4.16-30 : Jesús rechazado en Nazaret
5.1-11 : Jesús proporciona una pesca milagrosa
7.11-17 : Jesús resucita al hijo de una viuda
7.36-50 : Una pecadora unge los pies de Jesús
8.1-3 : Mujeres viajan con Jesús
10.1-18.14 : Hechos, milagros y enseñanzas durante los meses antes de la muerte de Jesús
19.1-27 : Jesús visita a Zaqueo y después narra la parábola de las diez minas
23.6-12 : Juicio de Jesús ante Herodes
24.44-49 : Algunas de las palabras finales de Jesús antes de su ascensión.
Lucas 18:1-8
Jesús mismo explicó el objeto de la parábola que tenemos a la vista. «Y les propuso también una parábola, para enseñar que es menester orar siempre, y no desalentarse.» Téngase presente que estas palabras están íntimamente relacionadas con la doctrina del segundo advenimiento con la cual terminó el capítulo anterior al de que tratamos. La oración constante durante el período que trascurriría entre sus dos venidas es lo que nuestro Señor recomienda a sus discípulos. Como nosotros vivimos en ese período, este es asunto que nos concierne de una manera especial.
Estos versículos nos enseñan, en primer lugar, cuan importante es perseverar en la oración. Nuestro Señor lo demuestra refiriendo la historia de una viuda desamparada que obtuvo justicia de un magistrado malo a fuerza de importunidad.
«Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre,» dijo el juez, «todavía porque esta viuda me es molesta le haré justicia; por que no venga siempre y al fin me incomode.» Y nuestro Señor mismo hizo la aplicación de la parábola. «Oíd lo que dice el juez injusto. ¿Y Dios no defenderá a sus escogidos que claman a él día y noche, aunque sea longánimo acerca de ellos?» Si con perseverancia se logra tanto de un hombre perverso, ¿cuánto más no obtendrán de un Juez justo los hijos de Dios? La oración es el alma del verdadero Cristianismo. Con ella es que la religión empieza; con ella es que florece. La oración es una de las primeras pruebas que da el cristiano de haberse convertido. Quien la descuida está en gran peligro de extraviarse del verdadero sendero.
Tengamos, pues, presente que es mucho más fácil dar principio al hábito de orar que perseverar en él. El temor de la muerte, fugaces remordimientos de conciencia, o un acaloramiento del momento pueden tal vez impulsar al hombre a orar algún tanto. Por lo común tenemos tendencia a cansarnos, y a creer, de acuerdo con las sugestiones de Satanás, que nuestros esfuerzos son vanos. Es en tales momentos que debemos recordar la parábola de que venimos tratando. No olvidemos que nuestro Señor nos dijo de una manera explícita que «es menester orar y no desalentarse..
¿Nos sentimos inclinados a pronunciar apresuradamente nuestras oraciones, o a acortarlas, o a descuidarlas de un todo? Si así fuere, estemos seguros de que es una tentación de Satanás. Este adversario pretende minar hasta el mismo baluarte de nuestro espíritu para arrastrarnos a los infiernos. Resistamos semejante tentación: por mucho que tardemos en obtener contestación a nuestras peticiones, no dejemos de orar. Por mucha que sea la abnegación y por grandes que sean los sacrificios que se requieran, sigamos orando, y según el lenguaje bíblico, «oremos siempre,» «oremos sin cesar» y «continuemos en la oración.» Tes. 5:17; Col_4:2, Estos versículos nos enseñan, en segundo lugar, que Dios tiene en la tierra un pueblo escogido sobre el cual ejerce una providencia especial. Nuestro Señor dice que «Dios defenderá a sus escogidos que claman a él día y noche.» Dicho pueblo es un pueblo que ora. Sin duda hay muchos que oran por costumbre o porque son hipócritas; más quien no ore no puede pertenecer al número de los escogidos de Dios.
La elección, que es una de las verdades mas profundas de la Biblia, debe despertar en los cristianos sentimientos de pura gratitud. Si Dios no los hubiera escogido y llamado, no se habrían allegado a su trono. Si no los hubiera elegido por su voluntad, prescindiendo de sus méritos, nada habría habido en ellos que los hiciera dignos de ser escogidos. Acaso las personas irreligiosas se burlen de dicha doctrina. Tal vez el falso cristiano se valga de ella para cometer crímenes y «convierta así la gracia de Dios en disolución.» Pero el creyente que conoce su propio corazón dará siempre gracias a Dios por haberlo predestinado, y confesará que sin la predestinación no puede haber salvación.