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Lucas 13: El sufrimiento y el pecado

Esta parábola nos enseña, por último, cuánto debemos a la Gloria de Dios y a la intercesión de Cristo. No es dable inferir otra cosa de la súplica del viñero: «Señor, déjala aún este año.» Ahí se contempla como en un espejo la bondad de Dios, y la mediación de Cristo.

Con razón se ha dicho que la misericordia es el atributo predilecto de Dios. El poder, la justicia, la pureza, la santidad, la sabiduría, la inmutabilidad, son todos atributos de Dios y han sido manifestados al mundo de mil maneras diversas, tanto en sus obras como en su Palabra. Pero si hay un atributo que se complazca en ejercer respecto al hombre más que otro, ese atributo es la misericordia. «Dios es amador de misericordia.» Mic. 7.18 La misericordia divina basada en la mediación del Salvador que estaba por venir, fue lo que hizo que Adán y Eva no fueran arrojados al infierno el día de su caída. La misericordia ha sido el atributo por medio del cual Dios ha tolerado por tanto tiempo un mundo pecador y no ha descendido a castigarlo. Y es por la misericordia divina que aún hoy día los pecadores viven tanto tiempo, y no son arrebatados cuando se encuentran entregados a la maldad. Nosotros no tenemos, tal vez, ni la más mínima idea de cuantas bendiciones recibimos de la clemencia de Dios. El último día pondrá de manifiesto ante la humanidad entera que todos son deudores a la misericordia de Dios y a la mediación de Cristo. Aún los que son condenados a la miseria eterna sabrán que, debido a la misericordia de Dios, no fueron consumidos largo tiempo antes del día de su muerte. Por lo que toca a los que se salvan, la misericordia manifestada en el nuevo testamento, o sea, la nueva alianza, será todo lo que tiene que alegra a su favor.

Ahora bien, ¿producimos buenos frutos o somos infecundos? Esta es, sobre todo, la cuestión que más nos interesa. ¿Qué ofrecemos en la presencia de Dios cada año? Vivamos de tal manera que produzcamos buenos frutos.

Lucas 13:10-17

Estos versículos nos presentan un caso notable en que los medios de gracia fueron usados con solicitud. En ellos se nos refiere lo que aconteció a una «mujer que tenía espíritu de enfermedad diez y ocho años había, y andaba agobiada, así que en ninguna manera podía enhestarse.» No sabemos quien fuera dicha mujer. Como nuestro Señor dijo que era hija de Abrahán, nos inclinamos a creer que fue una verdadera creyente; pero su historia y su nombre nos son desconocidos. Lo único que sabemos es que cuando Jesús estaba enseñando en una de las sinagogas en sábado, ella se hallaba presente. Las enfermedades no le servían de pretexto para ausentarse de la casa de Dios. A despecho de sus sufrimientos, concurría al lugar donde la palabra y el día del Señor eran venerados, y donde el pueblo de Dios acostumbraba reunirse. ¡Y a la verdad que por esta acción fue bendecida! Sus afanes fueron abundantemente recompensados. Vino a la sinagoga oprimida de tristeza, y regresó a su hogar llena de júbilo.

El comportamiento de esta pobre judía puede con razón hacer ruborizar de vergüenza a muchos cristianos que se encuentran en el pleno goce de su salud.

Cuántos hombres llenos de vigor dejan que causas insignificantes les impidan de concurrir a la casa de Dios. Cuantos hay que pasan el domingo en la ociosidad, o tomando parte en diversiones, o haciendo negocios y miran con desprecio a los que santifican ese día. Cuantos hay que piensan que han hecho mucho cuando concurren a la iglesia una vez cada domingo, y creen que concurrir dos veces es un exceso de celo que raya en fanatismo.

¡Cuántos hay que se alegran cuando terminan los servicios divinos porque producen ellos aburrimiento! Cuán pocos son lo que piensan del mismo modo que David cuando dijo: «Yo me alegraré con los que me decía: A la casa de Jehová iremos.» ¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos! Ahora bien, ¿cómo se explica esto? ¿Por qué es que hay tan pocos que se parezcan a la mujer de quien venimos hablando? La respuesta es corta: es que hay pocos que tengan un corazón dispuesto a servir a Dios. «El ánimo carnal es enemistad contra Dios.» Tan luego como un hombre se convierte, desaparece todo obstáculo para tomar parte en el culto público; y el que ha sido renovado por el Espíritu Santo no tiene inconveniente alguno en santificar el sábado.

Querer es poder.

No olvidemos que el grado de veneración en que tengamos el domingo es un signo que indica el estado en que se encuentran nuestras almas. El que no sienta gusto en dedicar a Dios un día de cada semana, no es digno de entrar en el cielo.

El cielo no es otra cosa que un domingo eterno. Si en este mundo no podemos sentir placer en pasar unas pocas horas adornado a Dios, es bien claro que no podremos sentir placer en pasar del mismo modo toda una eternidad. ¡Felices los que imiten a la mujer que sanó a Jesús! En vida obtendrán las bendiciones del cielo, y cuando mueran la Gloria eterna.

En estos versículos se nos revela también el poder infinito de Cristo. Cuando vio a la enferma la llamí, y le dijo: «Mujer libre eres de tu enfermedad,» y le puso encima las manos, y ella quedó sana. Al punto una enfermedad que había durado dieciocho años desapareció ante el Señor de la vida. «Y luego se enderezó y glorificaba a Dios..

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