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Lucas 18: Incansables en la oración

Pero ¿qué señales indicarán al cristiano si ha sido elegido? Las Escrituras dicen cuales son. La predestinación va acompañada de la fe en Jesucristo y la obediencia a su santa voluntad. Rom_8:29-30. No fue sino cuando vio la fe activa, la paciente esperanza y las obras de misericordia de los Tesalonicenses que S. Pablo conoció que habían sido elegidos de Dios. Sobre todo hay una distinción que nuestro Señor menciona en el pasaje de que venimos tratando: los escogidos de Dios «claman a él día y noche,» es decir, oran.

Estos versículos nos enseñan por último, que la verdadera fe será muy escasa al fin del mundo. Nuestro Señor manifestó esto por medio de la siguiente pregunta solemne: «empero, el Hijo del hombre, cuando viniere, ¿hallará fe en la tierra?.

Esta pregunta demuestra que es una insensatez pensar que todos los hombres son buenos, y que aunque difieran en algunas materias, son puros de corazón y se van derecho al cielo. ¿De qué sirve cerrar los ojos ante lo que sucede en derredor nuestro? ¿En dónde se encuentra la verdadera fe? ¿Cuántas personas de las que conocemos creen en lo que la Biblia contiene? ¿Cuántos hay que den a conocer por su modo de vivir, por su conducta, que creen que Cristo murió por sus pecados, y que hay un juicio, un cielo y un infierno? Estas son preguntas serias y penosas, poro que merecen atención.

¿Tenemos fe? Si la tenemos, démosle por ello gracias a Dios Acaso seamos débiles, frágiles, expuestos al error y al pecado, ¿mas creemos? He aquí una pregunta de la más alta importancia. Si creemos, seremos salvos. Pero el que no cree no verá la vida y morirá en sus pecados. Joh_3:36; Joh_8:24.

Lucas 18:9-14

La parábola que queda trascrita está estrechamente enlazada con la que le precede. La parábola de la viuda nos enseña a perseverar en la oración: la parábola del fariseo y el publicano nos enseña qué especie de oraciones debemos hacer. Con la primera se nos exhorta a orar y no desalentarnos: con la segunda se nos indica cómo hemos de orar. Sobre ambas debe meditar a menudo todo cristiano verdadero.

Notemos, en primer lugar, contra qué pecado es que nos previene el Señor en estos versículos. No es difícil de determinar.

San Lucas nos refiere de una manera explícita que él dijo esta parábola a «unos que confiaban en sí como justos y menospreciaban a los otros.» El pecado contra el cual habló nuestro Señor fue, pues, el de la confianza en nuestra propia justicia, o sea la creencia de que nuestros méritos son suficientes para granjearnos el favor del cielo.

Todos estamos inclinados por naturaleza a creernos justos. Falta es esta de que adolecemos todos los hijos de Adán.

Desde el más noble hasta el más humilde, todos nos creemos mejores de lo que en realidad somos. En nuestro interior nos halagamos con la idea de que no somos tan malos como otros, y que hay algo en nosotros que nos hace dignos de las bendiciones de Dios. «Muchos hombres pregonan cada cual el bien que han hecho.» Pro_20:6. Y olvidamos lo que dicen las Escrituras: «Todos ofendemos en muchas cosas.» «No hay hombre justo sobre la tierra, que haga bien, y nunca peque.» «¿Qué cosa es el hombre para que sea limpio, y que se justifique el nacido de mujer?» Jam_3:2; Ecles. 7:10; Job_15:14.

El mejor remedio que el hombre puede emplear contra este pecado es el conocimiento de sí mismo. Si el Espíritu ilumina nuestro entendimiento y nos hace ver tales como somos, es bien seguro que dejaremos de hacer alarde de nuestra bondad.

Si examinamos nuestro corazón y estudiamos la ley de Dios, no volveremos jamás a jactarnos, mas antes bien, exclamaremos como el leproso: «¡Inmundo!, ¡Inmundo!» Lev_13:45.

Notemos, en seguida, qué oración condenó nuestro Señor. Refiéresenos que el fariseo dijo: «Dios, te hago gracias que no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros; ni aun como esta publicano. Ayuno dos veces en la semana: doy diezmos de todo lo que poseo..

Esta oración tiene un defecto, defecto tan patente que hasta un niño podría notarle, es a saber: que no es la expresión de un alma oprimida por el pecado y por el dolor. No contiene ni confesión, ni petición, ni reconocimiento de culpa alguna, ni deseo de obtener gracia y misericordia. No es sino la manifestación jactanciosa de méritos imaginarios. No expresa ni contrición, ni humildad, ni amor hacia el prójimo. En una palabra, no merece el nombre de oración.

La condición espiritual del fariseo era peligrosa en verdad, Cuando la parálisis se apodera del cuerpo, este queda en un estado bien triste; cuando el hombre no reconoce sus pecados, está en gran riesgo de perderse. El que quiera evitar tamaña calamidad es preciso que deje de compararse con sus semejantes. Todos somos imperfectos e indignos a los ojos de Dios. «Si quisiéremos contender con él, no le podremos responder a una cosa de mil..

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