El fariseo se sorprendió de que Jesús no se lavara las manos antes de comer. No era cuestión de limpieza, sino de leyes ceremoniales. Se tenían que cumplir los detalles más insignificantes. Se tenían grandes vasijas de agua especialmente para ese fin, porque el agua ordinaria podía estar contaminada; había que usar por lo menos la cuarta parte de un log, es decir, lo suficiente para llenar una cáscara de huevo y media. Primero había que verter el agua en la mano empezando por la punta de los dedos de forma que corriera hasta la muñeca; luego había que limpiar cada palma restregándola con el puño de la otra mano; y por último se vertía agua en la mano otra vez, ésta empezando por la muñeca para que corriera hasta la punta de los dedos. Para el fariseo, el omitir el más mínimo de estos detalles era pecado; y el comentario de Jesús fue que, si tuvieran el mismo cuidado en mantener limpio el corazón como en limpiarse las manos, serían mejores personas.
Había algunos impuestos que un judío practicante no se olvidaría de pagar jamás.
(a) Los primeros frutos o primicias de la tierra. Se ofrecían en el templo siete clases de primeros frutos: los de los trigales, de la cebada, de la viña, de la higuera, del granado, del olivo y de la colmena.
(b) Estaba la «terumá». Los primeros frutos se ofrecían a Dios, pero la terumá era la contribución al mantenimiento de los sacerdotes, y eran las primicias de todo lo que se cultivaba; había que dar la quincuagésima parte de la producción.
(c) Estaba el diezmo. Este se pagaba directamente a los levitas, que a su vez pagaban a los sacerdotes el diezmo de todo lo que recibían. Era la décima parte de «todo lo que se puede usar como alimento y se cultiva o crece en la tierra.» Hasta qué punto eran meticulosos en el diezmo los fariseos se ve en que diezmaban hasta la ruda, que la ley decía que no había que diezMarcos No les importaba cómo fueran sus corazones o sus sentimientos, ni si dejaban de cumplir con la equidad u olvidaban el amor; pero no omitían los diezmos.
Los asientos más importantes de la sinagoga eran los que estaban al frente, de cara al auditorio. Los mejores asientos de la congregación eran los de la primera fila, e iban disminuyendo en honor hacia atrás. ¡La ventaja de los asientos principales era que todo el mundo los podía ver!
Cuanto más exageradas eran las muestras de respeto que recibían los fariseos de los que los saludaban en las calles y plazas, mejor para ellos.
El detalle del versículo 44 está en que en Num_19:16 se establece que «cualquiera que tocare sobre la faz del campo una tumba, siete días será inmundo.» Los inmundos no podían asistir a los cultos. Y podía ser que alguien pisara una tumba sin darse cuenta; pero quedaba inmundo lo mismo. Jesús dijo que los fariseos son exactamente así: aunque no se diera cuenta la gente, su influencia era nociva. El que entrara en contacto con ellos, aunque no se diera cuenta de su corrupción, se contaminaba de ideas falsas acerca de Dios y de lo que Él nos manda.
Dos cosas sobresalían en los fariseos, y por ellas los condenaba Jesús.
(i) Se limitaban a lo externo. Mientras se cumpliera eso, lo demás no importaba. Podían tener el corazón tan negro como el infierno, absolutamente falto de caridad y equidad; pero, mientras cumplieran con todos los detalles rituales a su debido tiempo, creían que eran buenos a los ojos de Dios.
Una persona puede que asista regularmente a la iglesia; que estudie la Biblia meticulosamente; que eche mucho dinero en las colectas… Pero si hay en su corazón orgullo y desprecio, si no hay amor en sus relaciones cotidianas con los demás, si es injusto con sus subordinados o fraudulento en su trabajo, no es una persona cristiana. No se puede ser cristiano cuando se cumplen meticulosamente las convenciones de la religión y se olvidan sus realidades.
(ii) Se limitaban a los detalles. Comparados con el amor, la amabilidad, la equidad y la generosidad, el lavarse las manos con meticulosidad y el pagar los diezmos con exactitud matemática son detalles sin importancia. Una vez vino un hombre al doctor Johnson con una historia tétrica: trabajaba en una fábrica de papel, y se había quedado con un trocito de papel y con una cuerdecita, y estaba convencido de que había cometido un pecado mortal, y no hacía más que hablar de ello. Por último, el doctor Johnson le interrumpió: «¡Hombre, deje ya de preocuparse del papelillo y de la guita cuando todos estamos viviendo en un mundo que está a reventar de pecado y de dolor!» ¡Qué a menudo los tribunales y los funcionarios de las iglesias se pierden en detalles de gobierno y de administración eclesiástica que no tienen la menor importancia, y hasta discuten y se pelean sobre ellos, y olvidan las grandes realidades de la vida cristiana!