Lucas 11: Enséñanos a orar, Pedid y recibiréis

Todos los que hacen una profesión decidida de religión debieran tener presente este principio. Por lo general a todos nos gusta un Cristianismo cómodo. Nos desagradan las disputas y las disensiones; nos gusta estar de paz con todos; los extremos nos arredran; no queremos ser demasiado escrupulosos; tememos ir demasiado lejos. Todas estas ideas son muy peligrosas para el alma. Si dejamos que dominen nuestro ánimo pueden causarnos un daño considerable. Nada hay que ofenda tanto a Jesucristo como la tibieza en materias religiosas. El que es completamente indiferente é ignorante, aunque culpable, se hace digno de compasión; pero el que conoce la verdad y no obstante duda y vacila, comete uno de los más graves pecados.

Propongámonos firmemente que, de servir a Cristo, lo haremos de todo corazón. Hagamos a un lado la reserva, los partidos medios, la diversión de los afectos y toda la intención de conciliar en religión a Dios con las riquezas.

Resolvamos que, mediante la ayuda de Dios, nos consagraremos al servicio de Cristo y estaremos a su lado, dejando que el mundo diga y haga lo que quiera. Al principio nos será difícil; pero, con el tiempo, obtendremos la recompensa. Sin tomar una resolución firme no hay felicidad posible en religión. Cuanto más decididamente sigamos a Jesús, tanto menores serán los tropiezos que encontremos. Sin, una resolución firme en materias religiosas no podemos ser útiles a nuestros semejantes. El que es cristiano a medias no atrae a nadie por la bondad de su conducta, ni se granjea la estimación del mundo.

Notemos, finalmente, cuan arriesgado es contentarse con cualquiera cambio religioso que no alcance a ser una conversión completa. Esta es una verdad que nuestro Señor nos enseña haciéndonos la pintura de un hombre de quien un espíritu inmundo había sido echado; pero en cuyo corazón no había penetrado el Espíritu Santo. El dice que el espíritu buscó descanso, pero no lo pudo hallar; y agrega también como se propuso volver al corazón que había habitado; cómo llevó a efecto su designio; cómo encontró el corazón destituido de todo bien y como casa barrida y adornada; y cómo entró otra vez, con siete espíritus peores que él y fijó allí su habitación; y termina toda la descripción con estas palabras: « Y son las postrimerías de tal hombre peores que las primeras..

No podemos menos de percibir, al leer estas terribles palabras, que Jesús estaba hablando de cosas que nosotros no comprendemos sino muy débilmente. Es que en esos momentos levantaba una punta del velo que cubre el mundo invisible. Sus palabras, sin duda, daban a conocer el estado en que se encontraban las cosas en la nación judaica en aquel entonces. Pero también dan a conocer algo que nos concierne a nosotros, es a saber el peligro en que se encuentran nuestras propias almas. En ellas se nos previene de una manera solemne que no nos satisfagamos con la reforma religiosa que no va acompañada de la conversión del corazón.

Solo en ser verdaderos y sinceros cristianos puede encontrarse completa seguridad. Abandonar nuestros pecados escandalosos, de nada sirve si la gracia no reina en nuestros corazones. Dejar de obrar mal es poca cosa si al mismo tiempo no aprendemos a hacer el bien No es suficiente que la casa haya sido barrida y blanqueada: es necesario que otro habitante la ocupe para que el antiguo no vuelva a presentarse. No basta que la vida exterior se adorne con las colgaduras de las formas religiosas: es necesario que en el interior se experimente el influjo de una religión vital. No basta que es eche fuera al demonio: preciso es que el Espíritu Santo tome su lugar. Cristo ha de morar en nuestros corazones por medio de la fe. No solo debemos estar moralizados, sino también espiritualizados. No solo debemos reformarnos: preciso es que experimentemos aquel renacimiento de que hablan las Escrituras.

Meditemos bien sobre estas verdades. Es de temerse que muchos que se llaman cristianos se están engañando a sí mismo.

No son lo que antes eran, y por lo tanto se imaginan que son lo que debieran ser. No profanan el domingo ni cometen otros pecados escandalosos, y por esto se imaginan que son cristianos. No perciben que no han hecho otra cosa que cambiar un mal por otro. Están poseídos de un espíritu farisaico decente en apariencia, en vez de un espíritu inmundo, violento y audaz. Pero ese morador es siempre el diablo, y sus «postrimerías serán peores que sus primeras.» ¡Plegué al cielo librarnos de cambio semejante! Que nuestras creencias religiosas, cualesquiera que fueren, sean decididas. No seamos como casas barridas y adornadas donde no mora el Espíritu. No seamos como sepulcros blanqueados. Que nuestra oración diaria sea: «Examíname, Oh Dios y ve si hay en mí camino de perversidad; y guíame en el camino del mundo.» Psa_139:24

Lucas 11:27-32

En este pasaje se hace mención de una mujer de cuyo nombre é historia no sabemos nada. Se nos dice que, cuando nuestro Señor habló, «una mujer de la multitud, levantando la voz le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo y los pechos que mamaste.» Al punto nuestro Señor, tomando por base esas palabras, enseña una importante lección. En su sabiduría perfecta sabía valerse de cualquiera incidente para inculcar alguna lección provechosa.

Debemos observar al leer estos versículos cuan grandes son los privilegios de los que oyen y guardan la palabra de Dios.

Cristo los estima tanto como si fueran sus parientes más cercanos. Es mayor bien creer en el Señor que lo hubiera sido pertenecer a su familia.

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