Lucas 11: Enséñanos a orar, Pedid y recibiréis

11.52 ¿Cómo estos intérpretes de la Ley quitaron «la llave de la ciencia»? Mediante las interpretaciones erróneas de las Escrituras y las cosas que añadían lograron que la verdad de Dios fuera difícil de comprender y practicar. Más aún, eran malos ejemplos al defender argumentos que pusieron en lugar de otros. Atrapados en una religión de su manufactura, ya no podían guiar al pueblo hacia Dios. Le cerraron a la gente la puerta del amor de Dios y tiraron lejos la llave.

11.53, 54 Los escribas y los fariseos esperaban arrestar a Jesús por blasfemia, herejía y por quebrantar la Ley. Estaban furiosos por lo que Jesús decía de ellos, pero no podían arrestarlo por esto. Tenían que hallar una forma legal para prenderlo.

Lucas 11:1-4

Estos versículos contienen la oración llamada generalmente «Oración dominical.» Hay quizá pocos pasajes en la Escritura que sean mejor conocidos que este. Aun el romanista más ignorante puede decirnos que hay una oración que se llama el «Pater Noster;» y cualquier niño de Inglaterra, por pocos alcances que tenga, sabe qué es el Padre Nuestro.

Podemos percibir la importancia de dicha oración por el simple hecho de que nuestro Señor Jesucristo la pronunció dos veces y con alteraciones muy leves. El que nunca pronunció una sola palabra sin tener buenas razones para ello, consideró conveniente enseñar esta oración en dos ocasiones distintas. Dos veces escribió Dios los diez mandamientos en tablas de piedra (Deu_9:10; Deu_9:10 4) j y dos veces pronunció Jesús la Oración dominical.

Las circunstancias en que repitió el Señor por segunda vez el Padre Nuestro, fueron muy interesantes. Uno de los discípulos le dijo: «Enséñanos a orar.» La oración pronunciada en concesión de esa súplica es la que tenemos a la vista.

No sabemos cual fue el discípulo a quien se refiere el pasaje; pero lo que hizo estará impreso en la memoria de los creyentes, de generación en generación, hasta el fin del mundo. Felices los que experimenten emociones semejantes a las suyas, y exclamen a menudo: « Señor, enséñanos a orar..

La sustancia de la Oración dominical es una mina de tesoros espirituales. Explanarla completamente, en una obra como la presente, es imposible. De una oración sobre la cual se han escrito libros enteros no puede tratarse adecuadamente en unas pocas páginas. Por ahora bástenos notar sus divisiones cardinales, así como también las ideas principales que nos sugiera para la meditación privada.

La primera parte de la Oración dominical se refiere al Dios a quien adoramos, En ella se nos enseña a acercarnos a El como a nuestro Padre que está en el cielo: Padre, sin duda, en el sentido de «Creador,» pero también en el de «Padre» reconciliado, mediante la intercesión de Jesucristo; Padre cuya morada está en los cielos y a quien ningún templo sobre la tierra puede encerrar dentro de sus paredes. Hacemos, pues, mención de tres cosas importantes: el nombre, el reino y la voluntad de nuestro Padre.

Se nos enseña también a pedir que el nombre del Señor sea santificado: «Santificado sea tu nombre.» Al hacer uso de estas palabras no queremos decir que el nombre del Señor sea susceptible de diversos grados de santidad, o que nuestras oraciones puedan hacerlo más santo de lo que es. Lo que hacemos es expresar sinceramente nuestros deseos de que la naturaleza, las perfecciones y atributos de Dios sean mejor conocidos, venerados y glorificados por todas sus criaturas racionales. En efecto, esta es la misma petición que nuestro Señor Jesucristo dirigió en otra ocasión: «Padre, glorifica tu nombre.» Joh_12:28.

En seguida se nos enseña a orar que venga el reino de Dios: « Venga tu reino.» Al pronunciar estas palabras expresamos nuestro deseo de que el poder que Satanás ha usurpado sea pronto aniquilado; de que toda la humanidad reconozca a Dios como a su rey legítimo; y de que todos los reinos de este mundo vengan a estar de hecho, como ya lo están en virtud de la promesa, bajo el poder de Dios y de su Cristo, formando un solo reino. La organización de este reino ha sido prometida desde la caída de Adán. Toda la creación la aguarda con gemidos. La última oración de la Biblia se refiere a ella. Casi puede decirse que el canon de la Escritura termina con las palabras: «Ven, Señor Jesús.» Rev_11:15; Gen_8:15; Rom_7:22; Rev_22:20.

Se nos enseña en tercer lugar a pedir que se haga la voluntad divina: «Sea hecha tu voluntad como en el cielo así también en la tierra.» Al decir estas palabras expresamos el deseo vehemente de que el número de los convertidos y de los que obedezcan a Dios se aumente rápidamente; de que sus enemigos, que aborrecen sus leyes, sean disminuidos y abatidos; y de que llegue pronto el tiempo en que todos los hombres rindan obediencia voluntaria a Dios, sobre la tierra, como los ángeles lo hacen en el cielo.

Tal es la primera parte de la oración del Señor. Su maravillosa riqueza y su profundidad no pueden exagerarse.

Bienaventurados, en verdad, son los cristianos que han llegado a conocer que el nombre del Señor merece más honor que el de cualquiera potentado de la tierra; que el reino de Dios es el único reino que permanecerá para siempre; y que su ley es la única norma a quo deben ajustarse todas las demás leyes. Una nación será tanto más feliz cuanto mejor comprendidas y más firmemente creídas sean estas verdades en ella. El día en que todos las reconozcan se «verá un cielo en la tierra.» La segunda parte de la oración dominical se refiere a nuestras necesidades diarias. En ella se nos enseña a hacer mención de dos cosas que necesitamos todos los días: la una espiritual la otra temporal; la una es pan, la otra es el perdón de los pecados.

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