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Lucas 13: El sufrimiento y el pecado

El que quiera saber cuántos se salvan bajo la nueva alianza solo necesita consultar la Biblia y su curiosidad quedará satisfecha. En el Sermón del Monte encontrará estas solemnes palabras: «Porque la puerta es estrecha y angosto el camino que lleva a la vid; Y POCOS SON LO QUE LA HALLAN.» Mat.

7.14. Solo tiene que mirar en derredor de sí y confrontar las acciones de los hombres con la palabra de Dios, y pronto decidirá, si procede con imparcialidad, que son pocos los que se salvan. Esta es una verdad terrible. Ante ella nuestras almas se llenas naturalmente de espanto; pero tanto la Escritura como los hechos la confirman. La salvación ha sido ofrecida a todos los hombres sin excepción. De parte de Dios no ha obstáculo alguno. Jesús tiene voluntad de recibir a los pecadores; más los pecadores no quieren acudir a Cristo, y por lo tanto, pocos se salvan.

En estos versículos se encuentra también una admirable exhortación. Cuando le preguntaron a Jesús si pocos eran los que se salvaban, dijo: «Porfiad a entrar por la puerta angosta.» El dirigió estas palabras a todos sus oyentes. No le pareció que sería bueno satisfacer por medio de una respuesta directa la curiosidad del que hizo la pregunta; y prefirió más bien exhortarlo a él y a todos los circunstantes a que cumpliesen con su deber más próximo. Al prestar la debida atención a sus almas, obtendrían la respuesta. Al procurar entrar por la puerta angosta, verían si los que se salvan son pocos o muchos.

Nuestro Señor Jesucristo quiso enseñarnos que no hay duda alguna sobre cual sea nuestro deber en materias religiosas. La puerta es angosta; la obra es grande; los enemigos del alma son numerosos; es preciso que estemos alerta y seamos activos; no podemos esperar a nadie. Ni hemos de detenernos a preguntar que están haciendo los demás, y si muchos de nuestros vecinos, parientes y amigos están sirviendo a Cristo. La incredulidad y la indecisión de otros no pueden servirnos de excusa en el último día. Jamás debemos hacer el mal por seguir la corriente popular. Ya nos acompañen al cielo pocos o muchos, el precepto es claro y terminante: «Porfiad a entrar por la puerta angosta..

Nuestro Señor Jesucristo nos ha dado a entender que, cualquiera que sean las creencias religiosas de los demás, nosotros tenemos que dar cuenta a Dios de los esfuerzos que hayamos hecho. Ni hemos de continuar en nuestra maldad, escudándonos con la vana excusa de que no podemos hacer nada hasta que Dios no nos mueva. Tócanos a nosotros acercarnos a él haciendo uso de los medios de gracia. ¿Cómo podemos hacer esto?, es cuestión con que no tenemos nada que ver. Es solo por medio de la obediencia que puede resolverse el gran problema. El precepto es expreso e inequívoco: «Porfiad a entrar por la puerta angosta..

Vemos en seguida, en estos versículos la descripción de una terrible solemnidad. Se nos dice como llegará tiempo en que «el padre de familias se levantará y cerrara la puerta;»en que algunos entrarán al reino de Dios, y otros quedarán fuera para siempre. No puede haber duda sobre cual será el significado de estas palabras. Se refiere a la segunda venida de Jesús y al día del juicio.

Llegará un día en que Dios no tendrá ya más clemencia de los pecadores. La puerta de la misericordia que ha estado abierta por tanto tiempo será al fin cerrada. La fuente donde se limpia toda impureza, todo pecado, será cegada. El trono de la gracia desaparecerá, y en su lugar será erigido el trono de la justicia. Todos los impenitentes e incrédulos serán para siempre arrojados de la presencia de Dios.

Pero también habrá un día en que los que crean en Jesucristo recibirán su galardón. El Padre de familias de la morada celestial convocará a sus siervos, y le dará a cada uno una corona inmarcesible de Gloria. Estos se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob, y vivirán en sosiego, libres del trabajo que cansa y de las luchas que atormentan. Morarán con Jesús y con los santos en el reino de los cielos, y allí no penetrarán jamás el pecado, la muerte, la tristeza, el mundo o el demonio. La humanidad comprenderá entonces que «el que sembrare justicia tendrá galardón firme.

En estos versículos vemos, finalmente, una profecía que conmueve. Nuestro Señor dice que el día de su segunda venida muchos procurarán entrar, más no podrán. Ellos golpearán a la puerta, diciendo: «Señor, Señor, ábrenos;» más no obtendrán entrada. Aún más, dirán con ansiedad: «Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste;» más sus súplicas serán vanas. Ellos recibirán esta respuesta solemne: «Os digo que no os conozco de donde seáis: apartaos de mi todos los obreros de iniquidad.» La profesión de fe y un conocimiento histórico de Jesucristo no bastarán para salvar a los que han sido esclavos del pecado y del mundo.

Hay algo de singular en el lenguaje con que nuestro Señor expresó la profecía de que hablamos. Nos revela la terrible verdad que algunos se apercibirán de que están en el error cuando sea demasiado tarde para arrepentirse. Si, llegará día en que será ya demasiado tarde para arrepentirse y para creer; para sentir contricción de corazón y para orar; para pensar en la salvación y para desear el cielo. Millares de hombres saldrán de su indiferencia en el otro mundo para aceptar verdades que en la tierra rehusaron creer. La tierra es el único lugar del universo donde existe la infidelidad. El infierno mismo, en su sentido abstracto, no es otra cosa que un conjunto de verdades reconocidas demasiado tarde.

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