(iii) Pedro se pasaba de confiado. Si uno dice: «Yo no voy a hacer eso nunca», eso es con lo que tiene que tener más cuidado. Una y otra vez se han tomado castillos porque los atacantes siguieron la ruta que parecía inexpugnable e inescalable, y los defensores no la estaban guardando. Satanás es astuto: ataca el punto del que más seguro está uno, demasiado seguro, porque sabe que estará desguarnecido.
(iv) Para ser justos tenemos que reconocer que Pedro fue uno de los dos discípulos (Joh_18:15 ) que tuvo el valor de seguir a Jesús hasta el patio de la casa del Sumo Sacerdote. Pedro tuvo que arrostrar una tentación que sólo se le podía presentar a un hombre valiente. El valiente siempre corre más riesgos que el cauteloso. El exponerse a la tentación es el peligro que corre el que es arriesgado en pensamiento y en acción. Puede que sea mejor sucumbir en una empresa noble que huir para no emprenderla.
(v) Jesús no le habló a Pedro con ira, sino le miró con pena. Probablemente Pedro habría preferido que Jesús se hubiera vuelto y se lo hubiera echado en cara; pero aquella mirada muda y apesadumbrada le atravesó el corazón como una espada y le abrió la fuente de las lágrimas. El castigo del pecado es ver en los ojos de Jesús, no su ira, sino el dolor de su corazón porque le hemos fallado.
(vi) Jesús le dijo a Pedro algo muy hermoso: «Cuando hayas vuelto a tu puesto, ayuda a tus hermanos a mantenerse firmes.» Es como si le dijera: «Me vas a negar, y llorarás amargamente; pero el resultado será que estarás mejor capacitado para ayudar a tus hermanos que tengan que pasarlo.» No podemos ayudar de veras a otro a menos que hayamos pasado por el mismo horno de aflicción o el mismo abismo de vergüenza. Se dice de Jesús: «Él puede ayudar a los que lo están pasando porque Él lo ha pasado también» (Heb_2:1 $). El experimentar la vergüenza del fracaso no es sin fruto, porque nos da la compasión y la comprensión que no tendríamos de otra manera.
HÁGASE TU VOLUNTAD
Lucas 22:39-46
Jesús salió en la dirección acostumbrada al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegó al lugar adonde iba, les dijo:
-Pedidle a Dios que no tengáis que arrostrar la furia de la tentación.
Jesús se apartó de ellos a una distancia de un tiro de piedra, y se puso a orar de rodillas:
-Padre, si te parece bien, líbrame de tener que apurar este cáliz; pero que suceda lo que Tú quieres, no lo que quiero yo.
Entonces se le apareció un ángel del Cielo para darle fuerzas. Jesús estaba experimentando una verdadera agonía, y. oraba cada vez más intensamente; y le caían hasta la tierra grandes gotas de un sudor de sangre. Pasado algún tiempo se levantó de la postura de la oración, y vino adonde estaban sus discípulos, y los encontró dormidos de pura tristeza.
-¿Cómo podéis dormir? ¡Levantaos y orad para que no tengáis que arrostrar la furia de la tentación!
El espacio era tan limitado en Jerusalén que no había jardines. La gente acomodada tenía jardines privados en el monte de los Olivos. Algún amigo de Jesús le permitiría usar su jardín, y allá se retiró a pelear su solitaria batalla. Sólo tenía treinta y tres años, y nadie quiere morir a esa edad. Sabía lo que era la crucifixión. Estaba en agonía; la palabra griega se refiere a la lucha desesperada por la vida. No hay escena comparable en toda la Historia. Era el momento decisivo de la vida de Jesús. Todavía podía volverse atrás y evitarse la cruz. La salvación del mundo estaba pendiente de aquella decisión de Jesús mientras sudaba grandes gotas de sangre en Getsemaní. ¡Y Él venció!
Un famoso pianista dijo del Nocturno en Do sostenido de Chopin: «Tengo que contároslo. Chopin se lo dijo a Liszt, y él me lo dijo a mí. En esta pieza todo es dolor y tristeza. ¡Y qué dolor y tristeza!, hasta que empieza a hablar con Dios y a orar; entonces todo vuelve a estar bien.» Eso fue lo que pasó con Jesús. Fue a Getsemaní a oscuras, y salió con luz, porque había hablado con Dios. Fue a Getsemaní en agonía, y salió de allí en victoria y con paz en el alma, porque había hablado con Dios.
Todo depende de la forma en que digamos: «Hágase tu voluntad.»