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Lucas 6: La creciente oposición

Un sábado sucedió que Jesús iba pasando entre los sembrados con sus discípulos, y ellos se pusieron a arrancar espigas y a restregarlas con las manos y a comérselas. Entonces dijeron los fariseos:

-¿Cómo es que hacéis lo que ley prohíbe hacer en sábado?

-¿Es que no habéis leído -respondió Jesús- lo que hizo David cuando él y sus amigos tenían hambre? Dice la Escritura que entró en la casa de Dios, y cogió los panes sagrados que se ofrecían a Dios, que sólo podían comer los sacerdotes, y comió y les dio también a los que estaban con él. La autoridad del Hijo del Hombre se extiende también al sábado.

Este es el primero de dos incidentes en los que vemos que la oposición a Jesús ya estaba saliendo a la luz, y que lo que tenían en contra de El era que quebrantaba las leyes tradicionales del sábado. En esta escena, iban pasando Jesús y sus discípulos por entre los trigales. El hecho de que los discípulos arrancaran espigas no era en sí ningún crimen. Una de las leyes misericordiosas del Antiguo Testamento establecía que uno que fuera pasando por un trigal podía arrancar algunas espigas, siempre que no metiera la hoz (Deu_23:25 ). Si lo hubieran hecho otro día cualquiera no habría habido nada que objetar; pero era sábado. Cuatro de los trabajos prohibidos el sábado eran segar, trillar, aventar y preparar comida; y los discípulos habían realizado los cuatro según la interpretación ortodoxa de la ley: al arrancar espigas, habían segado; al restregarlas con la mano, habían trillado; al soplar para quitar la paja, habían aventado, y el hecho de que se las comieran demostraba que habían preparado una comida el sábado. A nosotros nos parece fantástico todo esto; pero debemos recordar que, para un estricto fariseo, todos eran pecados mortales. Se habían quebrantado las normas y las reglas, y esto era una cuestión de vida o muerte.

Hicieron su acusación, y Jesús les contestó con una cita del Antiguo Testamento: lo que hicieron David y sus compañeros cuando tenían mucha hambre y comieron el pan de la proposición que se ofrecía a Dios en el tabernáculo, mejor llamado el Pan de la Presencia. Todos los sábados por la mañana se ponían delante de Dios doce panes de trigo, Hechos con harina que se había tamizado no menos de once veces. Había un pan por cada tribu. En tiempos de Jesús estos panes se colocaban en una mesa de oro macizo de tres pies de longitud y uno y medio de anchura que estaba situada a lo largo del lado Norte del Lugar Santo. El pan representaba la presencia de Dios, y nadie más que los sacerdotes podía comerlo (Lev_24:5-9 ). Pero la necesidad de David había sido prioritaria sobre estas normas y reglas.

Los rabinos mismos decían: «El sábado se ha hecho para ti, y no tú para el sábado.» Es decir, que en sus mejores y más elevados momentos los rabinos reconocían que la necesidad humana abrogaba la ley ritual. Si era así, ¡cuánto más el Hijo del Hombre, con un corazón de amor y de misericordia, es el Señor del Sábado! ¡Cuánto más lo podrá utilizar para sus propósitos de amor! Pero los fariseos habían olvidado los derechos de la misericordia porque estaban inmersos en sus leyes y reglas. Es significativo que estaban observando a Jesús y a sus discípulos cuando iban por los campos de trigo. Está claro que los estaban espiando; y desde este momento estarían escudriñando con ojos hostiles y malévolos todos los actos de Jesús.

Este pasaje contiene una gran verdad general. Jesús les dijo a los fariseos: «¿Es que no habéis leído lo que hizo David?» La respuesta sería sin duda que sí; pero no se habían dado cuenta de lo que quería decir. Es posible leer las Escrituras meticulosamente, conocer la Biblia de cabo a rabo y poder citar literalmente capítulo y versículo, y no haberse enterado de su verdadero significado. ¿Por qué no lo habían captado los fariseos, y por qué sigue pasando tan a menudo?

(i) Porque no venían a la Escritura con una mente abierta. No venían a la Escritura para aprender la voluntad de Dios, sino para encontrar textos que confirmaran sus propias ideas. Con demasiada frecuencia los hombres han llevado su teología a la Biblia en vez de encontrar su teología en la Biblia. Cuando leemos la Escritura debemos decir, no «Escucha, Señor, porque tu siervo está hablando», sino «Habla, Señor, porque tu siervo está escuchando.»

(ii) No venían con un corazón necesitado. El que no viene con un sentimiento de su necesidad siempre se pierde el sentido más profundo de la Escritura. Cuando despertamos a nuestra necesidad, la Biblia es un libro nuevo. Cuando el obispo Butler estaba en su lecho de muerte, estaba turbado.

-¿Ha olvidado mi señor -le dijo su capellán- que Jesucristo es el Salvador?

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