que vivan en armonía personas de lo más diferentes, sin que ninguna pierda en lo más mínimo su personalidad o sus cualidades. G. K. Chesterton escribe acerca del pasaje en el que se nos dice que el león se acostará con el cordero: «Pero acordaos de que este texto se interpreta muy a la ligera. Se suele dar por sentado… que, cuando el león se acuesta con el cordero, el león se vuelve como el cordero. Pero eso sería una anexión y un imperialismo brutales por parte del cordero. Eso sería sencillamente que el cordero absorbe al león en vez de que el león se coma al cordero. El verdadero problema es: ¿Puede el león acostarse con el cordero, y seguir reteniendo su regia ferocidad? Ese es el problema que se plantea la Iglesia; ese es el milagro que logró.» No hay nada que la iglesia necesite más que el uncir en el mismo yugo los diversos temperamentos y cualidades de personas diferentes. Si estamos fallando es culpa nuestra, porque en Cristo puede hacerse, ¡y se ha hecho!
(ii) En este grupo de mujeres tenemos algunas cuya ayuda era práctica. Como eran mujeres, no se les permitiría predicar; pero aportaban lo que tenían. Había una vez un viejo zapatero que había querido hacerse pastor, pero no se le había presentado la oportunidad. Era amigo de un seminarista; y cuando instalaron a éste en una iglesia, su amigo zapatero le pidió un favor: que le dejara hacerle siempre los zapatos, para que pudiera pensar que el predicador estaba usando sus zapatos en el púlpito al que él nunca podría subir.
No es siempre el que más se ve el que hace lo más importante. Muchas personas importantes en la vida pública no podrían cumplir con su trabajo ni una semana si no fuera por la ayuda que los respalda en casa. No hay don que no se pueda usar en el servicio de Cristo. Muchos de sus servidores más valiosos están en el trasfondo, invisibles pero esenciales a la causa.
EL SEMBRADOR Y LA SEMILLA
Lucas 8:4-15
Se iba reuniendo un gentío impresionante, y de un pueblo tras otro no dejaba de venir gente a Jesús. Y Él les contó una parábola:
-Un sembrador salió a sembrar su campo: Conforme iba sembrando, una parte de la semilla cayó al borde del sendero, y la pisaron, o sé la comieron los pájaros. Otra parte cayó en la poca tierra que cubría la roca, y se secó tan pronto como empezó a crecer, porque no tenía humedad. Otra parte cayó donde había restos de espinos, y los espinos crecieron al mismo tiempo que la semilla, y la ahogaron. Pero otra parte cayó en buena tierra, y creció bien, y produjo cien veces más de lo que se había sembrado. ¡El que tenga entendederas, que se entere!