Lucas 11: Enséñanos a orar, Pedid y recibiréis

Enséñanos, asimismo, este pasaje, cuánto más fácil es venerar a los que han muerto que a los que viven. Jesús dijo a los doctores de la ley: « Vosotros edificáis los sepulcros de los profetas, y aron vuestros padres.» Pretendían honrar la memoria de los profetas al mismo tiempo que hacían lo que los profetas habían reprobado. Desacataban abiertamente sus consejos y su enseñaza, y sin embargo, pretendían venerar sus sepulcros. No han faltado más tarde quienes imiten esta práctica en el espíritu si no en la letra. En todos los siglos de la historia de la millares de hombres malos han intentado engañarse a sí mismos y engañar a otros, haciendo ruidosas protestas de respeto hacia los justos después de su fallecimiento. De este modo han procurado tranquilizar al mundo y a su conciencia y alucinar al mundo. Sus esfuerzos se han dirigido a hacer que los demás digan para sí: «Si estos hombros reverencian tanto la memoria de los buenos, sin duda deben ser de su mismo modo de pensar. «Se han olvidado que aun un niño sabe que los muertos no pueden hablar, y que venerar a un hombre cuando no puede amonestarnos, ni darnos a conocer por medio de su conducta cuan lejos estamos de parecernos a él, es ciertamente cosa muy fácil.

¿Queremos saber cuáles son realmente las convicciones religiosas de un hombre? Preguntémosle que opina de los verdaderos cristianos que viven todavía. ¿Los ama, es adicto a ellos y los venera como hombres buenos? ¿O les huye, los aborrece, y los considera como fanáticos, exaltados, santurrones y demasiado escrupulosos? Las contestaciones que se den a esta pregunta son buena prueba del verdadero carácter de un hombre. Cuando un hombre no puede ver nada bueno en los cristianos que viven, pero sí mucho en los que han muerto, es señal de que su alma so encuentra en muy mal estado. Nuestro Señor Jesucristo expresó ya su reprobación de tal conducta. El hombre que la sigue es un hipócrita ante los ojos de Dios.

También nos hace saber nuestro Señor en este pasaje que indefectiblemente llegará el día en que los perseguidores tendrán que dar cuenta de su conducta. Dice que la sangre de los profetas será demandada.

Hay algo singularmente solemne en estas palabras. El número de los que, en todos los siglos, han sido muertos por la fe, es muy grande. Millares de hombres y mujeres han preferido dar su vida a negar a su Salvador, y han derramado su sangre en aras de la verdad. a la hora de su muerte no parecía haber quienes los socorriesen. A semejanza de Zacarías, y Santiago, y Esteban, y Juan Bautista, é Ignacio, y Huss, y Hooper, y Latimer, murieron sin resistirse. Pronto fueron enterrados y olvidados, y sus enemigos creyeron haber obtenido un completo triunfo; pero Dios no se ha olvidado de su muerte ni de la sangre que derramaron. Las persecuciones de Herodes, Nerón, Diocleciano, María la sanguinaria, y Carlos XI no han sido relegadas al olvido. Algún día habrá un gran juicio, y entonces el mundo verá que «preciosa es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos.» Psa_116:15.

Pensemos con frecuencia en el día del juicio. Muchas cosas acontecen en el mundo que ponen a prueba nuestra fe. Los repetidos triunfos de los perversos nos llenan de confusión. Los descalabros de los buenos presentan un problema de difícil solución.

Pero alguna vez llegará el día en que todo se aclare. En el gran trono blanco y en los libros de Dios todo ocupará el lugar que le corresponde. Los intricados designios de la Providencia serán revelados. Cada lágrima que los malos hayan hecho verter a los justos será tomada en cuenta. Cada gota de sangre cristiana que haya sido derramada, será al fin demandada.

Por último, nuestro Señor nos enseña en el pasaje citado cuan grabe falta es estorbar que otros adquieran conocimientos en materias religiosas. El dijo a los doctores de la ley: « Os alzasteis con la llave de la ciencia: vosotros no entrasteis, y a los que entraban impedisteis.» El pecado a que se refieren estas palabras es demasiado común. Lo cometen muchas más clases de personas de lo que generalmente se cree. Lo comete el sacerdote romanista que prohíbe al pobre leer la Biblia. Lo cometen algunos clérigos protestantes que previenen a sus oyentes contra «las ideas exaltadas» y hacen burla de la conversión. Lo comete el hombre irreligioso y calavera a quien le disgusta que su esposa piense en cosas serias.

Lo comete la madre irreverente que no puede sufrir que su hija piense en las cosas espirituales y se deje de teatros y de bailes, Todas estas personas, advertida o inadvertidamente se hacen acreedoras al « ¡Ay!» que con tanta solemnidad pronunció nuestro j Señor. Están impidiendo que otros entren en el cielo! Oremos a Dios que nos libre de este pecado.

Cualesquiera que sean nuestras creencias religiosas, guardémonos de desanimar á; otros cuando empiecen a pensar seriamente en la salvación de sus almas. Nunca sirvamos de rémora a nadie en sus prácticas religiosas, y especialmente en la lectura dé la Biblia, la asistencia a la iglesia y la oración privada. Bien al contrario, animémoslos, alentémoslos, ayudémosles, y demos gracias a Dios si son mejores que nosotros. «Libértame de homicidios, oh Dios,» fue una de las oraciones de David. Es de temerse que, en el último día, muchos tendrán que dar cuenta de la sangre de sus parientes; porque habiéndolos visto prontos a entrar en el reino del cielo, se lo estorbaron.

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