Observemos en conclusión la confianza firme que tenia la Virgen en las promesas de la Biblia. Acaba su himno de alabanza declarando que Dios, « ha socorrido a Israel su siervo, acordándose de su misericordia, a Abrahán y a su simiente para siempre,» y que ha obrado « como habló a nuestros padres.» Estas palabras demuestran claramente que ella se acordaba de la promesa hecha a Abrahán: « En ti serán benditas todas las naciones de la tierra ;» ,y que, estando cercano el nacimiento de su Hijo, veía que esta promesa estaba para cumplirse.
Aprendamos del ejemplo de esta santa mujer a asirnos con firmeza de las promesas de la Biblia, pues esto es de la mayor importancia para conservar nuestra paz interior. Las promesas, en realidad, son el maná que hemos de comer, y el agua que hemos de beber diariamente, en nuestra peregrinación por el desierto de este mundo. No vemos aun todas las cosas sometidas a nuestro dominio estamos contemplando aun a Cristo, ni el cielo, ni el libro de vida, ni las mansiones preparadas para nosotros. Andamos por la, fe, y esta fe se apoya en las promesas. Mas este apoyo no es débil, puede resistir todo el peso que sobre él pongamos. Veremos algún día, lo mismo que la Virgen María, que Dios cumple palabra, y que a su debido tiempo ejecutará infaliblemente lo que ha dicho.
Lucas 1:57-80
Otro himno de alabanza llama nuestra atención en estos versículos. Hemos leído la acción de gracias de María, la madre de nuestro Señor. Leamos ahora la acción de gracias de Zacarías, el padre de Juan el Bautista. Hemos oído qué alabanzas salieron de los labios de la Virgen de Judá, con motivo de la primera venida de Cristo. Oigamos ahora que alabanza pronunció con el mismo motivo un sacerdote anciano.
Debemos notar en primer lugar la profunda gratitud del corazón de un judío creyente al columbrar la aparición del Mesías. La primera palabra que sale de la boca de Zacarías, tan pronto como le vuelve el habla, es de alabanza. Principia con la misma expresión con que S. Pablo principia algunas de sus epístolas: « Bendito el Señor..
En nuestros días con dificultad podemos comprender la intensidad de los sentimientos de ese hombre virtuoso. Debemos colocarnos en su lugar mentalmente, imaginarnos ver el cumplimiento de la promesa más antigua del Antiguo Testamento–la promesa de un Salvador, y que contemplamos verificarse delante de nosotros el cumplimiento de esta promesa. Debemos procurar comprender cuan oscura é imperfecta era la idea que los hombres tenían del Evangelio antes de la venida de Cristo, y cuando los símbolos y los tipos no habían aun desaparecido. De esta manera tal vez podemos formarnos alguna idea de lo que sintió Zacarías cuando exclamó: «Bendito el Señor..
Hay razón para, temer que los cristianos, por lo general, no sabemos estimar en su debido valor el inmenso privilegio de vivir bajo la luz del Evangelio. Quizá olvidamos que los estatutos del sistema Judaico eran apenas el crepúsculo del día que iba a amanecer. No cerremos los ojos ante los favores que se nos han concedido. Sigamos el ejemplo de Zacarías y seamos más agradecidos Debemos notar, en segundo lugar, en este himno de alabanza, cuanta importancia da Zacarías al cumplimiento de las promesas de Dice que Dios « visitó é hizo redención a su pueblo «–habla de ello al estilo de los profetas como cosa ya ejecutada; porque su verificación es segura. Continúa proclamando por medio de quien se ha de llevar a cabo esta redención–por medio de «un cuerno de salvación «–un Salvador poderoso de la casa de David. Y después añade, que todo está hecho « como El habló por boca de sus santos profetas–para cumplir la misericordia prometida–acordándose de su santo concierto–del juramento que juró a Abraham nuestro Padre.
Es claro que las almas de los creyentes del Antiguo Testamento, se alimentaban mucho de las promesas de Dios. Estaban obligados a «caminar» por la fe mucho más que nosotros. Nada sabían de los grandes hechos que nosotros conocemos, concernientes a la vida, muerte y resurrección de Cristo. Divisaban la redención en el porvenir como cosa esperada, no vista–y el único apoyo de su esperanza era la palabra de Dios. Su fe bien puede ruborizarnos, muy lejos de tener en menos a los creyentes del Antiguo Testamento, como algunos se inclinan a hacerlo, debemos admirarnos de que fueran lo que fueron.
Aprendamos a confiar en las promesas y a asirnos de ellas como lo hizo Zacarías. No dudemos que toda promesa de Dios hecha a su pueblo con referencia a los acontecimientos futuros, se cumplirán con tanta segundad, como toda palabra ya cumplida en los sucesos pasados. La promesa hace infalible el cumplimiento. El mundo, la carne y el demonio, jamás prevalecerán contra ninguno de los creyentes. Su absolución en el último día está asegurada con promesa. No serán condenados, antes bien se les presentará inmaculados ante el trono del Padre. Su gloria final está también asegurada con promesa. Es tan seguro que su Salvador vendrá la segunda vez a congregar a Sus santos y darles la corona de rectitud, como lo es que vino la primera. Fiémonos firmemente de estas promesas. Jamás resultarán ser falsas. Dios nunca olvida su palabra. él no es hombre para mentir. En cada promesa hay un sello que nunca vio Zacarías: el de la sangre de Cristo que nos garantiza que lo que Dios ha prometido se cumplirá.