Lucas 11:14-20
La conexión que existe entre estos versículos y los que les preceden es notable a la vez que instructiva. En los anteriores versículos nuestro Señor Jesucristo había estado demostrando la eficacia y la importancia de la oración. En los versículos que tenemos a la vista, se nos dice como libró a un hombre de un espíritu mudo. Sin duda el objeto del milagro fue aclarar los preceptos que Jesús había estado dando. El mismo Salvador que nos estimula a orar es el que aniquila el poder que Satanás tiene sobre nuestros miembros y nos vuelve el uso del habla.
Notemos primeramente de cuántas maneras manifiesta Satanás los deseos que tiene de perder al hombre. Se nos dice que un hombre tenía un espíritu mudo. Algunas veces el Evangelio menciona «demonios inmundos.» Otros, «demonios furiosos é iracundos.» Muchas son las artimañas de Satanás. Es insensato suponer que siempre obre de la misma manera.
Solo una cosa puede percibirse que sea común a todas sus acciones: que se complace en perjudicar y causar daño.
Hay algo muy instructivo en el incidente de que venimos hablando. ¿Hemos de suponer que, porque la posesión corporal de los espíritus satánicos no sea tan manifiesta ahora como lo fue en otros tiempos, el grande adversario no sea ahora tan activo como entonces en causar males? ¿Hemos de suponer que no exista hoy que se parezca a un espíritu mudo? Si tal cosa hemos de suponer, mejor es que procedamos con cautela. ¿Qué diremos de los que nunca se dirigen a Dios, que nunca abren los labios en la oración y la alabanza, que nunca emplean el órgano que es la «gloria» del hombre en servicio de su Creador? ¿Qué diremos de aquellos que a todos pueden hablar excepto a Dios? ¿Qué, sino que Satanás los ha despojado del uso del habla? ¿Qué, sino que están poseídos de un espíritu mudo? Si se nos permite la paradoja, el hombre que no ora está muerto en vida. Sus miembros están en rebelión contra el Dios que los hizo. Los « demonios inmundos» no han dejado este planeta todavía.
Velemos y oremos para que nunca quedemos abandonados al influjo de un espíritu mudo. Loado sea Dios que todavía vive el mismo Jesús que podía hacer oír a los sordos y hablar a los mudos. Acudamos a él por socorro y pongámonos bajo su protección. No basta evitar la relajación que escandaliza y los pecados que de todos son conocidos. Ni basta que nos conduzcamos como gentes morales, decorosas y honradas. Todo esto no es otra cosa que bondad negativa. ¿Hay algo de positivo en nuestra religión? ¿Presentamos nuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia? Teniendo ojos ¿vemos el reino de Dios? Teniendo oídos ¿oímos la voz de Cristo? Teniendo labios, ¿los usamos en loor de Dios? Estas son preguntas de un carácter muy serio. El número de personas que son sordas y mudas ante Dios es mayor de lo que generalmente se cree.
Notemos, en segundo lugar, cuan grande influjo ejerce la preocupación en el corazón de los hombres no convertidos.
Cuando nuestro Señor arrojó al espíritu mudo hubo quienes dijeran: « Por Beelzebú príncipe de los demonios, echa fuera los demonios.» Ellos no podían negar el milagro, pero sí rehusaron conceder que fuea obra del poder divino. Lo que tenían a la vista era claro é innegable. Se propusieron, pues, desacreditar al que había hecho el milagro y mancillar su reputación diciendo que estaba en liga con el demonio.
La preocupación es un vicio peligroso, y, por desgracia, no es raro. Nunca faltan hombres que se empeñan en no ver nada bueno en los siervos de Jesús, y en creer todo lo malo que se diga de ellos. Tales hombres parecen no acatar lo que les enseña oí sentido común; y rehúsan aceptar las pruebas que se les presentan o los argumentos que se les hacen. ¡Parecen resueltos a creer, quo todo lo que un cristiano hace es malo y lo que dice falso! ¡Si hago bien alguna vez, debe de ser con fines inmorales! ¡Si habla la verdad, debe de ser con miras siniestras! ¡Si hace alguna obra de misericordia, debe ser por interés! ¡Si lanza los demonios, es por virtud de Belcebú! Hombres preocupados de esa manera se encuentran en toda congregación; y ¡cuánto no hacen sufrir a loa ministros del Evangelio! Procuremos ser siempre justos, imparciales y francos al juzgar a los hombres y las religiones. Estemos prontos a abandonar antiguas opiniones, por queridas que nos sean, tan luego como alguno nos señale un « camino más excelente.» Un corazón bueno y recto es un gran tesoro. El ánimo preocupado es, permítasenos la expresión, la ictericia del alma.
Afecta la vista intelectual del hombre y le hace ver todo como al través de un prisma. ¡Líbrenos Dios de ánimo semejante! Notemos, finalmente, cuan desastrosas son las disensiones religiosas. Esta es una verdad que nuestro Señor nos enseña, en la contestación que dio a sus enemigos. El les manifestó cuan necia era esta acusación de que lanzaba los demonios por virtud de Belcebú, Citó el dicho de que una casa dividida contra sí misma tiene que caer; dedujo que era absurdo decir que Satanás arrojase a Satanás, que el diablo lanzara a sus mismos agentes; y enseñó así a los cristianos una lección que han tardado lastimosamente en aprender en todas las épocas de la iglesia. Esa lección es, el pecado y la insensatez que en sí envuelven esas divisiones innecesarias.
Mientras que existan doctrinas falsas a que se adhieran los es, habrá sectas o partidos religiosos. Pues ¿qué comunión a de haber entre la luz y las tinieblas? ¿Cómo pueden dos individuos seguir el mismo camino a menos que estén de acuerdo? ¿Qué unidad puede haber en donde no existe la del espíritu? Disentir y separarnos de los que abracen doctrinas anti- bíblicas y falsas es un deber y no un pecado.