Un cierto sábado ocurrió que Jesús fue a comer a casa de un hombre importante que era fariseo, es decir, de los que le acechaban continuamente. Y, mira por dónde, estaba allí, precisamente enfrente de Jesús, un hidrópico.
Jesús se dirigió en primer lugar a los intérpretes de la ley y a los fariseos para preguntarles:
-¿Está permitido curar en sábado, o no?
Ellos no le contestaron. Y entonces Jesús cogió y curó al enfermo, y luego le dijo que se fuera. Después se dirigió a los demás, y les dijo:
-¿A que cualquiera de vosotros, si se le cae un burro o una vaca en un pozo, lo saca a toda prisa aunque sea sábado?
Y no le podían decir que no.
En los evangelios hay siete situaciones en las que Jesús curó en sábado. En Lucas ya hemos estudiado el relato de la curación de la suegra de Pedro (4:38); del hombre que tenía el brazo seco (6:6), y de la mujer que llevaba doblada dieciocho años (13:13). En Juan tenemos dos más: la del paralítico de Betesda (5:9), y la del ciego de nacimiento (9:14). Marcos cuenta otra, la del poseso de la sinagoga de Cafarnaún (1:21).
Uno creería que un curriculum así habría hecho que todo el mundo amara a Jesús; pero es un hecho lamentable que, cada vez que Jesús hacía una curación en sábado, los escribas y los fariseos se convencían más de que era impío y peligroso, y había que acabar con Él a toda costa. Para entender lo que le pasó a Jesús es esencial recordar que, para los judíos de su tiempo, era un transgresor de la ley. Curaba en sábado, lo cual era hacer un trabajo y, por tanto, quebrantar la ley.
En esta ocasión, un fariseo le invitó a comer un sábado. Había unas reglas muy rigurosas acerca de las comidas del sábado. Por supuesto que no se podía cocinar, porque eso era un trabajo. Había que hacer la comida el viernes; y, si se tenía que mantener caliente, había que hacerlo de manera que no siguiera cocinándose. Así que se establecía que, para mantener caliente la comida del sábado «no se podía meter en orujo de aceituna, estiércol, sal, yeso o arena, ya fueran húmedos o secos, ni en paja, orujo de uva, o verduras, si estaban húmedos, pero sí se podía si estaban secos. Se podía poner entre paños, frutas, plumas de pichón y estopa de lino.» El cumplimiento de tales reglas era lo que los escribas y fariseos llamaban religión. ¡No nos sorprende que no entendieran a Jesús!
No es improbable que los fariseos hubieran colocado allí al hidrópico a ver lo que hacía Jesús. Le estaban acechando -palabra que quiere decir en el original «espiando con interés siniestro.»
Jesús no dudó en sanar al enfermo. Sabía perfectamente bien lo que estaban planeando, y citó sus leyes y costumbres. En Palestina abundaban los pozos sin brocal, y no menos los accidentes que causaban (cp. Exo_21:33 ). Se podía sacar un animal del pozo en sábado. Jesús pregunta con ironía, si se puede ayudar a un animal en sábado, por qué no a una persona.
Este pasaje nos dice varias cosas sobre Jesús y sobre sus enemigos.
(i) Nos muestra la serenidad con que Jesús se enfrentaba con la vida. A uno le pone nervioso que le estén acechando constantemente. Mucha gente pierde los estribos, y luego vienen muchos problemas y dolores. Pero, en circunstancias que habrían puesto a otros a cien, Jesús se mantenía sereno. Si vivimos con Él, Jesús acabará por gustarnos…
(ii) Es curioso que Jesús nunca rehusó ninguna. invitación. Nunca perdió la esperanza en nadie. Esperar cambiar a otros y seguir intentándolo es una de las esperanzas más desesperantes; pero Jesús nunca dejaba pasar la ocasión. No rehusaba una invitación ni de un enemigo. Está claro que nunca conseguiremos hacer amigos de nuestros enemigos si no nos prestamos a verlos y hablar con ellos.
(iii) Lo que más nos sorprende de los escribas y fariseos es la falta de sentido de proporción. Estaban dispuestos a todo para cumplir sus reglitas y preceptillos, y consideraban un pecado aliviar el dolor de una persona en sábado.
Si se nos diera la posibilidad de pedir nada más que una cosa, valdría la pena pedir el sentido de proporción. A menudo no son más que pequeñeces las cosas. que alteran la paz de una congregación. Lo que muchas veces separa a la gente y destruye amistades suelen ser cosas a las que no daríamos importancia en nuestros momentos normales. Esas minucias se hacen tan grandes que llenan todo el horizonte. Cuando tenemos las prioridades en orden, todo está en su lugar -y el amor es lo primero.