(iii) El versículo 15 nos habla de la popularidad que tenía Jesús. Pero sólo era debida a que la gente quería sacarle algo. Muchos quieren los dones de Dios, pero rechazan sus exigencias. No puede haber nada más deshonroso.
SE INTENSIFICA LA OPOSICIÓN
Pero Jesús se retiraba a lugares solitarios para dedicarse ala oración.
Cierto día, mientras Jesús estaba enseñando, había un grupo de fariseos y de escribas que estaban escuchándole sentados. Habían venido de todos los pueblos de Galilea, y de Judasa, y hasta de Jerusalén.
El poder de Dios se manifestaba cuando Jesús sanaba a los enfermos.
No tenemos aquí más que dos versículos, pero tenemos que detenernos en ellos, porque marcan un hito. Los escribas y los fariseos aparecen en escena. La oposición, que no se daría por contenta hasta llevar a Jesús a la muerte, sale a la luz.
Si queremos entender lo que pasó con Jesús, tenemos que saber algo de la ley, y de la relación que tenían con ella los escribas y los fariseos. Cuando los judíos volvieron de Babilonia hacia el año 440 a C., sabían muy bien que se habían desvanecido sus esperanzas de grandeza nacional. Por tanto decidieron alcanzar su grandeza siendo el pueblo de la ley, aplicando todas sus energías a conocer y cumplir la ley de Dios.
La base de la ley eran los Diez Mandamientos, que son principios generales de vida. No son reglas ni reglamentos; no nos dicen lo que tenernos que hacer en cada circunstancia. Y para una cierta sección del pueblo judío, aquello no era suficiente. Lo- que querían no eran principios generales, sino reglas que cubrieran todas las situaciones imaginables: Así es que se pusieron a deducir y a elaborar todas esas reglas a partir de los Diez Mandamientos.
Vamos a poner un ejemplo. El cuarto mandamiento es: «Acuérdate del día de reposo para santificarlo»; y sigue diciendo que no se debe trabajar el sábado (Exo_20:8-11 ). Pero los judíos preguntaban: «¿Qué es un trabajo?»; y se ponían a definirlo bajo treinta y nueve encabezamientos a los que llamaban «padres del trabajo». Pero tampoco bastaba con eso; cada una de esas clases de trabajo se dividía y subdividía minuciosamente, produciendo miles de normas y reglas. Eso era lo que se llamaba la Ley Oral, que a veces se ponía hasta por encima de los Diez Mandamientos. Vamos a poner otro ejemplo. Uno de los trabajos prohibidos en sábado era llevar una carga. Jer_17:21-24 dice: «Guardaos por vuestra vida de llevar carga en el día de reposo.» «Pero -insistían los legalistas-,hay que definir lo que es una carga.» Y se definía: una carga es «una cantidad de comida que pese lo que un higo seco; el vino que se necesita para mezclar en una copa; la leche que se toma de un sorbo; el aceite que se necesita para ungir un miembro pequeño del cuerpo; el agua que se usa para hacer un colirio; el papel qué se necesita para hacer un recibo; tinta suficiente para escribir dos letras; un trozo de caña como para hacer una pluma…», y etcétera, etcétera indefinidamente. Si un sastre se dejaba prendido en la ropa un alfiler o una aguja el sábado, estaba llevando una carga, es decir, quebrantando la ley y pecando; si levantaba el sábado una piedrecita suficientemente grande para tirársela a un pájaro, pecaba. La bondad se identificaba con el cumplimiento de esas interminables normas y reglas.
Vamos a fijarnos en otro ejemplo. El curar en sábado estaba prohibido porque era hacer un trabajo. Estaba establecido que sólo se podían hacer curas si había peligro de muerte; y aun entonces, sólo se podían tomar medidas para que el paciente no se pusiera peor, pero no para ponerle mejor. Se podía poner una venda en una herida, pero no se podían aplicar ungüentos; se podía poner un tapón si dolía un oído; pero no medicina. Ya se comprende que la casuística no tenía límites.
Los escribas eran los expertos en la ley, que sabían todas esas normas y reglas, y que las deducían de la ley. El nombre fariseo quiere decir « separado» , porque los fariseos se separaban de la gente y de la vida normal a fin de cumplir todas esas reglas. Hemos de tener en cuenta dos cosas. La primera es que, para los escribas y fariseos esas reglas eran cuestión de vida o muerte; el quebrantar una de ellas era cometer un pecado mortal. En segundo lugar, sólo los que las tomaban tremendamente en serio podían intentar guardarlas, porque hacían la vida sumamente incómoda. Sólo los menos lo podían intentar.
Esas normas y reglas no tenían importancia para Jesús cuando oía el grito de la necesidad humana. Pero para los escribas y fariseos Jesús era un transgresor de la ley, un mal hombre que quebrantaba la ley y que enseñaba a otros a hacer lo mismo. Por eso le odiaban, y al final le entregaron a la muerte. La tragedia de la vida de Jesús consistió en que fueron precisamente los que tomaban la religión en serio los que le llevaron a la cruz. Fue la suprema ironía de la vida el hecho de que fueran las mejores personas de su tiempo quienes le crucificaron.