Todas las promesas de Satanás son engañosas; y si se le permite el poder de disponer de los reinos del mundo y la gloria de ellos, los usa como carnada para atrapar hombres para destruir. Debemos rechazar de inmediato, y con aborrecimiento, toda oportunidad de ganancia o avance pecaminoso, como precio ofrecido por nuestra alma; debemos procurar las riquezas, los honores y la dicha sólo en la adoración y el servicio de Dios. Cristo no adora a Satanás; ni tolera que queden vestigios de la adoración al diablo para cuando su Padre le entregue el reino del mundo.
Satanás también tentó a Jesús para que fuera su propio asesino por una confianza incorrecta en la protección de su Padre, de la cual no tenía garantía.
Ningún mal de la Escritura de parte de Satanás o de los hombres abata nuestra estima, o nos haga abandonar su utilidad; sigamos estudiándola, procurando conocerla, y buscando nuestra defensa en ella contra toda clase de ataques. La palabra habite en nosotros en abundancia, porque es nuestra vida. Nuestro Redentor victorioso venció, no sólo por Él, sino también por nosotros. El diablo terminó toda tentación. Cristo lo dejó probar toda su fuerza y lo derrotó. Satanás vio que no tenía sentido atacar a Cristo, que nada tenía en Él donde se agarraran sus dardos de fuego. Si resistimos al diablo, huirá de nosotros.
Aunque se fue, lo hizo temporalmente hasta cuando de nuevo iba a ser suelto sobre Jesús, no como tentador para llevarlo al pecado, y así golpear su cabeza, a lo cual apuntaba ahora y fue totalmente derrotado, sino como perseguidor para llevar a Cristo a sufrir, y así herir su calcañar, que se le dijo que tendría que hacer, y querría hacer, aunque fuera herir su propia cabeza, Génesis iii, 15. Aunque Satanás se vaya por una temporada, nunca estaremos fuera de su alcance hasta que sea sacado de este presente mundo malo.
Cristo enseñó en las sinagogas, los lugares de adoración pública, donde se reunían a leer, exponer y aplicar la palabra, a orar y alabar. Todos los dones y las gracias del Espíritu estaban sin medida sobre Él y en Él. Por Cristo pueden los pecadores ser librados de las ataduras de la culpa y, por su Espíritu y su gracia, de las ataduras de la corrupción. Él vino por la palabra de su evangelio a traer luz a quienes estaban en tinieblas, y por el poder de su gracia, a dar vista a los que estaban ciegos. Predicó el año agradable del Señor. Los pecadores deben oír la invitación del Señor cuando se proclama la libertad.
El nombre de Cristo era Maravilloso; en nada lo fue más que en la palabra de su gracia, y el poder que iba con ella. Bien podemos maravillarnos que dijera las palabras de gracia a infelices desdichados como la humanidad. Algún prejuicio suele presentar una objeción contra la doctrina de la cruz que humilla; y aunque es la palabra de Dios que incita la enemistad de los hombres, ellos culparán a la conducta o los modales del orador. La doctrina de la soberanía de Dios, su derecho a hacer su voluntad, provoca a los hombres orgullosos. Ellos no procuran su favor a su manera; y se enojan cuando los demás tienen los favores que ellos rechazan. Aún sigue Jesús rechazado por las multitudes que oyen el mismo mensaje de sus palabras. Aunque lo vuelven a crucificar en sus pecados, podemos honrarlo como Hijo de Dios, el Salvador de los hombres, y procurar mostrar por nuestra obediencia que así lo hacemos.
La predicación de Cristo afectaba mucho a la gente; y un poder que obraba iba con ella a la conciencia de los hombres. Los milagros demostraban que Cristo es el que domina y vence a Satanás, y que sana enfermedades. Donde Cristo da vida nueva, en la recuperación de una enfermedad, debe ser una vida nueva dedicada más que nunca a su servicio, a su gloria. Nuestra ocupación debe ser difundir ampliamente la fama de Cristo en todo lugar, buscarlo por cuenta de los enfermos de cuerpo y mente, y usar nuestra influencia para llevar a Él a los pecadores, para que sus manos puedan ser impuestas sobre ellos para que sean sanados. —Él expulsa los demonios de muchos que estaban poseídos. No fuimos enviados al mundo para vivir para nosotros sólo, sino para glorificar a Dios y hacer el bien a nuestra generación. La gente lo buscaba e iba a Él. Un desierto no es desierto si estamos con Cristo. Él continuará con nosotros, por su palabra y su Espíritu, y extenderá las mismas bendiciones a otras naciones hasta que, por toda la tierra, los siervos y adoradores de Satanás sean llevados a reconocerle como el Cristo, el Hijo de Dios, y hallen redención por medio de su sangre, el perdón de pecados.