Cuando los enemigos de Jesús se vieron incapaces de atacarle con medios limpios, recurrieron a la calumnia. Dijeron que Jesús tenía poder sobre los demonios porque estaba en trato con el príncipe de los demonios. Atribuían su poder, no a Dios, sino al diablo. Jesús les dio una doble respuesta irrefutable.
En primer lugar les asestó un hábil golpe. Había muchos exorcistas en Palestina en tiempos de Jesús. Josefo dice que ese poder lo había tenido Salomón, que era experto en el uso de las hierbas y había inventado encantamientos para echar a los demonios de manera que no volvieran; y Josefo dice que había visto usar con éxito en su tiempo los métodos de Salomón (Antigüedades de los Judíos, 8:5:2). Así es que Jesús les toca en lo más vivo: «Si yo echo a los demonios porque tengo un trato con el príncipe de los demonios, ¿cómo los echan los de vuestra casta? ¡Si me condenáis a mí, os estáis condenando a vosotros!»
En segundo lugar, usó un razonamiento incontestable. Un reino que tiene una guerra civil interminable no puede sobrevivir. Si el príncipe de los demonios le está dando a alguien poder para derrotar a sus emisarios, está acabado. No hay más que una -manera de dominar al guerrero fuerte armado, y es cuando se es más fuerte que él y se le vence. « Por tanto -dice Jesús- si Yo echo a los demonios, más que probar que estoy de acuerdo con el príncipe de los demonios, lo que prueba eso es que la fortaleza del diablo ha sido expugnada, el poderoso malvado ha sido dominado y el Reino de Dios está aquí.»
De este pasaje surgen ciertas verdades permanentes.
(i) No es raro que se recurra a la calumnia cuando no se tienen buenas razones. Gladstone estaba interesado en la reforma de las mujeres que se prostituían en las calles de Londres. Sus enemigos sugerían que estaba interesado en ellas por otras razones muy inferiores. No hay nada tan cruel como la calumnia, porque mucha gente presta oídos más fácilmente a lo malo que a lo bueno, por aquello de «piensa mal, y acertarás.» No nos creamos que estamos ninguno libre de ese pecado. ¿No es verdad que nos resulta fácil suponer razones impuras, sobre todo cuando no nos gusta la persona? ¿O es que no repetimos nunca las críticas maliciosas que oímos, como la cosa más inocente? Esto nos llama a un serio examen de conciencia.
(ii) Una vez más notamos que para Jesús la prueba de que el Reino de Dios había venido era el hecho de que los que sufrían eran sanados, y la salud ocupaba el terreno de la enfermedad. La meta de Jesús no era sólo la salvación del alma, sino de la persona entera.
(iii) Lucas concluye este pasaje con el dicho de Jesús de que el que no está de acuerdo con El émá en contra de Él, y que el que no ayuda a reunir el rebano está dispersándolo. No hay lugar para la neutralidad en la vida cristiana. El que se mantiene al margen del bien, automáticamente ayuda al mal.
EL PELIGRO DEL ALMA VACÍA
Lucas 11:24-28
-Cuando un espíritu inmundo sale de una persona -siguió diciendo Jesús-, va por sitios áridos buscando un lugar tranquilo; pero, como- no lo encuentra, dice: «¡Me volveré a la casa de donde salí!» Y, cuando llega, y se la encuentra limpita y curiosa, va y se trae a otros siete espíritus todavía peores que él, y se quedan todos allí a vivir, y la persona acaba peor que antes.
Cuando Jesús estaba diciendo esto, una mujer que estaba entre la gente gritó con todas sus fuerzas:
-¡Bendita sea la madre que te parió y la leche que mamaste!
-¡Pero más benditos sean todos los que prestan atención a la palabra de Dios y la ponen por obra! -respondió Jesús:
Aquí tenemos una historia tenebrosa y de miedo. Se trata de una persona de la que echaron a un espíritu malo. Éste fue vagando por ahí en busca de un sitio donde descansar, pero no lo encontró; así que decidió volver a su antigua morada. Y se encontró con que la persona estaba limpia y ordenada -pero vacía. Así que el espíritu- malo se fue a buscar a otros siete espíritus todavía peores que él, y se los trajo a vivir con él en su antigua casa… y aquella persona acabó peor de lo que había estado antes.
(i) Aquí tenemos la verdad fundamental de que no se puede dejar vacía el alma de nadie. No basta con desterrar los malos pensamientos y hábitos, y dejar el alma vacía. Un alma vacía es un alma- en peligro. A Adam C. Welch le gustaba predicar sobre el texto «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu» (Eph_5:18 ), y solía empezar diciendo: «Hay que llenar a las personas con algo.» No basta con echar al mal; hay que dejar entrar al bien.
(ii) Eso quiere decir que no se puede cimentar una experiencia espiritual con negativos. Tomemos como ejemplo el mandamiento de santificar el Día del Señor (Exo_20:8-11 , y Deu_5:12-15 ), que es una asignatura pendiente en muchas iglesias. Lo que se suele hacer es presentar una lista de lo que hace la gente, y que los cristianos no debemos hacer en el Día del Señor. Pero el que se encuentra con todas esas prohibiciones nos preguntará: «Bueno, ¿y qué es lo que puedo hacer?» A menos que se lo digamos, va a acabar peor de lo que estaba, porque le vamos a condenar a la inactividad, que es terreno abonado para el tentador. Es peligroso cuando la religión se presenta como una serie de negativos. Es necesario limpiar; pero después de desarraigar el mal hay que plantar y cultivar el bien.